Reino Unido 2017 125 min.
Dirección Joe Wright Guión Anthony McCarten Fotografía Bruno Delbonnel Música Dario Marianelli Intérpretes Gary Oldman, Kristin Scott Thomas, Ben Mendelsohn, Lily James, Ronald Pickup, Stephen Dillane, Nicholas Jones, Simon West, David Schofield, Richard Lumsden Estreno en el Festival de Toronto 10 septiembre 2017; en Estados Unidos 22 diciembre 2017; en Reino Unido y España 12 enero 2018
Un hombre de Estado que escucha al pueblo, que busca el bien universal y no sólo el particular, que prefiere una alianza de naciones a una nación aislada... Parece que no seamos capaces de asimilar las lecciones que tan generosamente nos brinda la Historia, tal como se presenta el panorama político tanto nacional como internacional, con brechas en la Unión Europea y en nuestro propio país como consecuencia de la desunión y la falta de intención de escuchar. Churchill atiende al pueblo en una de las secuencias más insólitas y memorables que el cine nos ha regalado en mucho tiempo, y que por sí sola justifica el visionado de este film. Y lo hace de la forma más democrática posible, directamente, sin intermediarios ni urnas, y sin atender a la ideología y el pensamiento de cada interlocutor o interlocutora. Se debate entre su deber como político al servicio de unos ideales y unos valores que informan a un Mundo en progreso y civilizado, y su responsabilidad frente al bienestar general de su propio país, tal como se lo demanda una oposición en principio obtusa e irracional. Lo hace desde su improvisado e imprevisto ascenso al poder, y su primera responsabilidad con los combatientes británicos atrapados en las playas de Dunquerque, episodio llevado a la gran pantalla hace escasamente unos meses con gran éxito y despliegue de medios, y que toca tangencialmente la malograda comedia también reciente Su mejor historia. Por cierto, incluso la figura de Churchill ha sido objeto hace poco de otra película, aunque su protagonista, Brian Cox, no haya alcanzado los parabienes que se le dispensan a Gary Oldman, y su argumento se centrara en otro debate emocional del personaje, el controvertido desembarco de Normandía. El retrato completo de tan apasionante primer ministro británico durante dos legislaturas no consecutivas, se completa así con este episodio crucial en el devenir de la Segunda Guerra Mundial y del desarrollo de nuestro marchito continente. Como cineasta, Joe Wright (Pan: Viaje a Nunca Jamás, Anna Karenina, Expiación, Orgullo y prejuicio) se empeña en dejar una impronta que se reduce a un sentido estético algo particular, evidente en determinados recursos formales y un uso de la cámara a veces sofisticado que resuelve el peligro que ofrece el guión del reputado Anthony McCarten (La teoría del todo) de resultar demasiado teatral. Gary Oldman recibe con esta clásica y académica recreación de los hechos, un regalo en forma de kilos, maquillaje y frases antológicas (los discursos de Churchill lo son), que hacen prácticamente imposible que se le resista el tan ansiado Oscar al mejor actor de este año. A su alrededor el resto de personajes son mera comparsa que cumplen su cometido de servir como acicates y motivaciones para que las decisiones del protagonista se dirijan a uno u otro lado. Paralelamente el retrato de tan significativo líder mundial sirve para retratar la idiosincrasia de un país que ha sido y es modelo para tantas cosas, de la misma manera que espanta para otras. El sentido de la responsabilidad, la rectitud, ese imprescindible humor inteligente e irónico, el respeto y la consideración a símbolos como la corona, son plasmados de tal forma que reflejan perfectamente los ingredientes que han hecho del pueblo británico algo tan determinado y singular, en tantos aspectos digno de admiración, como en otros, menos, lo es de repulsa. En este sentido cabe también destacar lo bien plasmada que está la relación entre el dirigente y el Rey Jorge VI (el del discurso), algo de lo que se ha hecho eco la estupenda banda sonora de Dario Marianelli en un elegante andante interpretado por el joven pianista islandés Víkingur Ólafsson. Si no fuera por sus puntuales caídas de ritmo y tensión, cierto academicismo que lo domina casi todo, y porque apenas cabe la sorpresa en lo que se narra, estaríamos ante una cinta muy notable.
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