viernes, 26 de enero de 2018

REFLEXIONES SUAVES Y VAPOROSAS EN EL 6º DE ABONO DE LA ROSS

6º concierto de abono de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Leonard Elschenbroich, violonchelo. Jean-Luc Tingaud, dirección. Programa: Canto en memoria de Benjamin Britten, de Pärt; Three Meditations from Mass, de Bernstein; Concierto para orquesta, de Bartok. Teatro de la Maestranza, jueves 25 de enero de 2018

Se trataba quizás, con este sexto programa de abono, de invitar a la meditación a través de páginas musicales concebidas para evocar un estado de ánimo reflexivo, aunque como siempre estas intenciones temáticas acaban cogidas con alfileres. El director francés Jean-Luc Tingaud debutó frente a la Sinfónica con un programa integrado en su primera parte por dos inequívocas meditaciones musicales, mientras la segunda estuvo protagonizada por una de las más populares piezas orquestales de Béla Bartok, ya afincado en Estados Unidos y víctima de una leucemia determinante para la gestación de la obra. Frustrado por no conocer en persona a Britten, a quien admiraba por su pureza musical, Arvo Pärt inició con su Canto en memoria del compositor británico un estilo que le ha acompañado hasta sus últimas obras, y en el que a partir de estéticas muy ligadas al canto llano antiguo desarrolla una melodía simple, estirándola, armonizándola y enroscándola hasta darle el porte elegíaco que su espiritualidad le exige. Todo esto quedó muy claro y matizado en la hermosísima recreación del francés frente a una cuerda mórbida, transparente, equilibrada y resplandeciente, punteada por el toque de una campana funeraria que brindó a la percusionista Louise Paterson la primera ocasión para lucir su oficio.

En las Tres Meditaciones de Bernstein, en este segundo programa dedicado a honrar su memoria en el centenario de su nacimiento, hay también mucha percusión (no tanta como en la Misa o experimento escénico del que el autor extrajo las piezas, cuyo montaje exige un esfuerzo que pocos auditorios se pueden permitir), órgano y un violonchelo solista al que prestó imagen y talento el joven alemán Leonard Elschenbroich, que extrajo de su Leonard Rose veneciano de 1693 un sonido dulce, suave y vaporoso, de ataques delicados y quiebros acaso demasiado sutiles, logrando una lectura correcta y competente de una página que se escucha con interés pero sin entusiasmo, y que a pesar de su dificultad brinda poca oportunidad de lucimiento al intérprete. El acompañamiento de Tingaud viajó por la misma senda que en Pärt, destacando en belleza y elegancia aunque no siempre fuera lo ideal. Elschenbroich perfiló como propina un Bach también susurrado, potenciando el carácter místico de la velada.

Más decepcionante fue la versión que Tingaud realizó del Concierto para orquesta de Bartok, compuesto por encargo de la Boston Symphony como parte del apoyo recibido cuando padecía una rara enfermedad que acabó resultando leucemia. Los diversos estados de ánimo de la obra fueron recreados en un tono monocorde, más preocupado siempre por el sonido terso y aterciopelado de la cuerda, sin prestar demasiada atención a los numerosos solistas, en el caso de los metales con serios desajustes en el primer movimiento. Poco desasosiego en la Introducción, apenas caricatura en el Juego de la pareja, escasamente lúgubre su Elegía central, y con demasiada ligereza la celebración Final; si bien la orquesta, salvo en ese apunte destacado, ofreció un excelente nivel técnico, manifiesto en la agitada y frenética conclusión.

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