Se
trata de aprovechar la presencia en nuestra ciudad de destacados solistas adscritos al programa académico de la fundación,
ejerciendo así no sólo como maestros de las nuevas promesas sino también
deleitándonos con su propia voz en conciertos tan agradables como el ofrecido este
domingo. La idea es poner en sintonía
obras de distinto calado técnico y sentimental en los que confluya algún
detalle o matiz que las una, llevando a cabo así un doble diálogo concertante,
el manifestado entre los instrumentistas
y el que pone en comunicación a las obras programadas.
Muy
querido en nuestra tierra, el marchenero Pablo
Barragán, profesor de clarinete en la Fundación Barenboim-Saïd de Sevilla,
y el apreciado y comprometido pianista Michael
Wendeberg, profesor de la fundación en Berlín, ofrecieron un programa
ecléctico y muy adecuado para apreciar
sus virtudes. Ambos demostraron una compenetración envidiable, sobre todo
teniendo en cuenta que no forman pareja profesional, que su colaboración en este caso atiende a cuestiones puramente
coyunturales.
Las
primeras obras en sintonía fueron la Sonata
para clarinete y piano de Brahms y una selección de los veinticuatro
preludios op. 11 de Scriabin, ambas compuestas
en la misma época, a pesar de tratarse de la última pieza de cámara del
alemán y una de las primeras del ruso, lo que lleva a estimar que el segundo
heredó la fuerza y compostura romántica del primero mientras se adentraba en nuevos derroteros y un lenguaje propio
y particular.
En
la sonata de Brahms, Wendeberg exhibió
una incómoda tendencia a la vehemencia, golpeando las teclas con ímpetu y a
veces ensañamiento, lo que perturbó el carácter
generalmente sutil y austero de la obra, así como el lirismo consecuente.
Algo que no escapó a su compañero, capaz de mantener un control absoluto de la
respiración a la vez que una
expresividad etérea y un profundo lirismo desde el allegro amabile. Especialmente notable fue la compenetración de
ambos en las variaciones que conforman el andante
con moto final. La abundancia de
elementos decorativos en el clarinete no fue inconveniente para que el
sevillano desplegara toda su sabiduría técnica y expresiva.
En
el bloque final, dos sonatas con un dedicatario común, el clarinetista de swing
y jazz Benny Goodman, protagonizaron
una escapada fluida y jovial
presidida de nuevo por una sincera compenetración, y de nuevo una primera obra,
la de Bernstein, frente a la penúltima del segundo, Poulenc, y con el
estadounidense como encargado en los sesenta de estrenar la del francés. Un tono ligero y desenfadado preside a las
dos piezas, hábilmente defendidas por los intérpretes, especialmente en los ritmos jazz y latinos de la obra de
Bernstein, y el vigoroso final de la
de Poulenc. Terminaron de nuevo en perfecta sintonía con una petite pièce de Debussy cargada de encanto y sensualidad.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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