lunes, 13 de enero de 2025

BARRAGÁN Y WENDEBERG, MAESTROS VIRTUOSOS

Diálogos concertantes. Pablo Barragán, clarinete; Michael Wendeberg, piano. Programa: Sonata para clarinete y piano Op. 120 nº 2, de Brahms; Selección de 24 preludios para piano Op. 11 (nos. 1-4, 8, 10, 20, 21-24); Sonata para clarinete y piano Op. 1, de Bernstein; Sonata para clarinete y piano FP 184, de Poulenc. Sala Manuel García del Teatro de la Maestranza, domingo 12 de enero de 2025


Este pasado fin de semana nos ha acompañado una buena oferta de música de cámara, con los integrantes del prestigioso Cuarteto Quiroga presentando en el Espacio Turina un recorrido por el género desde Haydn a Bartók pasando por Beethoven, y los solistas de la Sinfónica de Sevilla adhiriéndose a la Ruta Turina con obras de Mendelssohn, Beethoven y el homenajeado. El broche final lo puso una nueva propuesta del Teatro de la Maestranza en colaboración con la Fundación Barenboim-Saïd. Para la ocasión la Sala Manuel García lució una nueva pantalla acústica que mejora ligeramente la proyección del sonido.

Se trata de aprovechar la presencia en nuestra ciudad de destacados solistas adscritos al programa académico de la fundación, ejerciendo así no sólo como maestros de las nuevas promesas sino también deleitándonos con su propia voz en conciertos tan agradables como el ofrecido este domingo. La idea es poner en sintonía obras de distinto calado técnico y sentimental en los que confluya algún detalle o matiz que las una, llevando a cabo así un doble diálogo concertante, el manifestado entre los instrumentistas y el que pone en comunicación a las obras programadas.

Muy querido en nuestra tierra, el marchenero Pablo Barragán, profesor de clarinete en la Fundación Barenboim-Saïd de Sevilla, y el apreciado y comprometido pianista Michael Wendeberg, profesor de la fundación en Berlín, ofrecieron un programa ecléctico y muy adecuado para apreciar sus virtudes. Ambos demostraron una compenetración envidiable, sobre todo teniendo en cuenta que no forman pareja profesional, que su colaboración en este caso atiende a cuestiones puramente coyunturales.

Las primeras obras en sintonía fueron la Sonata para clarinete y piano de Brahms y una selección de los veinticuatro preludios op. 11 de Scriabin, ambas compuestas en la misma época, a pesar de tratarse de la última pieza de cámara del alemán y una de las primeras del ruso, lo que lleva a estimar que el segundo heredó la fuerza y compostura romántica del primero mientras se adentraba en nuevos derroteros y un lenguaje propio y particular.

En la sonata de Brahms, Wendeberg exhibió una incómoda tendencia a la vehemencia, golpeando las teclas con ímpetu y a veces ensañamiento, lo que perturbó el carácter generalmente sutil y austero de la obra, así como el lirismo consecuente. Algo que no escapó a su compañero, capaz de mantener un control absoluto de la respiración a la vez que una expresividad etérea y un profundo lirismo desde el allegro amabile. Especialmente notable fue la compenetración de ambos en las variaciones que conforman el andante con moto final. La abundancia de elementos decorativos en el clarinete no fue inconveniente para que el sevillano desplegara toda su sabiduría técnica y expresiva.


En solitario, Wendeberg despachó una selección de once piezas de las veinticuatro que integran el opus 11 de Scriabin, sin respetar la alternancia entre modos mayor y menor que caracteriza el conjunto, y demostrando que la vehemencia apuntada en la obra anterior no fue casual. La suya es una forma desenfrenada, rápida y vigorosa de interpretar, y de eso se perjudicaron algunas de estas breves y delicadas piezas, que el alemán tocó no obstante con seguridad y confianza, con evidente virtuosismo pero lastrado en el apartado puramente poético. Minucioso en el control de la melodía y haciendo alarde de una precisa armonía, Wendeberg recorrió parte de este sensacional cuerpo con prisas y sin misterio, como se pudo observar en el preludio nº 10 en do menor. Su agradecida simpatía se tradujo en unas esforzadas palabras en castellano.

En el bloque final, dos sonatas con un dedicatario común, el clarinetista de swing y jazz Benny Goodman, protagonizaron una escapada fluida y jovial presidida de nuevo por una sincera compenetración, y de nuevo una primera obra, la de Bernstein, frente a la penúltima del segundo, Poulenc, y con el estadounidense como encargado en los sesenta de estrenar la del francés. Un tono ligero y desenfadado preside a las dos piezas, hábilmente defendidas por los intérpretes, especialmente en los ritmos jazz y latinos de la obra de Bernstein, y el vigoroso final de la de Poulenc. Terminaron de nuevo en perfecta sintonía con una petite pièce de Debussy cargada de encanto y sensualidad.

Fotos: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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