martes, 25 de febrero de 2025

ANDRIS NELSONS Y LA GEWANDHAUS DE LEIPZIG, SENSACIONALES

Gran Selección. Leipzig Gewandhausorchester. Andris Nelsons, dirección. Christiane Karg, soprano. Programa: La rueca de oro Op. 109, de Dvorák; Sinfonía nº 4 en Sol mayor, de Mahler. Teatro de la Maestranza; lunes 24 de febrero de 2025


No podía ser de otra manera, la orquesta que debe su nombre al almacén de ropa en el que se construyó la primera sala de audiciones de Leipzig, ofreció anoche una de las citas imprescindibles de una temporada del Maestranza abundante en ellas. Lástima que el público no lo comprendiera así y dejara la oportunidad de que la taquilla colgase  “no quedan localidades”. Demasiados huecos en la sala para tan trascendente ocasión.

Al frente de la considerada orquesta más antigua del mundo, Andris Nelsons, uno de los más admirados directores de orquesta de la actualidad, capaz de simultanear, y a veces hasta combinar, su tarea frente a este legendario conjunto y la Sinfónica de Boston, dejando siempre una impronta inimitable en sus calculadas interpretaciones.

La de ayer no fue una excepción, y así lo experimentaron quienes tuvieron el acierto de asistir a lo que sin duda ha sido un reto para el equipo directivo del Maestranza, teniendo en cuenta que sus otras dos únicas actuaciones en España tendrán lugar hoy y mañana en Madrid, donde organizado por Ibermúsica, el precio de cada entrada dobla al de Sevilla.

Oro en los atriles

Seguir el argumento del escabroso cuento de Karl Jaromir Erben La rueca de oro, a través de la pura música programática que a tal efecto compuso Dvorák, es sin duda una delicia, especialmente si la batuta y los efectivos orquestales rinden a tan excelente nivel. La claridad y la contundencia con la que Nelsons mimó dicha partitura, hizo posible este feliz desplazamiento por tan maravillosa partitura.

Sólo la exposición de los instrumentos, con los violines enfrentados, violas y violonchelos en el centro y contrabajos en el extremo izquierdo, permitió unos juegos dinámicos y unos efectos acústicos de absoluta magia y ensoñación, que Nelsons dosificó además con precisión y altura de miras hasta conseguir una interpretación impecable y envolvente, puro enganche de principio a fin.

Otro acierto fue combinar sin fisuras y con una elegancia absoluta los resortes fantásticos de la partitura con aquellos de mayor calado rústico y popular. Especialmente sorprendente fue el trabajo de los metales, nunca agresivos ni estridentes, como si una mesa ecualizadora los controlara. El paso frecuente de lo más idílico a lo más trágico fue otra de las pautas de distinción de esta portentosa interpretación del tercero de los poemas sinfónicos que compuso el autor checo.

Mahler desde las entrañas del cielo

Si hace algo más de tres años Soustrot nos brindó una excelente interpretación de la Cuarta de Mahler, con su habitual sentido de la elegancia y la mesura, la que ayer nos ofreció Nelsons superó cualquier expectativa, logrando esa atención permanente que convierte una interpretación musical en toda una fascinante experiencia sensorial. El letón rubricó una interpretación entre vigorosa y delicada de la obra, sin llegar nunca a lo empalagoso ni la pura exaltación.


Con un sentido muy agudo de las proporciones, la suya combinó la gracia pastoral con el vigor incisivo, y una cierta inestabilidad a través de la cual se alternan y a veces superponen ironía y serenidad, certidumbre y duda. Sin abandonar nunca la esencia de la infancia, acertó en el trabajo con las texturas y las melodías del allegro inicial, el toque ligeramente diabólico del segundo movimiento, con un trabajo eficaz del primer violín, incluido cambio de instrumento afinado más alto. Todo ello sin abandonar en ningún momento el carácter ingenuo de una música que ensalza la visión que del paraíso pueda tener la niñez, lo que no deja de ser morboso.

Lástima que el estremecedor adagio quedara enturbiado por las impertinentes y a menudo evitables toses, siempre atentas al efecto llamada. Aún así fuimos capaces de dejarnos seducir por tan espiritual propuesta, que culminó con una apoteósica y majestuosa visión de ese cielo imaginado.

Sin apenas pausa, la soprano Christiane Karg entonó el cuarto movimiento con una voz de hermoso timbre y adecuada proyección, dotándola de la expresividad justa para ahondar en esa felicidad y serenidad que potencian las palabras del lied de Das Knaben Wunderhorn que le sirve de base, sin por ello dejar de transmitir esa desazón siempre presente en la muerte, por mucho cielo con el que se nos quiera consolar. Desde luego, más paraíso que disfrutar de tan excelso concierto, no se nos ocurre.

Fotos: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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