Hemos sido testigos privilegiados del fulgurante ascenso de Irene Roldán como consumada clavecinista al nivel de los y las intérpretes más exigentes, desde sus inicios como becaria de la Barroca de Sevilla y su participación en diversos conciertos junto al conjunto hispalense, hasta su mayoría de edad enfrentándose en solitario a todos los misterios y resortes del teclado, aquí y en plazas internacionales desde donde nos han llegado felices noticias de sus triunfos. Pero nos asalta una duda que siempre albergamos, y es que habiendo proliferado tanto en las últimas décadas el talento local, así como la asistencia de nuestros jóvenes a los conservatorios, ¿cómo es posible todavía que conciertos tan valiosos como el que se celebró el pasado lunes en la capital, con Andris Nelsons y la Leipzig Gewandhausorchester deleitándonos en el Maestranza, queden tantas localidades sin ocupar, ofreciendo una triste y vergonzosa imagen de la melomanía sevillana? Si es por precios, seguro que el coliseo tiene la solución. Profesionales y estudiantes abundan en la ciudad, ¿cómo es posible que dejen pasar una lección magistral como ésta?
Hecha esta reflexión, toca exhibir en estas páginas la excelente impresión que nos dejó anoche Irene Roldán con un programa que pide a gritos grabarse para la posteridad. Se trató de convocar algunos de los más sobresalientes compositores para teclado del barroco de la península ibérica, conjugándolos con la influencia, directa o indirecta, que debió ejercer sobre ellos la presencia en la corte de Fernando VI de Domenico Scarlatti. Un repaso que se inició con Sebastián de Albero, navarro y primer organista de la Capilla Real de Madrid, además de músico de cámara del referido monarca, que en Madrid entabló amistad con Scarlatti y José de Nebra. Su obra para teclado constituye una de las cimas de la Escuela Española del siglo XVIII, con un estilo melancólico y sentimental que se hizo sentir especialmente en la estética de Roldán, más atenta a los afectos, a la delectación melódica que al virtuosismo vertiginoso con el que otros y otras abordan su Recercada y fuga. Tan incisiva se mostró en esta página como en las sensacionales sonatas del portugués Carlos Seixas que interpretó a continuación, precedidas de un preludio del Padre Soler que pasó inadvertido dada su brevedad. Del organista de la Catedral de Coimbra, que se relacionó con Scarlatti en Lisboa, extrajo todo el fulgor y la elegancia que exhiben sus inspiradas páginas, con un lenguaje armónico claro y contundente y un fraseado preciso y paladeado.
En similares circunstancias abordó las dos sonatas seleccionadas de Scarlatti, de entre las más de quinientas que compuso, todas en nuestro país. Y de nuevo prefirió paladear su arquitectura y su gramática que abandonarse al puro exhibicionismo virtuosístico, aunque hubo ocasiones para demostrar que también puede hacerlo. De Nebra ofreció dos sorprendentes páginas, que evidenciaron la facilidad melódica y armónica de quien, no en vano, fue principal referente de la zarzuela barroca. Pura efervescencia y un ímpetu inusitado se dieron cita en la Sinfonía nº 2, mientras la nº 8 deparó momentos tan excitantes como el segundo rondó, con un trabajo del doble teclado excelente, uno de ellos afinado más seco y percutivo que el otro, fomentando un sonido realmente original y atractivo, que Roldán se hizo cargo de hacer brillar en todo su esplendor.
Otros dos preludios de Soler sirvieron de arranque para la segunda de las sinfonías de Nebra y las Variaciones del fandango español de Félix Máximo López que cerraron el programa oficial. Del compositor madrileño, que llegó a ser, escalando peldaños, primer organista de la Capilla real de Madrid, ofreció esta pieza llena de encanto y ritmo, logrando una interpretación depurada, precisa y, a todos los efectos, brillante, que no debe confundirse con la más conocida Variaciones sobre minués afandangados del mismo autor. Como propina, sin salirse del guion, atacó una Sonata en Re mayor de Mateo Pérez de Albéniz, riojano de nacimiento y vasco de corazón, más próximo al clasicismo aunque permite al clave una interpretación tan vigorosa como la que ofreció la joven clavecinista para rubricar tan excelente concierto.
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