Motivados fundamentalmente por la puesta en escena del reputado y casi siempre eficiente director artístico canadiense Robert Carsen, asistimos a la última representación de Diálogo de carmelitas, uno de los platos fuertes de la actual temporada lírica de Les Arts valenciano, vírgenes de cualquier consideración crítica que se haya podido hacer con anterioridad. Y acabamos algo decepcionados, ya que conscientes de que siempre merece la pena acercarse a esta monumental página musical, y no lo hacíamos desde que hace décadas se representara en Sevilla, no terminamos de aceptar ni encajar la extremadamente sobria y austera propuesta escénica de Carsen. Un escenario completamente vacío, lo más próximo a una versión de concierto, con sólo dos paneles elevadizos permitiendo la entrada y salida de figurantes. Ellos y ellas, más una acertada iluminación, revelándose como atrezzo exclusivo, cuyo movimiento escénico permitía la extracción y colocación de nuevos elementos decorativos, apenas unos bancos, un suntuoso sillón o la cama en la que postrarse la madre superiora en su lecho de muerte.
Doris Soffel en primer término |
Puesta en escena que poco ayuda a involucrarse en los trágicos sucesos que experimentan las monjas de Compiégne en medio de una revolución que en manos de Carsen parece doble, la de 1789 y la posterior de mediados del siglo XIX, a juzgar por los figurines dieciochescos de los aristócratas y más modernos de esa plebe tan necesaria como a veces peligrosa, capaz de votar democráticamente regímenes tan inconvenientes como los que hoy asolan el mundo. El carácter más declamado que cantado de una partitura que a pesar de escribirse a mediados del siglo XX, no disimula su compromiso con una gramática musical más propia de los estertores del siglo anterior y muy relacionada con la música cinematográfica que ya en aquel momento tenía tanto comedimiento, exige una dramatización que contenga elementos que la hagan más llevadera al público, con el fin de que sus casi dos horas y media de función no se conviertan en un lastre. Carsen tuvo una última oportunidad de redimirse con el impactante final, que en sus manos no lo fue tanto, toda vez que ni siquiera hizo coincidir la fortuna individual de cada hermana con el estremecedor efecto que hace sonar la caída de la guillotina en el Veni Creator final.
Riccardo Minasi |
Más identificado con el barroco que con la música posterior a la que sin embargo viene dedicándose con mayor ahínco en los últimos tiempos, Riccardo Minasi hizo un buen trabajo de recreación de tan suntuosa y hermosa partitura, incidiendo en sus pasajes más sensuales y melodiosos, y acentuando aquellos que ayudasen a provocar una mayor inquietud y desasosiego, con especial mención a los más místicos, generando cierta sensación de éxtasis en momentos muy puntuales. Sin embargo, y con la complicidad de una siempre atenta y espléndida Orquesta de la Comunidad Valenciana, tendió a tapar con frecuencia las voces convocadas, si bien tampoco ayudó a éstas cantar tan a menudo desde muy atrás del escenario.
Así las cosas, disfrutamos sobre todo con la voz bien proyectada, de espeso pero aterciopelado timbre, de la canadiense Ambur Braid, incorporando a la nueva priora. Y por supuesto gozamos también con la impagable presencia de Doris Soffel como la anterior priora, sobre todo como testimonio de su valía y veteranía, haciendo un notable esfuerzo canoro y físico en la terrible escena de su muerte, aunque como en otras voces del elenco, sus habilidades quedaron eclipsadas en los extremos más graves de su tesitura. Algo que también sucedió con la protagonista, una Blanche algo meliflua en la voz de la joven soprano francesa Alexandra Marcellier. Mejor resultó Sandra Hamaoui como la alegre Constance, si bien sólo el papel ya ofrece oportunidades para lucirse y simpatizar con un público que nos pareció tan complaciente y poco exigente como para extenderse en aplausos y vítores, a nuestro juicio no tan merecidos.
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