lunes, 24 de noviembre de 2025

UN JARDÍN FLORIDO DE VOCES Y DANZA

The Fairy Queen, de Henry Purcell. Ópera en concierto semiescenificada. Orquesta de Les Arts Florissants. Paul Agnew, dirección musical. Mourad Merzouki, dirección de escena y coreografía. Remi Autechaud, asistente de coreografía. Claire Schirck, vestuario. Fabrice Sarcy, iluminación. Con los solistas de Le Jardin des Voix Paulina Francisco, Georgia Buzaschko, Rebecca Leggett, Juliette Mey, Ilja Aksionov, Rodrigo Carreto, Hugo Herman-Wilson y Benjamin Schilperoort y los bailarines de la compañía Käfig Samuel Florimind, Anahi Passi, Alary Ravin, Daniel Saad y Timothée Zig. Teatro de la Maestranza, domingo 23 de noviembre de 2025


Resulta extraño, a pesar del generoso aforo observado anoche, que este singular y gratificante espectáculo no hubiese generado un lleno absoluto, teniendo en cuenta que satisfacía a dos públicos distintos pero complementarios, el del canto y la música clásica, y el de la danza.

Para entender esta propuesta híbrida del gran Henry Purcell, hay que remontarse trescientos años atrás, cuando fue estrenada. Generada como espectáculo para masas, la semiópera inglesa combinaba teatro, música y danza, pudiendo llegar a alcanzar varias horas de duración, lo suficiente como para tener entretenido al público un buen rato. Una adaptación libre de El sueño de una noche de verano de Shakespeare está en el origen de La reina de las hadas, obra en cinco actos para los que Purcell creó a su vez cuatro masques o piezas de baile y canto de contenido alegórico que no aportaban nada a la narración pero reforzaban sus ideas. Un año después del estreno añadiría otra para el primer acto.

Quizás por este inconveniente de tener que programar un espectáculo de hasta cinco horas si se quiere respectar su argumento, es por lo que esta obra de belleza delicada y singular apenas se representa y se opta por estas recreaciones de sus masques aisladas del contexto narrativo. Así las cosas, el público debe renunciar al argumento y las palabras de Shakespeare, de las que el texto cantado no recoge ni una.

Pura delicadeza musical

Paul Agnew y Les Arts Florissants nos han visitado recientemente en dos ocasiones, aunque en versión reducida, pero es El jardín de las voces, espectáculo bajo la dirección de William Christie con el que lo hicieron en este mismo Maestranza hace dieciocho años, el que guarda mayor semejanza con esta Reina de las hadas. La orquesta ofreció una versión traslúcida y decididamente delicada de la partitura, con prestaciones impecables de cada familia instrumental, y participaciones destacadas de solistas de categoría, como las flautistas Nathalie Petibon y Yanina Yacubsohn, el chelista Félix Knecht y, especialmente, el violinista Emmanuel Resche-Caserta, que protagonizó junto a la cálida voz de Juliette Mey un The Plaint realmente sobrecogedor.

Ilja Aksionov

Mención aparte merecen las soberbias trompetas, con arranques suntuosos y ceremoniales del primer y cuarto acto. Todo un derroche de musicalidad y buen gusto, buscando fundamentalmente la delicadeza y el ropaje más adecuado desde el punto de vista estrictamente lírico para el feliz lucimiento de las voces convocadas. Éstas procedían de la undécima edición de El jardín de las voces, con el que el conjunto francés descubre nuevas promesas de la lírica, con resultados a menudo tan satisfactorios como los que pudimos apreciar y disfrutar anoche.

Excelente trabajo en equipo

Ocho jóvenes entusiastas y responsables combinaron sus aptitudes vocales de forma que sonasen como un bien avenido coro, con el añadido de una actividad escénica de altura, de esas que contagian felicidad gracias al buen trabajo en equipo destilado. La voz delicada y bien entonada de Mey y la más autoritaria y contundente de Benjamin Schilperoort iniciaron el viaje, en el que pronto hizo su aparición el barítono Hugo Herman-Wilson como poeta borracho, presentado por la cuerda intencionadamente distorsionada, una divertida licencia de Agnew y la orquesta.

A partir de ahí pudimos disfrutar de las preciosas y cristalinas voces de la soprano estadounidense Paulina Francisco y la mezzo inglesa Rebecca Leggett, o la más espesa y perfectamente colocada de la mezzo canadiense Georgia Burashko en números como la canción de la primavera. El tenor lituano Ilja Aksionov hizo también acopio de delicadeza y ternura en el número del sueño, y encandiló especialmente como cómico en su dúo junto a Wilson en el que canta en falsete travestido de mujer pudorosa. Finalmente, el tenor portugués Rodrigo Carreto nos cautivó como tenor lírico y romántico, bordando canciones como See my many colour’d fields del cuarto acto.


Pero la buena sintonía no se quedó en el trabajo vocal, sino que todos y todas se mimetizaron a la perfección con el conjunto de baile extraído de la compañía también francesa Käfig. Cuando se trató de coreografías sencillas, siempre responsabilidad de Mourad Merzouki, todos se atrevieron a bailarlas, mientras las partes corales poco comprometidas permitieron a algunos de los bailarines acoplarse al resto también en lo vocal.

Pero en su trabajo estricto, el brillo de los danzantes fue sobresaliente, con acrobacias, saltos y piruetas sobrenaturales, vertiginosos movimientos al ritmo de hip hop, breakdance y otros bailes urbanos, incluido el vogue (Alary Ravin), acompañados de la fuerza musculada de Samuel Florimond, Daniel Saad y Timothée Zig y el baile delicado en lenguaje tanto clásico como contemporáneo de Anahi Passi. Otro reto del equipo directivo del Maestranza que tenemos que aplaudir, habiendo sido Sevilla la elegida junto a Madrid y Barcelona para presentar en nuestro país tan estimulante y refinado espectáculo.

Fotos: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

No hay comentarios:

Publicar un comentario