Parece que se hayan dejado lo de Conjunta por el camino, pero sigue siendo la misma orquesta apabullantemente joven y sorprendentemente buena que se estrenó el mes pasado. En este segundo concierto desarrollaron un programa atrevido, insólito y ecléctico pero muy bien combinado, en el que el protagonismo de los instrumentos de viento nos hizo pensar que quizás habrían elegido la versión con metales de la Sinfonía para cuerdas nº 8 de un Mendelssohn todavía adolescente. No fue así y lo que resultó fue una página abordada con énfasis y energía pero también algunas irregularidades. Desinflados el primer movimiento, menos solemne de lo recomendable, así como el trío del alegre minueto, el tercer movimiento tuvo sin embargo una respuesta camerística excelente, resaltando sus oscuras texturas, mientras en el último brilló su elocuente energía mozartiana.
La pieza de concierto de Schumann exige un elevado nivel técnico y un sentido evocador y eminentemente romántico en la escritura propuesta a sus cuatro trompas solistas. Sus jovencísimos intérpretes necesitan aún adquirir mucha experiencia, pero de momento su entusiasmo y responsabilidad alcanzaron un nivel de exigencia más que solvente, especialmente apreciable en sus movimientos extremos, llenos de brío y ardor juvenil.
Pero lo más sensacional de la noche llegó de la mano de uno de los padres del minimalismo, Steve Reich, con dos obras concebidas para ser interpretadas por un instrumento de viento amplificado con grabaciones en cinta, que se pueden sustituir por diez instrumentos de acompañamiento que realizan labores armónicas y contrapuntísticas. Así lo hicieron los jóvenes flautistas y clarinetistas, con resultados excepcionales en el caso de los segundos. Algunos desequilibrios y desajustes enturbiaron un poco la pieza para flauta (Vermont Counterpoint). Reich tiene también una pieza similar para guitarra eléctrica concebida para Pat Metheny, de cuya mecánica dio buena cuenta el genial jazzista en su reciente comparecencia ante el público sevillano.
Mención especial en todo esto merece el director Juan García Rodríguez. En esta ciudad, anquilosada desde hace tiempo en glorias veteranas que nos visitan una y otra vez, hace mucho que no tenemos oportunidad de descubrir nuevos valores, y nos tenemos que conformar con saber de ellos a través de las crónicas que nos llegan de otras plazas, dentro y fuera del país. Afortunadamente el caso de García Rodríguez viene a paliar en parte esta sequía, pues nos encontramos ante un músico lleno de energía y entusiasmo, cuya labor al frente de esta orquesta está rindiendo muy satisfactoriamente, explorando sonoridades, matices y dinámicas que están contribuyendo sobremanera a que este milagroso proyecto vaya poco a poco encontrando su merecido hueco en la agenda cultural hispalense. Aún siendo un buen auditorio, la acústica de Ingenieros deja bastante que desear, por lo que nos encantaría comprobar las posibilidades de la orquesta en otras condiciones más convenientes.
Artículo ampliado del publicado en El Correo de Andalucía el jueves 26 de enero de 2012
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