España-Lituania 2011 114 min.
Dirección Gerardo Herrero Guión Nicolás Saad, según la novela “El tiempo de los emperadores extraños” de Ignacio del Valle Fotografía Alfredo Mayo Música Lucio Godoy Intérpretes Juan Diego Botto, Carmelo Gómez, Jordi Aguilar, Víctor Clavijo, Francesc Orella, Sergi Calleja, Adolfo Fernández, Andrés Gertrudix, Manu Hernández, Toni Hernández, Javier Mejía Estreno 20 enero 2012
Salvo con Las razones de mis amigos Gerado Herrero apenas ha logrado suscitar el interés con el resto de su abundante filmografía como realizador. Su olfato para la producción le ha llevado a cosechar varios éxitos, muchos de la mano del director argentino Juan José Campanella (El hijo de la novia, El secreto de sus ojos). Quizás por eso suele contar con presupuestos holgados para sus propias películas, que le han llevado a abordar proyectos arriesgados e insólitos para nuestro panorama cinematográfico, generalmente con miras a un mercado internacional. Precisamente eso le ocurre a este ambicioso thriller ambientado en el frente ruso durante la Segunda Guerra Mundial, con la española División Azul como telón de fondo. No deja de ser curioso que justo ahora que nos gobierna una derecha rancia, uno de los primeros estrenos españoles del año rememore un episodio tan falangista, aunque sin tomar partido y sin mostrar gloria en exceso. Como punto de partida la novela de Ignacio del Valle ofrece mucho juego, pues no deja de ser paradójico un argumento en el que se investiga a un asesino en serie en medio de una conflagración que se llevaba a diario miles de personas por delante. Sin embargo Herrero desaprovecha las posibilidades de esa premisa dramática y de los generosos recursos con los que cuenta para ofrecer una trama que avanza a trompicones, con subtramas mal ensambladas y personajes que no aportan nada y que más bien dispersan el interés central. No crea empatía con ninguno de los protagonistas y la resolución acaba siendo tan inesperada como anodina. No se genera el ambiente sórdido y malsano que la trama reclama y se deja ver sólo como producto insólito y ambicioso que es, pero definitivamente malogrado.
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