Francia-Bélgica 2011 115 min.
Guión y dirección Pierre Schoeller Fotografía Julian Hirsch Música Philippe Schoeller Intérpretes Olivier Gourmet, Michel Blanc, Zabou Breitman, Laurent Stocker, Sylvain Deblé, Didier Bezace, Jacques Boudet, François Chattot, Gaëtan Vassart, Arly Jover, Anne Azoulay Estreno en España 26 abril 2013 (en Sevilla 30 agosto)
Al cine español le falta lo que al francés le sobra: capacidad para reflejar, analizar y criticar la realidad más inmediata. Más trágica que en el país vecino está resultando en nuestro país la crisis económica y la de valores propiciada por una clase política enclenque, mediocre y miserable, en las cotas más bajas de popularidad en cualquier democracia que se precie. Y sin embargo el país galo se ha hecho eco en la pantalla de esta situación insostenible y vergonzosa ya en varias ocasiones, todas las que nuestro cine, más allá de la politizada gala de los Goya, no parece atreverse, o quizás sólo sea un problema de talento e ingenio. Nuestro protagonista es un ministro de transportes tan indigno como el resto de los hombres de estado que nos están llevando a la ruina. Su hoja de ruta, en las casi dos horas de metraje del film que cubren algunos pocos días, muy decisivos, de su mandato, se centra en un terrible accidente de autocar con varios adolescentes fallecidos y una polémica decisión de privatizar varias estaciones de ferrocarril del país. En medio de estos dos asuntos asistimos un tanto perdidos al ir y venir del sujeto y su séquito – asesora de imagen, secretario e ideólogo, guardaespaldas y un enigmático y muy significativo chófer, entre otros y otras – por despachos y locales, en coche o a pie, dando discursos o hablando por el móvil y recibiendo incontables mensajes de un total de cuatrocientos contactos entre los que no encuentra ni un solo amigo. Y entre toda esta maraña, narrada como suele ser habitual en este tipo de producciones con la suficiente dosis de confusión y toque intelectualoide como para hacer difícil su seguimiento por parte de un público medio (lástima, porque ningún otro género mejor que éste debería ser objeto de consumo por el mayor número de espectadores posibles, para abrirles los ojos y tenerles preparados sobre quienes mueven los hilos de nuestras vidas), encontramos un hombre que igual se emborracha que se encariña con su personal e incluso tiene considerables brotes de conciencia (impagable la secuencia en la que recita el discurso que todo el mundo desearía escucharle a un político, pero lo hace desgraciadamente para sí mismo), además de una comprensiva esposa (encarnada por la española Arly Jover, ya curtida en el cine americano y el francés y aún por descubrir en el nuestro) que espera lo inesperable, porque la mediocridad obtiene recompensa y alarga el mandato, para la suya y nuestra desesperación. En el apartado técnico y artístico la cinta, producida por los hermanos Dardenne, está realizada con sobriedad, control sobre los tonos de la fotografía y un esmerado elenco protagonista en el que destacan Olivier Gourmet y el siempre eficaz Michel Blanc, galardonado con el César al mejor secundario del 2011; el mismo año en el que obtuvo los premios de la Academia al mejor guión original y sonido y el Fipresci de Un Certain Regard en Cannes, pues la cinta ha llegado a nosotros con dos años de retraso, y encima a Sevilla cinco meses después de hacerlo en otras plazas españolas.
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