Bajo el pomposo título de Todo Bartók y con el no menos pretencioso contenido de la integral de música de cámara para violín y piano del compositor húngaro, ya que en realidad no comprende más que cuatro piezas, se presentó ante un no muy numeroso público la violinista alemana Tanja Becker-Bender, acompañada al piano por el también húngaro Péter Nagy, en un concierto bisagra entre el ciclo de jóvenes musicales y la inauguración oficial del festival.
Supone un esfuerzo considerable estar durante más de hora y media casi ininterrumpidas desgranando las muy difíciles y complejas notas de las obras programadas, y que encima no decayera en energía ni entusiasmo merece toda nuestra admiración. Se trata de cuatro piezas en pareja, dos sonatas y dos rapsodias, de distinta significación. Aunque todas ellas se inspiran en la iconografía musical popular tanto de su Hungría natal como de la vecina Rumanía, en las sonatas se acumulan las primeras influencias de Bartók, que son además de esa música tradicional el pianismo de Debussy y el dodecafonismo de Schönberg; mientras las rapsodias son más accesibles y se centran de forma más directa en ese folclore aludido.
En la Sonata nº 1 el violín dominante se mostró suficientemente flexible y creativo, emulando una continua improvisación; por su parte Nágy, con un discurso independiente de su compañera, acertó intensificando y subrayando la línea interpretativa de Becker-Bender. Tan sólo reprocharle en el movimiento lento unos pianissimi a menudo ahogados y un insuficiente legato. La Sonata nº 2 debe provocar un estado de saturación cromática, algo que la violinista cumplió potenciando su crudeza expresiva y oscura energía, que en el caso del pianista se tradujo en un frío acompañamiento percutido; en cualquier caso ambos aprobaron en su abordaje de unas obras tan difíciles y delicadas. En las rapsodias el protagonismo indiscutible es del violín. Estas piezas, que tienen su origen en los verbunkos (melodías y danzas tradicionales húngaras), tienen un marcado aire gitano que se traduce en una interpretación vigorosa, enérgica y a veces endiablada, como la que ofreció Becker-Bender. La participación del pianista es en este caso un mero pero eficaz acompañamiento. La velada se extendió con una danza popular del mismo autor, testigo de que hay más música para violín y piano atribuible a Bartók, aunque no sea estrictamente de cámara.
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