En la segunda mitad del siglo XIX surgió la necesidad de desviarse del lenguaje musical clásico vienés, incorporando elementos folclóricos y nacionalistas en la música seria. La guitarra sirvió en nuestro país para cumplir ese expediente que diera entidad propia a las composiciones de nuestros autores, si bien su influjo y carisma traspasó fronteras y embaucó también a otros, como el francés Napoleon Coste, que dejaron subyugarse por el aroma inconfundiblemente mágico y enigmático del instrumento.
Dos virtuosas de sus instrumentos, Mª Esther Guzmán y Sarah Roper, ofrecieron juntas y solas por primera vez – con el flautista Vicent Morelló forman el Trío Mesamor – un concierto sin un criterio fijo más que el de interpretar piezas que se adaptaran bien a su combinación, ya fueran originalmente escritas para el tándem o transcritas con tal fin. En el caso de las obras seleccionadas del guitarrista y compositor francés, con más de cincuenta obras catalogadas para el instrumento, parece que fueron concebidas originalmente para oboe y guitarra. Alumno y colaborador de Fernando Sor, Coste se caracteriza por un estilo sencillo y ornamentado sólo hasta lo conveniente, con notables influencias de la ópera cómica, que Guzmán y Roper trasladaron con respeto y delicadeza desde sus partituras electrónicas, ideales para evitar los envites del viento y las antiestéticas pinzas. Especialmente atractiva resultó Le Montagne, una obra de reminiscencias pastorales a la que las intérpretes dotaron de una cálida atmósfera.

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