jueves, 3 de agosto de 2017

ROCÍO DE FRUTOS Y MANUEL VILAS: LOS ÁNGELES DE MURILLO

18ª edición Noches en los Jardines del Alcázar. Rocío de Frutos, soprano. Manuel Vilas, arpa de dos órdenes. Programa: Retratos en cifras: Un homenaje musical a Murillo (obras de Juan Hidalgo, Juan de Navas, José Marín y Juan del Vado, entre otros).
Miércoles 2 agosto 2017

Además de para experimentar con combinaciones instrumentales y vocales poco habituales, las Noches del Alcázar han sido siempre un excelente escenario para descubrir a los nuestros. No nos referimos a los intérpretes, que es de lo que más se nutren estos conciertos, sino de nuestros compositores, algunos tan influyentes y representativos como Juan Hidalgo, del que esta formación entonó cuatro piezas, y sin embargo tan desconocidos y poco divulgados. El pretexto lo ofreció la celebración del cuatrocientos aniversario del nacimiento de Murillo, una efemérides de la que la ciudad promete hacerse cargo generosamente en la próxima temporada, cuando apenas queden cuatro meses para terminar el año en el que se cumple, por lo que la mayor parte de los festejos tendrán lugar ya en el próximo. La sevillana Rocío de Frutos y el gallego Manuel Vilas se adelantaron para rendirle homenaje en el seno de estas veladas tan especiales. Juntos evocaron la faceta sacra del autor de las innumerables Inmaculadas, así como la profana presente en obras como Niño espulgándose. Aunque la voz de ella y el instrumento de él lo que más evocaron fueron los ángeles y querubines tan frecuentes en la pintura de este inmortal sevillano.

Las músicas de contemporáneos suyos, casi todos íntimamente relacionados con la Capilla Real de Felipe IV y el nacimiento del género lírico – ópera y zarzuela – en nuestro país, brillaron en unas interpretaciones responsables y apasionadas, en las que Rocío de Frutos lució una perfecta dicción, imprescindible para seguir la narración dramática integrada en los tonos humanos de la segunda parte, así como una incontestable entonación y una fuerte carga de expresividad, a pesar de la contención habitual en esta artista tan delicada y exquisita. Así, el gracejo de Zagales los que me oyen, de la Escuela de Cuzco, contrastó con el sublime lamento de Esperar, sentir, morir de Hidalgo o la conmovedora hermosura de Ojos, pues me desdeñáis de José Marín, sacerdote y delincuente condenado capaz de joyas como ésta. Todo ello en perfecto estilo, a pesar de la demostrada capacidad de la soprano para combinar estilos y adaptarse a tantos y tan diferentes. Lástima que la dulzura de su voz se viera algo ensuciada por los efectos de la amplificación, por otra parte necesaria, aunque eso no fue obstáculo para disfrutar de laboriosos pianissimi y una emisión sincera y natural.

Por su parte, Vilas acompañó con un sentido poético de la pulsación, generando esa atmósfera mágica que precisa cada tono, y arropando sin narcisismos innecesarios la intensa labor de la cantante. Para ello se valió de una preciosa copia de un arpa original del siglo XVII español, de dos órdenes, habitual en la época y muy apreciado por los compositores convocados. Destacó además en sus solos, una obra de falsas cromáticas que explicó con talento pedagógico y donde destacaron sus imbricadas disonancias, y un sarao y gitanilla de contrastados colores y evidente sentido rítmico. Como propina decidieron homenajear a Juan del Encina, tan imprescindible para estudiantes y practicantes, como olvidado en los escenarios oficiales. En sus generosas locuciones, de Frutos demostró también su capacidad como profesora y conferenciante.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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