Hace apenas una semana disfrutábamos en Praga de La novia vendida, la ópera checa por antonomasia, una sátira popular que Smetana concibió en 1865 como paradigma de una ópera nacional genuina basada en temas de calado propio y músicas de auténtico sabor popular. Fue una increíble oportunidad que nuestro viaje al corazón de la República Checa coincidiese con la representación en formato repertorio de este título. Tanto ésta como otras óperas del autor de Mi patria y de otros compositores que abrazaron el género con idénticos postulados, son difíciles, por no decir imposibles, de ver fuera de su país, y en las raras ocasiones en que lo hacen, se opta por una versión traducida a otro idioma más afín a las voces del momento. Casualmente, nada más regresar de este viaje recibimos la invitación para asistir a una representación fugaz y repentina en los Jardines de La Buhaira de otro ejemplo claro de ópera nacionalista muy difícil de disfrutar fuera de su país, en este caso Polonia. Se trata de La casa encantada o Straszny dwór, para muchos el mejor trabajo de Stanislaw Moniuszko, por encima incluso de la más popular de sus óperas, Halka, que curiosamente se interpretará esta temporada en el Teatro Real en formato de concierto con Piotr Bezcala como protagonista. Nunca antes representada en Sevilla, este supuso además el estreno absoluto de la ópera en nuestro país, auspiciado por el Instituto Polaco de la Cultura y la Fundación Avangart, cuyo gestor principal por cierto acabó resultando ser el protagonista de la función, en otro ejemplo de hermandad entre nuestra ciudad y Varsovia, como ya hemos comprobado antes a través de la Universidad Hispalense.
Moniuszko estrenó también en 1865 La casa encantada, o mansión como prefería llamarla el maestro de ceremonias que se encargó de presentar el evento y narrar la sinopsis de cada acto, y cuyo nombre no trascendió como tampoco lo hizo el del resto de integrantes de la numerosa compañía, incluida la plantilla de una orquesta en la que pudimos divisar algunos de los rostros habituales de orquestas locales como la Bética de Cámara. Y es que la falta de información fue notable. La prensa tuvimos acceso a una relación de nombres según categoría – solistas, coro, orquesta – pero sin aclarar quién era quién. No hubo ninguna octavilla que reflejase el interés de la cita, y aunque seguramente no existe traducción del libreto al castellano disponible, se hubiera agradecido al menos unos subtítulos en inglés, dado que existe versión de la ópera en ese idioma, y que cada vez más gente lo domina; de hecho la organización estaba empeñada en llamarla por su título en inglés, Haunted Manor. De esta forma sólo era posible ver a los numerosos personajes sobre el escenario haciendo gestos a diestro y siniestro, evidenciando mofa e ironía pero sin entender nada de lo que decían, lo que hizo que el resultado fuera aún más ridículo de lo que su formulación ya evidenciaba.
Su director artístico, Waldemar Zawodzinski, se conforma con los espacios naturales en los que se representa la función como escenografía, completada con unos bancos imperiales muy robustos y un vestuario que parecía restos de guardarropía, donde todo cabía y resultaba complicadísimo acertar una época de ambientación determinada. Una escueta iluminación en colores, y el continuo ir y venir de solistas y coro por el escenario y parte del recinto, fue todo el teatro ofrecido en una función sinceramente decepcionante. Recordamos que hace muchos años hubo una iniciativa en la ciudad de llevar la Ópera por barrios, echando mano de compañías itinerantes, la mayoría provenientes de la antigua Europa del Este, que ofrecían funciones de saldo de algunas de las óperas más populares. En nuestro caso pudimos ver una Carmen nada exigente en el patio del Hotel Triana. Pues hasta eso, con su vestuario, su escenografía a base de telones y su nutrida orquesta, era mejor que lo que pudimos ver y escuchar anoche en Sevilla. Raro favor hace esta fundación a la cultura de su país ofreciendo en tan malas condiciones un título que había suscitado al menos nuestra curiosidad.
Wojciech Semerau-Siemianowski dirigió con brío y sentido del ritmo a una orquesta sin embargo alicaída, funcional pero sin brillo alguno, a lo que por supuesto contribuyó la amplificación forzada del espectáculo, imprescindible en espacios abiertos para que el sonido no acabe dispersándose. También las voces sonaron amplificadas, de forma que no pudimos apreciar su proyección ni su control dinámico. Aún así, las protagonistas femeninas, las hermanas Hanna y Jadwiga, evidenciaron buenas facultades, la soprano un poco estridente pero poseedora de refulgentes agudos, y la mezzo con una solvente línea de canto y una estimable técnica coronada con una coloratura muy apropiada para su participación en esta ópera de tintes muy belcantistas, a pesar de su concepción tardorromántica. Sobreactuada y con notorias caídas de tensión la contralto que dio vida a Czesnikowa, la tía de Stefan y Zbigniew, que por cierto dejaron mucho que desear en sus intervenciones, el tenor por ausencia total de color en su voz y el bajo por puntuales estrangulamientos en una voz torrencial pero tendente a la estridencia. Mucho mejor el barítono encargado de personificar a Miecznik, padre de las dos hermanas, estupendo en la polonesa del segundo acto, que defendió con fluidez y considerable soltura, además de poseer un muy agradable y cristalino timbre. Unos alicientes sin embargo escasos dentro de un conjunto en general decepcionante para tratarse de la puesta de largo de una ópera tan representativa de su país, concebida en plena invasión rusa que tanto significado cobra en la actualidad. Una función que pareció improvisada, dirigida a un público muy restringido y sin apenas difusión, por no decir ninguna, por otro lado un factor a agradecer vistos los pobres resultados.
Para disfrutar de las bondades de la partitura, nada mejor que escuchar alguna de las varias grabaciones, todas de difícil acceso por descatalogadas, la mayoría de la época en que Polonia todavía pertenecía al eje soviético. La más recomendable a nuestro juicio es la que dirige Jan Krenza al frente de la Orquesta y Coro de la Radio Polaca en Cracovia.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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