USA 2013 107 min.
Dirección Seth Rogen y Evan Goldberg Guión Seth Rogen, Evan Goldberg y Jason Stone Fotografía Brandon Trost Música Henry Jackman Intérpretes James Franco, Jonah Hill, Seth Rogen, Jay Baruchel, Danny McBride, Craig Robinson, Michael Cera, Emma Watson, Mindy Kaling, David Krumholtz, Christopher Mintz-Plasse, Rihanna, Martin Starr, Paul Rudd, Channing Tatum, Kevin Hart, Aziz Ansari, Jason Segel
Estreno en España 23 agosto 2013
Planteada como si la plana mayor de la nueva comedia americana, esa que tanto detestamos por utilizar el fácil recurso del culo-pedo-teta sin discriminación alguna, se hubiera puesto hasta arriba de narcóticos, la primera película dirigida por Seth Rogen y Evan Goldberg, hasta ahora guionistas a la sombra del inefable (e infame) Judd Apatow, se postula como delirium tremens de la comunidad hollywoodiense más trash frente a un Apocalipsis a imagen y semejanza del descrito en la mismísima Biblia. Precisamente por ese carácter apocalíptico y el tirón que de nuevo está teniendo ante las nuevas generaciones de críticos, nos hemos atrevido a acercarnos a verla al cine, tras haber despreciado los títulos anteriores del supuesto tándem creativo (Superfumados y Supersalidos). Ahora los protagonistas de aquellas y otras películas del género se interpretan a sí mismo, si bien es obvio que aparte de sus nombres y de dedicarse al cine, no hay mucho de verdadero en la descripción de sus personajes. Celebración del colegueo y el buen rollo, los seis cómicos, auténticos encefalogramas planos que se dedican a elucubrar sobre amistad, sexo o fortuna sin el más mínimo ingenio o componente intelectual, se enfrentan a la destrucción total con frecuentes inclinaciones al rollo homosexual, la catarsis del pene y el delirio machista; mientras el equipo de efectos visuales se las ingenia para dar al conjunto un convincente acabado formal, entre monstruosos demonios con reminiscencias a la bestia de Álex de la Iglesia, socavones infernales, halos celestiales y una esmerada dirección artística, rematando con un número de baile protagonizado por unos angelicales Backstreet Boys y un sinfín de intervenciones estelares que acaban por dotar al conjunto de cierta antipatía general. No deja de sorprendernos que este humor tan particular, no por asentarse en lo más soez y escatológico sino por derivar de una idiosincrasia muy concreta, haya calado también hondo en nuestro país, alimentado por una nueva generación de críticos que ven en las gracietas ordinarias de estos niños eternos un valor intelectual que otros no alcanzamos ni a vislumbrar. Es como si enviásemos a Los Morancos a Estados Unidos y triunfasen, ¿se lo imaginan?
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