Edward Said (1935-2003) |
La elección del Concierto de Cámara de Berg, compuesto inmediatamente después de Wozzeck y estrenado en marzo de 1987, no es una casualidad. Responde de manera muy significativa al leit motiv de este singular evento, un merecido homenaje a Edward Said, gran intelectual árabe del siglo XX, cuando se cumplen diez años de su fallecimiento, y en el preciso instante en el que se conmemora el mismo lapso de tiempo transcurrido desde que visitara la ciudad de la Torre del Oro en aquellos ya lejanos comienzos de esta apasionante aventura humana y cultural, destinada si no a solucionar sí a paliar los desastres de la eterna confrontación entre judíos y palestinos.
Como Barenboim y Said, Berg y Schönberg eran devotos amigos y cómplices. El segundo acababa de inventar el dodecafonismo, y en su cincuenta efemérides Berg decidió zambullirse en los límites del atonalismo y el dodecafonismo para dedicarle esta página quizás no tan esencial en la escritura musical del siglo XX como su concierto para violín A la memoria de un ángel, pero indispensable para conocer las líneas fundamentales de ese vanguardismo que azotaba los comienzos del siglo pasado y que aún resulta difícil de comprender no ya para el público en general sino incluso para tantísimos melómanos. La página, cuyo movimiento central, un adagio en forma de amplio palíndromo, está dedicado a la esposa fallecida del autor de Noche transfigurada, supone precisamente un triunfo de la vida sobre la muerte, tal como demuestra el Rondo ritmico con introduzione final. El mismo triunfo de Said como inspirador de un proyecto necesario de vida en paz y armonía. A su vez, el Concierto de Cámara es una obra de estructura obstinadamente matemática, apoyada en el número tres y sus múltiplos, como se observa en la estructura musical del Thema scherzoso con variazioni inicial, en la que se deletrean los nombres del autor y de sus colegas Schönberg y Webern, o los 240 compases que integran tanto el primero como el segundo movimiento, multiplicados por dos en el tercero si a la introducción y el cuerpo principal añadimos los 175 compases de la repetición voluntaria, que casi nunca se hace, y ésta no fue una excepción. Todo lo cual convierte a la pieza en algo tan singular como el homenaje al luchador por la integración entre judíos y palestinos en el que se integró su interpretación.
Daniel Barenboim con su hijo Michael a la izquierda, en otra actuación de la West-Eastern Divan Orchestra |
Barenboim, gran conocedor de una obra que al menos como pianista ha interpretado y grabado en varias ocasiones, se erigió esta vez en director de un conjunto formado por jóvenes intérpretes educados en los talleres que desde hace doce años se imparten en nuestra provincia. Su hijo Michael, de probada solvencia y versatilidad, protagonizó la voz del violín, mientras un pariente también joven del homenajeado se encargó de la pianística. Sus intervenciones, el primero en el Thema e variazioni y el segundo en el Adagio, y ya ambos dialogando en el Rondo, rozaron la excelencia virtuosística, destacando en lirismo y mordiente, mientras en el resto del conjunto se apreciaron frecuentes irregularidades técnicas y falta de cohesión, lo que en una obra en la que sus quince ejecutantes deben comportarse como solistas de excepción conduce a unos resultados decepcionantes. La lectura devino famélica en muchos aspectos, desequilibrada ocasionalmente, y aunque evidenciando destellos de brillo y energía, en general resultó desganada. Sus grandes posibilidades interpretativas, desde la severidad extrema al expresionismo más tempestuoso, fracasaron en nuestra opinión frente a un anhelo de equilibrio entre lo lírico y lo dramático que sólo obtuvo resultados satisfactorios respecto a claridad, no tanto en cuanto a la superación de su gran dificultad técnica y tensión dramática. No obstante celebramos la iniciativa de programar una obra que tan raramente se hace, y nunca quizás antes en nuestros escenarios.
Bernardino León, un político fiable |
El homenaje estuvo enmarcado por una accidentada proyección – menudos técnicos contrataron, hablando sin parar incluso por teléfono cuando en los atriles sonaba ya la música de Berg - de un documental en vídeo, rutinario y previsible, en el que personalidades de la cultura y la política, como Juan Goytisolo y Felipe González, glosaban las virtudes del homenajeado. Y ya en la segunda parte, por un sentido, preciosa y relajadamente fraseado discurso del político malagueño Bernardino León, valedor de la Fundación Barenboim-Said en Andalucía y el mundo entero, que aprovechó justa y oportunamente para reprochar el trato a menudo injusto que tan noble empeño recibe de medios de comunicación y oposición en ésta nuestra desdichada y desorientada tierra, crisol de culturas y deudora de una riqueza humana y cultural que a veces demuestra no merecer. Aquí ya se sabe, para defender lo nuestro atacamos lo de los demás; en lugar de sumar, restamos. La Fundación ha recibido tantos recortes presupuestarios como otras instituciones propiamente andaluzas, pero lo fácil es hacer demagogia reclamando para éstas todo y nada para los demás, a los que se tilda de juguetes caros e inútiles, despreciando la labor generosa y altruista desempañada por quienes sacrifican veintisiete horas de trabajo al día, o todo un patrimonio intelectual acuñado durante años de estudio y análisis concienzudo.
El acto final del homenaje estuvo protagonizado por una entrevista de la profesora de Literatura Comparada de la Universidad de Nueva York, Ana Dopico, al maestro Barenboim, siempre interesante en sus revelaciones, que en esta ocasión alcanzaron incluso a desmentir algunas leyendas sobre la creación de una fundación que debería ser orgullo para andaluces y andaluzas, aunque a veces se atisbara cierto cansancio dialéctico consecuencia de tanto trabajo y edad.
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