El que se presentaba como uno de los programas más atractivos de la temporada, complemento ideal del que ofreciera apenas un mes antes la Sinfónica Conjunta, con obras de compositores americanos de los últimos cien años, quedó desvirtuado merced a las exigencias de un flautista fuera de serie y mediático donde los haya, como se comprobó observando la sana jauría de jóvenes de conservatorio que lo acosaron durante el intermedio como si de una estrella del rock se tratara. Nuestro escaso poder adquisitivo actual se puso de manifiesto en la firma, prácticamente sólo de programas de mano, a pesar de anunciarse el nuevo disco del artista disponible en la tienda del teatro. El Janine Jansen de la flauta cambió a última hora el programa para introducir una pieza que forma parte del disco de original título A Night at the Opera, en el que junto a Nézet-Seguin y la Orquesta de Rotterdam desgrana algunos de los arreglos de piezas operísticas que tan de moda estaban en el siglo XIX. Mozart fue el elegido para romper el equilibrio y el sentido de este singular programa, que con los arreglos del belga Robert Janssens o Fobbes (que también así lo conocen quienes tienen el placer de hacerlo) se convirtió en vehículo ideal para desplegar la capacidad técnica y el lirismo abrumador del instrumentista. El Concierto para flauta de Elliot Carter programado inicialmente hubiera supuesto el estreno en nuestro país de la obra, una difícil, austera y a ratos fascinante página que el propio Pahud ha interpretado junto a Barenboim en 2009, un año después de su composición, y en los Proms de Londres de 2011 en su estreno británico. Ni americano ni vanguardista ni diferente, los dulces y amables sones de Mozart apiñados por el belga Fobbes rompieron el contenido del programa, que el flautista suizo potenció añadiendo como propina el Andante K315 del mismo autor, ésta al menos una composición más interesante y donde el flautista desplegó su amplio sentido melódico y su generosa habilidad virtuosística.
Halffter debió ser el primer decepcionado con tan rotundo cambio, no en vano somos conscientes del mimo y el entusiasmo con el que preparó este programa que arrancó con una página de Gershwin muy poco transitada en Europa como es la Obertura Cubana, que compuso tras una hilarante visita a La Habana en 1932. Ritmos caribeños llevados al terreno de quien se había curtido en los extravagantes ambientes de Ziegfeld, puro glamour y exceso que reclama mayor equilibrio en los planos sonoros y más meticulosidad en las líneas armónicas y melódicas que el exhibido por un conjunto a veces desbaratado. No obstante su exuberancia y espectacular dramaturgia tuvieron una respuesta enérgica y brillante por parte de la orquesta y su director. La percusión caribeña que la protagoniza, especialmente bongos y maracas, habrían entroncado perfectamente con la también utilizada por Carter en su composición.
Aunque a Adams se le asocia con la costa oeste, su música mantiene un fuerte lazo con sus raíces en Nueva Inglaterra, en cuya Universidad de Harvard le enseñaron a evitar el modernismo, llegando así a abrazar el estilo de Philip Glass y Steve Reich pero forzando los estrictos límites del minimalismo hasta desembocar en un rico maridaje con el romanticismo tardío. En Harmonielehre, obra maestra de 1985 cuyo título tomó del tratado sobre armonía que Schönberg publicó en 1911, se mezcla expresividad y minimalismo con un generoso y abrumador colorido. Halffter logró que su obertura sonara cautivadora con la inestimable ayuda de los muy disciplinados músicos de la orquesta y su insistente sucesión de acordes. A la marcada desolación de tintes urbanos del segundo movimiento siguió la lenta fragua del gran final, con complejos cambios de compás y alcanzando la atmósfera de esta aventura épica con resultados incontestablemente brillantes.
Versión extendida del artículo publicado en El Correo de Andalucía
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