
El éxtasis amoroso en la gruta de Venus, el aria del pabellón de Elisabeth, el coro de trovadores en el festival lírico, el de peregrinos, la canción de la estrella vespertina y la narración de Roma se suceden a lo largo de tres bloques en esta mastodóntica edición realizada por el director artístico de la ROSS hace un par de años en vísperas del bicentenario del compositor, que ahora espera grabación. De ella la directora canadiense Kerri-Lynn Wilson hizo una lectura esmerada y precisa, inteligente a la hora de distinguir los pasajes apoteósicos y espectaculares asociados a Venus, y los más líricos y románticos de Elisabeth, definiendo con fidelidad y acierto los dos extremos emocionales y morales entre los que se debate el desorientado protagonista.
Dicen que en el foso Wilson se revela una batuta eficiente, profesional y respetuosa con la narración y las voces, de tempi precisos y dinámicas volubles y maleables. Buena muestra dio de todo eso en esta versión que sonó tan espectacular como poética en sus manos. Lástima que el coro no estuviera a la altura acostumbrada. El femenino sonó a menudo desentonado y descompasado, y al masculino le faltó empuje y brío. La orquesta por el contrario sí tuvo la fuerza y el dinamismo necesarios, con momentos de sublime resolución como el violonchelo entonando el aria de Wolfram.
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