La relación del tenor barcelonés José Bros con el público sevillano ha gozado siempre de muy buena salud. Sus frecuentes visitas a nuestro teatro lírico se han fraguado en torno a óperas y fundamentalmente zarzuelas; que se contara con él para un recital lírico con el solo acompañamiento de piano era sólo una cuestión de tiempo. La arquitectura de la ocasión no ha podido diseñarse mejor, con un ramillete de canciones y arias italianas en la primera parte, y una segunda protagonizada por aires franceses y zarzueleros, respetando siempre campos en los que el tenor se ha desenvuelto muy bien y con el que se asegurase el disfrute de un público agradecido y rendido a sus atributos canoros.
Con un espectacular arranque con dos de las canciones más famosas de Francesco Paolo Tosti, al margen de la celebérrima A marechiare, paradigma de la canción napolitana, Bros dio buenas muestras de ductilidad y generosísima proyección, desviado más hacia la tesitura de tenor lírico que a la más apropiada de ligero. Ahí devino el problema, que mantuvo en todo momento ese registro de ribetes belcantistas, empañando de monotonía un recital que daba oportunidades para una mayor variedad de estilos. Aún así encandiló con su capacidad para apianar y plano seguido epatar con sobreagudos de emisión natural, rara vez impostada salvo en ocasiones puntuales como Vieni de Luigi Denza, autor del famosísimo Funiculí funiculá. Algunos echamos en falta algo más de delicadeza y finura en unas canciones de salón que evocaron a figuras míticas como Caruso, del Monaco, Lanza o Gigli. Especialmente emotiva fue su interpretación de Musica proibita, prácticamente la única pieza de Stanislao Gastaldon que ha sobrevivido a la posteridad, mientras en Tutto parea sorridere de Il corsaro, la ópera menos programada de Verdi, brilló su capacidad dramática precursora de Il trovatore.
Más delicada aún debía haber sido la primera mitad de la segunda parte, sobre todo el hermosísimo Aprés un rêve de Fauré, que despachó con menos intimismo del conveniente, a pesar de que Evangelisti sí se amoldó en todo momento a los registros exigidos, regalándonos un pianismo exquisito y nada superficial. Un trío de ases de la romanza española y la popularísima Granada como propina culminaron un recital en el que desde luego no cabe negarle una entrega total y absoluta, un esfuerzo extraordinario como para agotar la voz, y una cercanía y humildad encomiables.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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