Reino Unido 2017 112 min.
Dirección Stephen Frears Guión Lee Hall, según la novela de Shrabani Basu Fotografía Danny Cohen Música Thomas Newman Intérpretes Judi Dench, Ali Fazal, Tim Pigott-Smith, Eddie Izzard, Edeel Akhtar, Michael Gambon, Paul Higgins, Olivia Williams, Fenella Woolgar, Robin Soans, Simon Callow, Sukh Ojila, Tim McMullan Estreno en e Festival de Venecia 3 septiembre 2017; en Reino Unido 15 septiembre 2017; en España 22 septiembre 2017
Treinta años separan a Judi Dench en Su majestad Mrs. Brown de esta Reina Victoria y Abdul, un detalle que el propio guión se encarga de remarcar en una de las secuencias más sobrecogedoras de la última película de Stephen Frears, y que por sí sola hacen merecer a la veterana actriz británica todos los reconocimientos del año. Poco hay en lo formal del Frears contestatario y rebelde de los ochenta (Ábrete de orejas, Mi hermosa lavandería) en su filmografía desde que se fuera aburguesando a raíz de Las amistades peligrosas, y sin embargo mantiene coherentemente sus constantes ideológicas, maquilladas bajo una pátina de academicismo pero siempre con algo que decir y transmitir para que la experiencia tras ver cada una de sus películas no quede en lo meramente intrascendente o contemplativo. Así, llevar a la pantalla una romántica novela en torno a un episodio muy particular de los últimos alientos de vida de la que fue la reina más longeva de Inglaterra antes de que su tataranieta le quitara el título, se antoja una empresa en la que Frears, con la inestimable ayuda de Lee Hall en el guión, y por supuesto la extraordinaria interpretación de la genial Judi Dench, aprovecha para hablarnos de cuestiones particulares que nos sirven de terapia personal. La vejez como etapa de ternura y madurez, relajación y apertura de miras, la felicidad surgida de una buena y hermosa amistad no exenta de seducción y exotismo al margen de la diferencia de edad, el respeto por encima de la tan cacareada y rancia tolerancia… son conceptos que quedan por encima de las recurrentes intrigas palaciegas e incluso de la crítica, menos ácida de lo habitual, de la soberbia británica. Estructurada, como la inmensa mayoría de las comedias actuales que se permiten el lujo de considerarse clásicas, en una primera mitad cómica e hilarante, y una segunda sumergida en el melodrama sentimental, Frears no escatima en medios para ofrecer un espectáculo suntuoso, magníficamente rodado y ornamentado con técnicos de primer orden, empezando por la siempre estimulante música de Thomas Newman. Un empaque que incluye detalles instructivos sobre los miles de dialectos que se hablan en la India, la autenticidad de sus vestimentas, la diferencia cultural personalizada en creencias y costumbres tan ajenas a la nuestra y sin embargo tan merecedoras de nuestro respeto. Toda una sucesión de impresiones que sólo desde la experiencia que da la edad y la vida se es capaz de asimilar en toda su grandeza y a la vez simplicidad. Porque Frears no acomete la tarea de ofrecer una imagen edulcorada y complaciente de la legendaria monarca, como parece, sino de una mujer a la que los años le han llevado a un estado de madura complacencia, y que un estímulo inesperado en forma de frescura y seducción, la que sobre ella ejerce un carismático munshi (maestro hindú), le proporciona la felicidad que ya creía perdida. De hecho, prueba de que Frears no pretende complacer a la monarquía y el imperialismo británicos, es la dureza con la que trata al Príncipe Eduardo, bisabuelo de una reina Isabel con la que el director ya se despachó a gusto en La reina. Más compleja de lo que aparenta, magníficamente escrita, interpretada y rodada, exquisita y elegante, La reina Victoria y Abdul nos reconcilia con el mejor cine, el del entretenimiento no reñido con la reflexión y el siempre bienvenido aprendizaje, ético y cultural.
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