Guión y dirección Andrés M. Koppel, según la novela de Lorenzo Silva Fotografía Álvaro Gutiérrez Música Adrian Foulkes y Lucio Godoy Intérpretes Quim Gutiérrez, Verónica Echegui, Aura Garrido, Roberto Álamo, Marian Álvarez, Sanny van Heteren, Fernando Navas, Cristóbal Pinto, Santi López, Quique Medina, Alba Tonini, Paola Bontempi, Beneharo Hernández Estreno en el Festival de Málaga 19 marzo 2017; en salas comerciales 1 septiemre 2017
El salto a la dirección de largometrajes de Andrés M. Koppel, después de varios cortos y de escribir los guiones de Intacto o la reciente Zona hostil, se produce bajo el patrocinio de Gerardo Herrero, seguramente el productor más prolífico del cine español y el más convencido de que esto es una industria y hay que entretener al público con historias de intriga y acción que no entrañen mayores riesgos ni atrevimientos. Aún por descubrir la que alguna vez podamos considerar su obra maestra, aunque como director nos gustó Las razones de mis amigos, esta vez apoya la adaptación por el propio realizador de una novela de Lorenzo Silva, que ya disfrutó de los buenos resultados las de La flaqueza del bolchevique y El alquimista impaciente. Esta vez ambienta en un lugar exótico, la isla de La Gomera, y con personajes físicamente atractivos y moralmente ambiguos, al más puro estilo noir, una investigación criminal que combina sexo y corrupción, aunque en este segundo apartado se revela cauto, pasando sólo de puntillas por temas tan escabrosos como la corrupción en el seno de nuestras fuerzas armadas, mientras las intrigas sexuales se resuelven como siendo habitual en estos tiempos modernos, con extrema y ridícula mojigatería. Consigue sin embargo un producto elegante, entretenido y atractivo, por mucho que la a menudo insuficiente dicción de los intérpretes haga que el enredado guión resulte aún más ininteligible. Con todo lo peor es el carácter ambiguo, y seguramente desorientado, de sus presupuestos morales y éticos, mostrando unas protagonistas fuertes y con mucho carácter a las que sin embargo no duda en condenar por los mismos motivos que han alimentado durante siglos su castigo.
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