Acostumbrados a verlo en formato de cámara, Tommaso Cogato debió sentirse muy nervioso el jueves pasado en su esperado debut con la Sinfónica de la ciudad que ha elegido como residencia, y que tan bien le ha acogido, quizás ya no tanto en esta segunda jornada defendiendo uno de los conciertos para piano más populares de todas las épocas, el nº 21 de los veintisiete que compuso el genial Mozart, haciéndolo además según los rigores de una interpretación en estilo tal como la concibe el joven ruso Maxim Emelyanychev. Para éste su relación con la ROSS está resultando tan satisfactoria para el conjunto y el público como lo es la que mantiene con la Barroca. Desde el Don Giovanni de hace tres años, Emelyanychev se ha convertido en una presencia refrescante y muy estimulante para los dos grandes conjuntos hispalenses, que se revalida esta temporada con el concierto que dará en abril con el conjunto historicista.
Con la partitura aprendida de memoria, Cogato hizo gala de una saludable versatilidad a la hora de afrontar esta página inmortal del pianismo a través de una pulsación precisa y equilibrada en forma y esencia, de manera que la suya no fuera una lectura superficial, combinando poesía y fuerza intelectual. Fue contenido pero no aséptico en el famoso andante, para el que no dudó en reprimir impulsos dionisíacos sin traicionar sentimiento y emoción, con puntuales arranques de temperamento romántico que no mancharon una lectura acorde a la estética del director. Cogato imprimió una majestuosa firmeza a la partitura, acompañado a la batuta con brillantez y elegancia. En las cadencias el pianista echó mano del ingenio y la creatividad, potenciando los aires marciales del allegro inicial y el ánimo jovial del final. Antes, Emelyanychev atacó con nervio y entusiasmo la hermosa obertura El cuento de la bella Melusina de Mendelssohn. Faltó sin embargo garra y cuerpo, y ni siquiera la cuerda, dispuesta como es habitual en el director, con violines enfrentados y cuerda grave en el centro, acertó a evocar el carácter líquido y poético de la obra. En la propina, el tercero de los Momentos musicales de Schubert, Cogato logró trasladar su aparente sencillez a un nivel de encantamiento y ensoñación.
Mozart le sienta mejor a Emelyanychev, que tras unas Bodas de Fígaro atropelladas pero efectivas al exprimir su carácter extrovertido y jovial, se metió en la piel del Mozart más arriesgado y comprometido con una Sinfonía nº 39 discutible en algunos aspectos pero satisfactoria en general. Después de décadas exprimiendo el lado más reflexivo y atormentado del compositor, las nuevas tendencias han burlado ese temperamento a favor de una liviandad y una ligereza que no es precisamente lo que hace trascender el talento y la brillantez que le sobra. Por eso aplaudimos que el joven director ruso opte inteligentemente por una interpretación en estilo, enérgica y con confianza, rebajada en vigor y solemnidad pero sin aligerarla demasiado, y manteniendo ese punto dramático que a muchos nos inspira la partitura, aunque faltara mayor incisividad y contraste entre los pasajes más sombríos y los más lúdicos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario