Comenzó una nueva temporada de la ROSS que se promete menos tumultuosa que las dos anteriores. La ausencia de lazos verdes, la sintonía sobradamente demostrada con su director titular, y el elevado nivel técnico alcanzado por cada familia instrumental, así lo hace pensar. Una demostración más de lo necesaria que ha llegado a ser la orquesta para la ciudad y el devenir de su periplo cultural; un tesoro que disfrutamos y admiramos y del que todos y todas nos hemos de sentir responsables en una u otra medida. Comenzó sin embargo con casi idéntico programa con el que lo hizo hace seis años, cuando Halffter, Alexandre Da Costa y Asier Polo acometieron las mismas obras Brahmsianas – el resto de su obra orquestal fue interpretada a lo largo de aquella temporada – además del homenaje de Tomás Marco a Brahms, Through the Looking Glass.
Esta ocasión se nutrió de dos excelentes solistas con voces muy singulares, que demostraron su dominio técnico además de un profundo entendimiento de la estética del compositor alemán. Recayó en la violinista japonesa Akiko Suwanai y el popular violonchelista Daniel Müller-Schott la mayor parte de la fuerza arrebatadora del Doble Concierto, mientras Axelrod se limitó a arropar con respeto y consideración, extrayendo de la orquesta un sonido nítido aunque demasiado metálico, pero obviando en su lectura apacible y encantadora los ribetes dramáticos que acoge tan emblemática página. Al margen de la excelente música de cámara de Brahms, sus piezas orquestales, incluida esta suerte de sinfonía concertante, son esencialmente eso, orquestales, lo que quiere decir que es en el tutti donde ha de recaer toda la fuerza y la sensibilidad de la pieza. Afortunadamente la cadenciosa majestuosidad del violonchelista alemán, con una introducción de las que dejan sin respiración, y la elegante elocuencia de la japonesa, con un fraseo ágil y flexible y un flujo natural en las antípodas de cualquier impostura, lograron una lectura ejemplar, acentuada por el sutil y constante diálogo entre los solistas, y el equilibrio que el director supo impregnar al conjunto. Axelrod utilizó una voz propia, dejando su atmósfera algo desvaída, poco sombría, demasiado luminosa, que hizo palidecer la genialidad de una obra irrepetible. En la propina, los acordes vivos y juguetones del segundo movimiento de la Sonata para violín y cello de Ravel, lograron la admiración del entregado y muy respetuoso público.
Por los mismos derroteros deambuló la Sinfonía nº 1 de Brahms, impecable técnicamente, bien construida y articulada, pero con considerables caídas de tensión, sin ese análisis contemplativo que demanda la página. Ambiciosa y decidida en los movimientos extremos, cálida y amable en los internos, Axelrod acentuó el carácter apoteósico del final, justificando el título del programa, un triunfo que asociamos más a la superación de todos los altibajos sufridos por la orquesta que a las obras seleccionadas para este arranque de temporada, una de las más nutridas y comprometidas del excelente conjunto andaluz.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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