El nombre de Paul Taffanel, considerado en su época el padre de la Escuela Moderna Francesa de flauta, estuvo presente en las tres primeras obras interpretadas en este concierto de la recta final de estas Noches del Alcázar. Él fue quien pidió a Fauré una pieza (morceau) para un concurso de jóvenes estudiantes del Conservatorio de París en 1898, mientras la Fantasía la dedicó al reputado flautista y la estrenó el ganador de dicho concurso. También Benjamin Godard compuso su Suite en tres movimientos para Taffanel. Las tres obras constituyeron un remanso de paz y delicadeza en el primer tercio de un estupendo concierto brindado por Luis Orden y Tatiana Postnikova, bien conocidos de la melomanía local, y tan compenetrados como que llevan casi dos décadas colaborando juntos, en pareja o como integrantes de conjuntos como el de Solistas de Sevilla.
Tanto la Pieza de concurso como la Fantasía de Fauré exigen un alto control de la expresividad y una notable delicadeza en su ejecución. De hecho el autor decidió respecto a la primera apartarse de la obsesión por el virtuosismo extremo que caracterizaba al Conservatorio de París, para centrarse en un trabajo de mayor capacidad de evocación y profunda reflexión. El resultado en manos de Orden fue impecable a nivel técnico y suficiente a nivel expresivo, aunque en este punto hubiésemos preferido un mayor calado emocional. La Fantasía sin embargo combina un encantador estilo siciliano con un endiablado allegro en el que el flautista puede desplegar un amplio abanico de recursos pirotécnicos, como de hecho hizo Orden, haciendo gala de un extremo dominio de la respiración y un fraseo nítido y elocuente, apoyado en una refinada pianista. Benjamin Godard fue muy célebre en su época, sin embargo hoy es apenas recordado por esta Suite en tres movimientos, que exige igualmente virtuosismo y amabilidad, además de un acompañamiento competente al piano, muy en línea con la música de salón que representa. Los intérpretes acertaron a ser elegantes en el allegretto, nostálgicos en el Idilio y enérgicos en el Vals final.
El virtuosismo se apoderó del tercio final del concierto, con una Fantasía sobre Carmen del flautista François Borne, típico vehículo para el lucimiento del solista, que Orden defendió con aplomo a pesar de un molesto desatino en una de las notas finales, que no empañó sin embargo una interpretación ejemplar. Antes aceptó el desafío que supone la Fantasía Pastoral Húngara de Franz Doppler, con sus aires lisztianos y sus atrevidos giros, un amplio dominio de la melodía y un considerable despliegue virtuosístico en las cadencias. El Zorcico, la Nana y las Sevillanas que Lorca recopiló en sus Canciones españolas antiguas, gozaron de una interpretación equilibrada y elegante, palmas del público incluidas en la repetición como propina de ¡Viva Sevilla!, todo acompañado de una noche fresca y un público deleitado.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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