Celebramos el reencuentro con la juventud que integra esta estupenda formación sinfónica, y lo hacemos doblemente porque este proyecto ilusionante y necesario se mantiene desde aquel arranque incierto de diciembre de 2011, hace exactamente seis años. Su principal artífice, Juan García, y el CICUS y el Conservatorio Manuel Castillo que lo apoyan y auspician desde entonces, merecen nuestra enhorabuena y felicitación. Los conciertos de la OSC son gratificantes no sólo por lo que suponen como trampolín de lanzamiento y tabla de aprendizaje para quienes han terminado sus estudios musicales o están a punto de hacerlo, sino porque ofrecen programas tan atractivos como el que sirvió para comenzar esta séptima temporada.
García procura siempre ofrecer alguna obra de reciente producción, a ser posible que dé a conocer a algún compositor cercano, como es el caso del profesor del conservatorio sevillano Antonio Flores. Por eso sería conveniente que en el programa de mano se incluyeran unas breves notas sobre las piezas a interpretar, que permitieran acercarnos mejor a autores como éste, desconocido para mucho del público congregado, a la vez que arrojar algo de luz sobre su obra y otras programadas, aún siendo célebres. La Sinfonía de cámara de Flores precisa sólo de cuerda, en un ejercicio de suspense e inquietud que en su primera mitad se sostiene sobre notas suspendidas que exigen mucha concentración por parte de una plantilla que respondió al máximo nivel. Arpegios y glisandos nos llevan a una serie de contrastes y armonías siempre apoyadas sobre la creación de una atmósfera inquietante, con un alto componente psicótico bien expresado por las imponentes intervenciones de bajos y violonchelos, como si de una banda sonora de Herrmann para Hitchcock se tratara.
El joven malagueño Manuel Emilio Marí fue el encargado de defender el difícil primer concierto para clarinete de Carl Maria von Weber, concebido para exhibir las habilidades del solista, sobre una base con sustancia y estructura musical sólida, cuyos colores y contrastes quizás no acabaron de cuajar bajo una dirección algo esquemática y robotizada. Pero Marí logró emocionar con un virtuosismo no exento sin embargo de algún altibajo, poco importante frente a una carga de expresividad generosa. El clarinetista dio buenas muestras de versatilidad y destreza técnica, dominando la respiración y el componente melódico. Las trompas acometieron con precisión su intervención en el adagio central. En cuanto a la tercera de las sinfonías de Sibelius, García y la orquesta acertaron a destacar su sobrio clasicismo, con una arquitectura equilibrada, puntualmente rota por unos crescendi algo caóticos en el primer movimiento. El resto fue expuesto con claridad y mucha serenidad, especialmente el andantino, de nuevo con una excelente aportación de los violonchelos. Metales, maderas y, sobre todo, timbales, lograron dar cuerpo y forma a una notable exhibición de optimismo y jovialidad.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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