sábado, 10 de agosto de 2019

EL SONIDO ROBUSTO DE VANITAS DÚO

Albert Colomar, piano. Jorge Gresa, violonchelo. Programa: El pont, de Mompou; Sonata para cello y piano nº 2 en Sol menor Op. 5 nº 2, de Beethoven; Sonata para cello y piano en Do Mayor Op. 119, de Prokofiev. La Casa de los Pianistas, viernes 9 de agosto de 2019

Una buena programación, un gran proyecto, toda la ilusión y un esfuerzo extraordinario han logrado que casi podamos hablar de la consolidación definitiva de La Casa de los Pianistas. El apoyo del público es ya considerable y la programación no decae ni en verano. Mientras otras manifestaciones estivales se apoyan en el aire libre nocturno, que este año está siendo especialmente fresco y generoso, Yolanda Sánchez convoca al público, cada vez con mayor éxito, a su sala para unas ochenta personas, donde una buena acústica y la intimidad del entorno ayudan a hacer de cada velada una experiencia mágica y valiosa.

Calidad y juventud vuelven a darse la mano en el caso del Dúo Vanitas, integrado por el violonchelista sevillano Jorge Gresa y el pianista mallorquín Albert Colomar, que se conocieron hace dos años en Utrecht, donde realizaban los imprescindibles estudios de posgrado que les abran más y mejores puertas de las que ya han atravesado, y que les ha llevado a ocupar plazas en orquestas y proyectos centrados en jóvenes talentos. Confiesan que la afinidad que encontraron entre sus estéticas y la notable compenetración que observaron a la ahora de tocar, les llevó a formar este dúo con el que ya se han presentado en otros espacios de Alemania y España. Su experiencia sigue siendo sin embargo corta y por eso sorprende el nivel de calidad alcanzado en esta comparecencia sevillana.

El pont, una preciosa composición de Federico Mompou original para piano, que luego adaptó para dialogar con el violonchelo y así ofrecerla a Pau Casals, abrió el programa. Ya entonces se adivinó el sonido carnoso y aterciopelado de Gresa, así como la robustez de Colomar al piano, en una versión llena de encanto y sensibilidad, unas señas que se repitieron en la propina al final del concierto, el Largo de la Sonata op. 65 de Chopin, prodigio de emociones y cantabilidad. Podemos considerar las sonatas para violonchelo de Beethoven como las primeras importantes concebidas para el instrumento como solista, poseedoras además de un lenguaje pre romántico que caracteriza mucho su espíritu. Gresa y Colomer trasladaron con precisión y ahínco este particular, haciendo hincapié en un sentimiento a veces doloroso. Siempre defendemos la expresividad frente a la depuración técnica, por eso importan menos ciertas caídas de tono en el violonchelo y un exceso de impetuosidad en el teclado, que por otro lado realizó un trabajo armónico impecable, frente al vigor y la emoción con que los dos jóvenes abrazaron esta obra maestra de Beethoven. Muy elocuentes los silencios que condujeron del patético adagio inicial al allegro consecutivo, con un persuasivo y casi vehemente violonchelo y un inquieto piano que provocó incluso que ante los aplausos entre movimientos, el propio Colomar se levantara a saludar para inmediatamente reaccionar y darse cuenta del simpático error. El rondó final lo resolvieron de forma ágil, alegre y muy enérgica, siempre desde una concepción robusta, casi férrea, del sonido. Algo que no siempre es conveniente y merece vayan depurando.

Con la imponente Sonata de Prokofiev los jóvenes intérpretes acusaron más interés en lograr la transparencia e inflexión de sus líneas melódicas que en conseguir plasmar ese doble filo que destila una obra aparentemente amable y gloriosa, compuesta sin embargo en una época desdichada para el autor, con su enfermedad muy avanzada y agotado por los continuos juicios morales a los que el stalinismo sometía su obra, lo que conlleva, por otro lado como es habitual en el autor, una porción considerable de veneno en el apetecible pastel. Se trata de esa ironía tan frecuente en el autor de Romeo y Julieta, y que no siempre se acierta a plasmar. De nuevo aquí Colomar acusó exceso de impetuosidad y vehemencia, y Gresa alternó pasajes de inusitada belleza con otros en registro agudo más estridentes, aunque en general se trató de una exhibición bastante digna y apropiada, celebrada con largos aplausos agradecidos por un trabajo lleno de esfuerzo e ilusión, tan bien transmitido por los aguerridos intérpretes.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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