USA-Francia-Serbia 2019 87 min.
Dirección Alexandre Aja Guion Michael y Shawn Rasmussen Fotografía Maxime Alexandre Música Max Aruj y Steffen Thum Intérpretes Kaya Scodelario, Barry Pepper, Morfydd Clark, Ross Anderson, Jose Palma, George Somner, Anson Boon, Ami Metcalf Estreno en Estados Unidos 12 julio 2019; en España 23 agosto 2019
Resulta difícil de digerir que un director como Alexandre Aja reciba el beneplácito de una crítica que lo reivindica título tras título, cuando no hace más que encadenar un bodrio tras otro. Aja no ha dado muchas muestras de talento a lo largo de su filmografía, ya sea realizando remakes como Reflejos o Las colinas tienen ojos que no superan a los originales, o embarcándose en dramas de corte fantástico sin hechuras ni convicción, como La resurrección de Louis Drax, con la salvedad de sus comedias de terror, la irregular Cuernos y la desmadrada Piraña 3D, único título memorable por su desmesura y consciente hilaridad, a falta de saber si las cintas que rodó en su Francia natal, Alta tensión y Furia, merecen o no la pena. Sin embargo una y otra vez se aplaude su supuesto ingenio a la hora de articular tensión e insuflar de ritmo a sus películas. Y quizás eso sea cierto, y también podamos celebrar en esta producción de Sam Raimi ese particular, mientras echamos literalmente fuego ante la irritación que nos provoca su disparatado e insufrible guión, obra de los también directores (The Inhabitants) hermanos Rasmussen.
Partiendo de aquellos añorados films de catástrofes de los setenta, en los que la tragedia se alternaba con alguna intrascendente intriga sentimental o familiar, y por una vez sin abusar de las posibilidades que brinda la tecnología moderna en efectos visuales y sonoros, con el fin de dotar al conjunto de una mayor credibilidad y potenciar lo muy en serio que el realizador y su equipo se toman la cosa, la cinta va acumulando situaciones absurdas y clichés de todos los tipos. No es el caso analizarlos uno a uno, con el fin de no revelar detalles de su argumento, pero va de unos caimanes enormes esparcidos por una pequeña comunidad de Florida como consecuencia de los efectos de un huracán, que empiezan moviéndose con total naturalidad en secano para posteriormente, por capricho del guión, desenvolverse solo bajo el agua cuando ésta inunda el lugar, por cierto un entresuelo que hace las veces del dichoso sótano tan afín a este tipo de películas de terror. Las ocasionalmente absurdas reacciones de sus protagonistas, Kaya Scodelario (protagonista femenina de El corredor del laberinto) y Barry Pepper haciendo de su padre, ambos traumatizados, que pretenderá con su participación relanzar su carrera de eterno secundario, así como la facilidad con la que los depredadores despedazan a las víctimas figurantes frente a la extrema dificultad que tienen para liquidar a los protagonistas, ni tan siquiera provocarles heridas de consideración a pesar de los suculentos bocados, contribuyen a la irritación total, sobre todo teniendo en cuenta que a diferencia de la referida Piraña, aquí todo quiere ser muy serio y muy auténtico.
Eso sí, los responsables del diseño de producción deberían ser galardonados con algún premio, teniendo en cuenta su habilidad para convertir el susodicho sótano, escenario de un hogar herido de muerte, en una jungla tropical de verdina y barro, bajo cuyas aguas cristalinas una campeona de natación por supuesto no necesita ni gafas para ver ni escafandra para respirar. Toda una inteligente metáfora sobre la lucha sin desfallecimiento que padre e hija emprenden a fuerza de heridas innecesarias para recomponer un hogar destruido. Una vez más el título original es más expresivo que el más peregrino español. Crawl se entiende como reptar, ir a paso de tortuga o nadar en ese estilo, crol. Si Aja y sus incompetentes guionistas se hubiesen tomado la empresa con más humor, quizás nos habría convencido más, pero aquí lo único gracioso es el nombre real de la perrita Sugar, Cso-Cso.
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