Guion y dirección Benjamín Naishtat Fotografía Pedro Sotero Música Vincent van Warmendam Intérpretes Darío Grandinetti, Andrea Frigerio, Alfredo Castro, Diego Cremones, Claudio Martínez Bel, Mara Bestelli, Rudy Chernicoff, Rafael Federman, Laura Grandinetti Estreno en el Festival de Toronto 10 septiembre 2018; en Argentina 26 octubre 2018; en España 2 agosto 2019
Desde su debut en la dirección de largometrajes en 2014 con Historia del miedo, el realizador argentino Benjamín Naishtat parece empeñado en radiografiar la violencia política de su país, bien fuera a raíz de la crisis económica del corralito, o de la revolución social del XIX en su siguiente título, El movimiento, o la antesala del golpe de estado de los setenta del siglo pasado en este su tercer largometraje. Reconocido en el Festival de San Sebastián con los importantes premios a la mejor dirección, el mejor actor para Grandinetti y la mejor fotografía, el film se inicia con una incómoda secuencia que sienta ya la base y las reglas sobre las que se va a desarrollar un film inquietante con forma de cine negro y trasfondo de denuncia política y social.
En Rojo asistimos a la decadencia moral de una sociedad labrada por la corrupción, los grandes discursos demagógicos, la desconfianza y el egoísmo a ultranza. Caldo de cultivo para un cambio drástico de gobierno, una enorme represión y la ingente cantidad de crímenes de estado que se cometerían los años posteriores con la complicidad decisiva de un pueblo en silencio, el que legitima las atrocidades cometidas en nombre del bien común. La misma que propicia los nuevos partidos de ultraderecha, herederos directos de dictaduras y regímenes totalitarios en cuyos nombres se cometieron tantos crímenes y que ahora se benefician de una sociedad anestesiada que solo quiere ver muerte y sinrazón donde le conviene, aquí en España justo donde se reclama la independencia.
El miedo provoca el silencio y éste legitima la violencia política que este film trata de forma modélica a través de un caso de índole policial tan atractivo en cuanto a género como certero en su análisis y denuncia. Con un tratamiento estético muy próximo a la época que retrata, como ya los propios títulos de crédito lo avanzan, la cinta se beneficia de muy buenas interpretaciones, especialmente un curioso e inquietante investigador encarnado por Alfredo Castro, y un montaje que incide positivamente en el ritmo y la creación de una atmósfera irrespirable. Lástima que como tantas otras veces el espectador, inocente ante lo que se le viene encima, tenga que asistir a escenas tan lamentables, por estar irremediablemente extraídas de la realidad, sin artificio ni efectos visuales, como la matanza de un ternero como parte de unos festejos rurales reflejo también de una idiosincrasia tan particular como la de los terratenientes lugareños, consecuencia directa de los fascismos europeos.
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