Es curioso cómo cuando
quien vierte este tipo de consignas pertenece a otro gremio, especialmente los
políticos, a menudo ven revalorizada su carrera, caso por ejemplo del infame
presidente de Estados Unidos, que gana elecciones a pesar de no decir más que disparates, sandeces y barbaridades.
Vertidas las subsiguientes
disculpas, quizás con miras a un efecto reparador de su carrera, volvió el
momento de disfrutar de su inmenso
talento, uno de esos que nos devuelve la felicidad incluso en los días más
aciagos. Y llegó también el de dejar prejuicios fuera y admirar a la figura artística que es, disfrutando de cada momento
lleno de magia, poesía y virtuosismo que nos brindó en una velada que sin duda
quedará para el recuerdo.
Una noche de
amor
Netrebko dividió su
actuación en dos partes, como hacen tantos otros artistas de la lírica, una dedicada fundamentalmente al lied y la
otra más operística, en la que lució un espectacular atuendo seguramente
guiño a nuestra tierra. Pero además su propuesta fue a más, invitándonos a un
hipotético paseo por la naturaleza, a través de bosques y ríos, y la
arquitectura, en palacios y desde la ventana. Al margen de estas licencias poéticas, brilló la voz poderosa y rutilante de una diva en
constante evolución, exigente con su trabajo y responsable con su cometido
de auténtica entertainer.
Y así arrancó, con
fuerza y poderío en Dime, ¿qué hay bajo
las sombras de los árboles? de Chaikovski, donde a pesar de un molesto
vibrato fruto seguramente de la necesidad de calentar la voz, emergió esa fuerza de la naturaleza que hace que su
voz no pierda relieve ni proyección aunque cante de espaldas o moviéndose de un
lado a otro del escenario. Nuestro primer estremecimiento llegó de la mano de
Rachmaninov con Qué bello es este lugar,
donde la diva conjugó una extrema delicadeza con su portentosa habilidad para alcanzar cotas poéticas de enorme calado,
con filados interminables y pianissimi
llenos de dulzura y compasión.
Entre una y otra
estética, fue desgranando un programa
generoso en partituras de su país, llamémosle patria, extraídos de los
celebrados álbumes de selección que ha grabado en los últimos años, como In the Still of Night, donde le acompaña
al piano Daniel Barenboim, o el Álbum
ruso que grabó junto a Valery Gergiev, una de esas amistades peligrosas que
han contribuido a su público escarnio.
La ninfa, de Rimsky-Korsakov, fue otro de los ejemplos en los
que emergió la más absoluta dulzura y la
expresividad más conmovedora de una voz que transita por distintos
registros, a veces incluso tesituras, sin la más mínima dificultad, con
comodidad y una naturalidad al alcance
de muy pocas.
Ya en la segunda parte,
con algún avance en la primera en forma de I
pagliacci, fueron las arias de ópera
las que dominaron. Pura sensualidad no exenta de autoridad en Io son l’umile ancella, de Andrea Lecouvreur, apabullante energía
en Francesca de Rímini y Ariadne auf Naxos, y conmovedora actitud
en Oh! Quante volte de I Capuleti e i Montecchi. Así hasta
llegar al lied Sueño de una noche de
verano de Rimsky-Korsakov con el que cerró
el programa de forma encantadora, plena de delicadeza y emotiva contención.
Muy bien
acompañada
Una estrella de su calibre no se puede permitir malas compañías. Necesita a su alrededor artistas con talento, que no lleguen a eclipsarla pero tampoco a arruinar su función. Fue el caso de la mezzo también rusa Elena Maximova, que a algunos nos hizo recordar aquellos irrepetibles momentos en que Netrebko y Elina Garança iban de la mano en recitales por todo el mundo, seguramente cumpliendo exigencias contractuales. ¡Cuánto lamentamos que no hayan coincidido finalmente en la actual temporada del Maestranza!
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Nebolsin, Netrebko y Maximova. Foto: Luis Pascual |
Por otro lado, Pavel Nebolsin evidenció ser más que un
competente acompañante al piano, dando relieve y sustancia a las
interpretaciones de una muy comediante Netrebko, que no dudó en echarse unos pasos de baile, como tantas veces
la hemos visto en sus actuaciones grabadas. Nebolsin brilló también en
solitario, con la centelleante página de Moszkowski, y muy especialmente con una
excelente recreación, tan virtuosa como
emotiva, de la Fantasía-Impromptu op.
66 de Chopin.
Artículo publciado en El Correo de Andalucía
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