sábado, 15 de febrero de 2025

ANNA NETREBKO, UNA MATRIOSHKA CON MUCHAS CAPAS

Recital lírico. Anna Netrebko, soprano; Elena Maximova, mezzosoprano (artista invitada). Pavel Nebolsin, piano. Programa: Lieder de Chaikovski, Rachmáninov, Rimski-Kórsakov y Strauss; Arias y dúos de I pagliacci (Leoncavallo), Lakmé (Delibes), Adriana Lecouvreur (Cilea), Snegurochka, la doncella de la nieve (Rimsky-Kórsakov), Francesca de Riminí (Rachmaninov), Ariadna en Naxos (Strauss), I Capuleti e i Montecchi (Bellini), y Guerra y paz (Prokofiev); Étincelles, de Moszkowski; Fantasía-Impromptu Op. 66, de Chopin. Teatro de la Maestranza, viernes 14 de febrero de 2025


“Yo soy apolítica, mi trabajo consiste en gustar a todo el mundo” decía la recientemente Goya de Honor Aitana Sánchez-Gijón en la película de Almodóvar Madres paralelas. Una consigna que, como seres humanos que son, a veces olvidan los artistas, cuyas opiniones, por activa o por pasiva, les pasa factura. Sin llegar al linchamiento extremo al que se ha sometido a la actriz Karla Sofía Gascón, cuyos comentarios pueden ser tan execrables como nauseabunda es la anulación absoluta a la que ha sido sometida, no obstante su loable trabajo en la pantalla, Anna Netrebko sufrió el veto y la cancelación de muchas de sus actuaciones en teatros de todo el mundo hace apenas unos años por su presunta vinculación y apoyo a las políticas imperialistas de Putin.

Es curioso cómo cuando quien vierte este tipo de consignas pertenece a otro gremio, especialmente los políticos, a menudo ven revalorizada su carrera, caso por ejemplo del infame presidente de Estados Unidos, que gana elecciones a pesar de no decir más que disparates, sandeces y barbaridades.

Vertidas las subsiguientes disculpas, quizás con miras a un efecto reparador de su carrera, volvió el momento de disfrutar de su inmenso talento, uno de esos que nos devuelve la felicidad incluso en los días más aciagos. Y llegó también el de dejar prejuicios fuera y admirar a la figura artística que es, disfrutando de cada momento lleno de magia, poesía y virtuosismo que nos brindó en una velada que sin duda quedará para el recuerdo.

Una noche de amor

Netrebko dividió su actuación en dos partes, como hacen tantos otros artistas de la lírica, una dedicada fundamentalmente al lied y la otra más operística, en la que lució un espectacular atuendo seguramente guiño a nuestra tierra. Pero además su propuesta fue a más, invitándonos a un hipotético paseo por la naturaleza, a través de bosques y ríos, y la arquitectura, en palacios y desde la ventana. Al margen de estas licencias poéticas, brilló la voz poderosa y rutilante de una diva en constante evolución, exigente con su trabajo y responsable con su cometido de auténtica entertainer.


Hace tiempo que su voz ha ido evolucionando, lo que la ha llevado a plantearse encarar papeles de más peso dramático, exigentes con la voz, que debe mantener un tono más grave y una musculatura más gruesa, especialmente en títulos verdianos, repertorio apenas transitado hasta ahora, y que desde que hace unos años grabara un disco dedicado al maestro italiano, se ha convertido en reto de cara a futuros proyectos. Pero no hubo Verdi, ni siquiera su muy querido y celebrado Puccini, en este delicado programa, pero sí evidencia de esa transformación de su voz.

Y así arrancó, con fuerza y poderío en Dime, ¿qué hay bajo las sombras de los árboles? de Chaikovski, donde a pesar de un molesto vibrato fruto seguramente de la necesidad de calentar la voz, emergió esa fuerza de la naturaleza que hace que su voz no pierda relieve ni proyección aunque cante de espaldas o moviéndose de un lado a otro del escenario. Nuestro primer estremecimiento llegó de la mano de Rachmaninov con Qué bello es este lugar, donde la diva conjugó una extrema delicadeza con su portentosa habilidad para alcanzar cotas poéticas de enorme calado, con filados interminables y pianissimi llenos de dulzura y compasión.

Entre una y otra estética, fue desgranando un programa generoso en partituras de su país, llamémosle patria, extraídos de los celebrados álbumes de selección que ha grabado en los últimos años, como In the Still of Night, donde le acompaña al piano Daniel Barenboim, o el Álbum ruso que grabó junto a Valery Gergiev, una de esas amistades peligrosas que han contribuido a su público escarnio.

La ninfa, de Rimsky-Korsakov, fue otro de los ejemplos en los que emergió la más absoluta dulzura y la expresividad más conmovedora de una voz que transita por distintos registros, a veces incluso tesituras, sin la más mínima dificultad, con comodidad y una naturalidad al alcance de muy pocas.

Ya en la segunda parte, con algún avance en la primera en forma de I pagliacci, fueron las arias de ópera las que dominaron. Pura sensualidad no exenta de autoridad en Io son l’umile ancella, de Andrea Lecouvreur, apabullante energía en Francesca de Rímini y Ariadne auf Naxos, y conmovedora actitud en Oh! Quante volte de I Capuleti e i Montecchi. Así hasta llegar al lied Sueño de una noche de verano de Rimsky-Korsakov con el que cerró el programa de forma encantadora, plena de delicadeza y emotiva contención.

Muy bien acompañada

Una estrella de su calibre no se puede permitir malas compañías. Necesita a su alrededor artistas con talento, que no lleguen a eclipsarla pero tampoco a arruinar su función. Fue el caso de la mezzo también rusa Elena Maximova, que a algunos nos hizo recordar aquellos irrepetibles momentos en que Netrebko y Elina Garança iban de la mano en recitales por todo el mundo, seguramente cumpliendo exigencias contractuales. ¡Cuánto lamentamos que no hayan coincidido finalmente en la actual temporada del Maestranza!

Nebolsin, Netrebko y Maximova. Foto: Luis Pascual

Con Maximova entonó el famoso Dúo de las flores de Lakmé, interrumpido por el público gracias a la labor de la siempre atrevida ignorancia. Con sólo prestar atención al gesto de los y las artistas, se sabe cuándo ha terminado o no una pieza, aunque no se conozca. Juntas resolvieron la pieza con rotundidad perfectamente combinada con elegancia y dulzura. Una perfecta sintonía que también emergió en la más desconocida El arroyo serpentea por la arena, de Guerra y paz de Prokofiev.

Por otro lado, Pavel Nebolsin evidenció ser más que un competente acompañante al piano, dando relieve y sustancia a las interpretaciones de una muy comediante Netrebko, que no dudó en echarse unos pasos de baile, como tantas veces la hemos visto en sus actuaciones grabadas. Nebolsin brilló también en solitario, con la centelleante página de Moszkowski, y muy especialmente con una excelente recreación, tan virtuosa como emotiva, de la Fantasía-Impromptu op. 66 de Chopin.

Fotos (excepto la indicada): Guillermo Mendo
Artículo publciado en El Correo de Andalucía

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