Tras
el buen sabor de boca que nos dejó la ópera de Gluck, el concierto de Dariil Trifonov no fue menos. Se trata
de uno de esos artistas cuyo trabajo hipnotiza y atrapa hasta que no puedes
dejar de prestarle atención y paladear
junto a él cada nota, cada inflexión, matiz y gesto que sea capaz de
arrancarle al teclado. Sin partitura, desglosó el programa que viene
presentando en varias plazas españolas e italianas, y con el que encandiló al
público del Carnegie Hall el pasado mes de octubre. Sólo Rachmaninov y sus Variaciones Corelli sustituyeron
entonces al Barber que presentó aquí.
Uno
de los atractivos de este concierto fue precisamente el programa diseñado, con obras poco frecuentadas a pesar de tener
más de un punto de interés. La sonata póstuma Op. 80 de Chaikovski es una obra de juventud que tan poco agradó a
su autor que no permitió que se publicase en vida. Se trata sin embargo de una pieza plagada de atractivos que el
joven pianista descubrió en una interpretación para el recuerdo, capaz de
eclipsar a cuantos grandes intérpretes se han prestado a iluminarla.
Trifonov
se hizo eco de principio a fin del influjo
trágico de Schumann sobre la partitura, desde un allegro inicial plagado de bellas melodías encadenadas de forma tan
sutil como elegante, hasta un fogoso allegro
vivo final en el que afloró una agresividad
controlada, un desarrollo
vigoroso y una conclusión excitante. Antes, inundó de tristeza y pesadumbre el andante y jugó con los colores y ritmos
del scherzo. No cabe duda de que se
trata de un intérprete de primera clase
cuyos dedos vuelan sobre el teclado.
Con
otra de las obras a las que estamos poco acostumbrados, la Sonata Op. 26 de Samuel Barber, arrancó la segunda parte. Obra de muy difícil ejecución,
considerada todo un hito del pianismo estadounidense y del siglo XX en general,
que coquetea con la tradición romántica europea, el dodecafonismo y las técnicas vanguardistas imperantes en la
época, de la que Trifonov extrajo una sucesión
de emociones que culminaron en un adagio
sumido en la tristeza más profunda. La trepidante fuga con la que finaliza la
sonata contó con el toque swing que le caracteriza y que encaja
con los compositores que encargaron la pieza, Irving Berlin y Richard Rodgers.
Para
terminar, y antes de una triada de propinas, alguna puede que de su propia cosecha, las otras de los autores
convocados, el pianista ofreció la transcripción que Mikhail Pletnev, todo un
especialista en la gramática chaicosquiana, realizó de varios de los números del ballet La
bella durmiente. Trifonov desgranó todos sus episodios con atención al
detalle y la expresión, y especial énfasis en el apoteósico final, tocado con la misma transparencia y agilidad que
destiló durante todo un concierto cuya asistencia fue sin duda un enorme
privilegio para la melomanía.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
No hay comentarios:
Publicar un comentario