jueves, 13 de febrero de 2025

TRIFONOV VUELA EN PRIMERA CLASE

Gran Selección. Daniil Trifonov, piano. Programa: Sonata en do sostenido menor Op. post. 80; Selección de valses, de Chopin; Sonata en mi bemol menor Op. 26, de Barber; Suite de La bella durmiente, de Chaikovski (arr. Pletnev). Teatro de la Maestranza; miércoles 12 de febrero de 2025


Igual que aquel eslogan de unos grandes almacenes que anunciaba la semana de oro, Sevilla se enfrenta ésta a un carrusel de vértigo, que arrancó el martes con la excelente producción que ofreció el Maestranza de Ifigenia en Táuride, siguió ayer con un sensacional recital de uno de los pianistas más relevantes del panorama actual, seguirá el viernes nada más y nada menos que con Anna Netrebko, y culminará en el Espacio Turina el próximo sábado con William Christie y Les Arts Florissants.

Tras el buen sabor de boca que nos dejó la ópera de Gluck, el concierto de Dariil Trifonov no fue menos. Se trata de uno de esos artistas cuyo trabajo hipnotiza y atrapa hasta que no puedes dejar de prestarle atención y paladear junto a él cada nota, cada inflexión, matiz y gesto que sea capaz de arrancarle al teclado. Sin partitura, desglosó el programa que viene presentando en varias plazas españolas e italianas, y con el que encandiló al público del Carnegie Hall el pasado mes de octubre. Sólo Rachmaninov y sus Variaciones Corelli sustituyeron entonces al Barber que presentó aquí.

Uno de los atractivos de este concierto fue precisamente el programa diseñado, con obras poco frecuentadas a pesar de tener más de un punto de interés. La sonata póstuma Op. 80 de Chaikovski es una obra de juventud que tan poco agradó a su autor que no permitió que se publicase en vida. Se trata sin embargo de una pieza plagada de atractivos que el joven pianista descubrió en una interpretación para el recuerdo, capaz de eclipsar a cuantos grandes intérpretes se han prestado a iluminarla.

Trifonov se hizo eco de principio a fin del influjo trágico de Schumann sobre la partitura, desde un allegro inicial plagado de bellas melodías encadenadas de forma tan sutil como elegante, hasta un fogoso allegro vivo final en el que afloró una agresividad controlada, un desarrollo vigoroso y una conclusión excitante. Antes, inundó de tristeza y pesadumbre el andante y jugó con los colores y ritmos del scherzo. No cabe duda de que se trata de un intérprete de primera clase cuyos dedos vuelan sobre el teclado.


El pianista más delicado hizo aparición con una cuidada selección de valses de Chopin que arrancó ligera pero no de forma intranscendental con uno de sus seis valses póstumos, para continuar con un marcado estilo apolíneo en el vals Op. 70 nº 2, prestando especial atención a los contrastes y al control de dinámicas. La elegancia protagonizó el Op. 64 nº 3, a pesar de unos acentos muy marcados, y el virtuosismo extremo en el nº 1, tan acelerado que prácticamente cumplió su hipotética duración de un minuto. Un muy introspectivo e intimista vals op. 34 nª 2 en la menor dio paso al efusivo y rabioso vals póstumo con el que acabó la primera parte del recital.

Con otra de las obras a las que estamos poco acostumbrados, la Sonata Op. 26 de Samuel Barber, arrancó la segunda parte. Obra de muy difícil ejecución, considerada todo un hito del pianismo estadounidense y del siglo XX en general, que coquetea con la tradición romántica europea, el dodecafonismo y las técnicas vanguardistas imperantes en la época, de la que Trifonov extrajo una sucesión de emociones que culminaron en un adagio sumido en la tristeza más profunda. La trepidante fuga con la que finaliza la sonata contó con el toque swing que le caracteriza y que encaja con los compositores que encargaron la pieza, Irving Berlin y Richard Rodgers.

Para terminar, y antes de una triada de propinas, alguna puede que de su propia cosecha, las otras de los autores convocados, el pianista ofreció la transcripción que Mikhail Pletnev, todo un especialista en la gramática chaicosquiana, realizó de varios de los números del ballet La bella durmiente. Trifonov desgranó todos sus episodios con atención al detalle y la expresión, y especial énfasis en el apoteósico final, tocado con la misma transparencia y agilidad que destiló durante todo un concierto cuya asistencia fue sin duda un enorme privilegio para la melomanía.

Fotos. Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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