Nos
ha costado un poco aceptar el trabajo de Rafael
Villalobos, quizás lo mismo que él en depurar sus propuestas escénicas.
Pero nos ha ido convenciendo y conquistando hasta llegar a un punto, esperemos
sin retorno, en el que ya no podemos sino
rendirnos a su talento y dejarnos seducir por su imaginación.
La
ópera de Gluck supone, tanto o más que su predecesora, Ifigenia en Áulide, un eslabón
revolucionario en la lírica, por cuanto no sólo preconiza la ópera
mozartiana sino que incluso salta más adelante, convirtiéndose en cierto adelanto
del romanticismo por el tratamiento
dramático de la música, siempre al servicio del teatro, fluyendo sin
recitativos evidentes y restando importancia a los números cerrados.
Un
excelente montaje teatral
El
buen teatro del que es capaz Villalobos
se hace eco de esta consigna y nos trae un espectáculo medido y muy elaborado.
En esta producción estrenada en Amberes el pasado octubre, la acción se
desplaza de la Grecia antigua ilustrada por Eurípides a un mundo actual plagado de guerras y odios, nada ajeno a lo que
vemos diariamente en los informativos y que olemos más cerca de lo que jamás
hubiéramos imaginado.
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Raffaella Luppinacci y Beatriz Arjona |
A
lo largo de esta inteligente adaptación, asistimos a las visiones que tiene la
heroína a partir del relato inventado que ha escuchado, de forma que se combina realidad con imaginación de
una manera tan didáctica como elocuente. Villalobos no deja escapar la ocasión
de describir a Thoas, rey de los escitas, como un señor de la guerra,
despiadado, machista y grosero, mientras la
ira de los dioses es sustituida por una más terrenal y por ende, terrible.
Tampoco
deja pasar la oportunidad de convertir a los amigos Orestes y Pilades en lo más
parecido a dos amantes homosexuales, claro que el texto lo pone fácil.
Mientras, las figuras de Agamenón y
Clitemnestra dejan de ser sombras del pasado para convertirse en presencias
influyentes y decisivas para la activación de la tragedia. Por eso es
importante que cobren vida en forma de actor y actriz que aportan textos
añadidos al conjunto. Por cierto, ella es Beatriz
Arjona, recientemente galardonada con el Premio Carmen del Cine Andaluz a
la mejor actriz por su papel en Fin de
fiesta.
Quizás
el mayor atrevimiento del director escénico sea agredir la excelsa música con gritos, portazos y gemidos, aunque no
podemos negar que añaden espectacularidad a una propuesta que puede presumir sin
duda de magnífico teatro.
Música
sublime en buenas manos
A
nadie le escapa que la Orquesta Barroca de Sevilla hubiera sido una estupenda
elección para llevar a buen puerto esta ópera en los albores del clasicismo.
Sin embargo nada cabe reprochar al esmerado
trabajo desarrollado por la Real Orquesta Sinfónica, que en manos de la
reconocida directora griega Zoe Zeniodi
logró excelentes resultados, tanto en los pasajes más agitados y tormentosos,
como el arranque de la ópera, como en los más líricos y emotivos.
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Edward Nelson y Alasdair Kent |
No
deja de ser un aliciente encontrar voces que además de cantar bien aporten precisamente
eso, belleza y juventud, algo a lo
que también se prestan el barítono estadounidense Edward Nelson como Orestes y el tenor australiano Alasdair Kent, que parecen curtidos
tanto en el conservatorio como en el gimnasio, quizás como curiosa referencia a esas palestras griegas
donde igual se entrenaba que se aprendía arte y ciencia.
Puede
que enfrentarlos a tanto gesto, esfuerzo y movimiento retorcido les pasara
factura y por eso Kent deslizara algún
gallo, y Nelson otro tipo de desajuste puntual. Pero nada de eso enturbió
su entrega y talento, demostrado en unas voces
de bello timbre y generosa potencia. Damián
del Castillo volvió a cumplir con un buen trabajo canoro y expresivo, y Sabrina Gárdez bordó con voz cálida y
bien colocada su papel de Diana. Nos alegramos de que el barítono granadino Andrés Merino siga subiendo peldaños en
una carrera segura, asentada en una voz poderosa y con mucha autoridad.
Por
todo ello, no cabe sino aconsejar que nadie
que diga amar la ópera se pierda este espectáculo integral, y nos consta
que en nuestra ciudad hay más de lo que cabe en tres funciones del Maestranza,
y sin embargo quedan todavía muchas localidades. Al margen de los títulos
populares que nunca pueden faltar, otros como éste son los que de verdad aportan interés a la programación de un teatro de
ópera que se precie.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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