miércoles, 12 de febrero de 2025

IFIGENIA EN TÁURIDE CONFIRMA EL TALENTO DE VILLALOBOS

Iphigénie en Tauride. Música de Christoph Willibald Gluck. Libreto de Nicolas-François Guillard según la tragedia de Eurípides. Zoe Zeniodi, dirección musical. Rafael R. Villalobos, dirección escénica y vestuario. Luis Tausia, reposición de la puesta en escena. Emanuele Sinisi, escenografía. Felipe Ramos, iluminación (Juan Manuel Guerra, reposición). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro Teatro de la Maestranza (Íñigo Sampil, director). Con Raffaella Lupinacci, Edward Nelson, Alasdair Kent, Damián del Castillo, Sabrina Gárdez, Andrés Merino, Mireia Pintó, Julia Rey, la actriz Beatriz Arjona y el actor Nacho Gómez. Coproducción del Teatro de la Maestranza, la Ópera Ballet Vlandeeren y la Ópera Orchestre National de Montpellier. Teatro de la Maestranza, martes 11 de febrero de 2025


Vaya por delante nuestra más sincera enhorabuena al Teatro de la Maestranza por colar cada temporada algún título que proporcione singularidad a la oferta y facilite una entidad propia al coliseo sevillano. Y esta temporada han sido dos, tras el éxito cosechado con Ariadna en Naxos el pasado diciembre.

Nos ha costado un poco aceptar el trabajo de Rafael Villalobos, quizás lo mismo que él en depurar sus propuestas escénicas. Pero nos ha ido convenciendo y conquistando hasta llegar a un punto, esperemos sin retorno, en el que ya no podemos sino rendirnos a su talento y dejarnos seducir por su imaginación.

La ópera de Gluck supone, tanto o más que su predecesora, Ifigenia en Áulide, un eslabón revolucionario en la lírica, por cuanto no sólo preconiza la ópera mozartiana sino que incluso salta más adelante, convirtiéndose en cierto adelanto del romanticismo por el tratamiento dramático de la música, siempre al servicio del teatro, fluyendo sin recitativos evidentes y restando importancia a los números cerrados.

Un excelente montaje teatral

El buen teatro del que es capaz Villalobos se hace eco de esta consigna y nos trae un espectáculo medido y muy elaborado. En esta producción estrenada en Amberes el pasado octubre, la acción se desplaza de la Grecia antigua ilustrada por Eurípides a un mundo actual plagado de guerras y odios, nada ajeno a lo que vemos diariamente en los informativos y que olemos más cerca de lo que jamás hubiéramos imaginado.

Raffaella Luppinacci y Beatriz Arjona

Un teatro bombardeado, después refugio de los y las supervivientes, en clara referencia al teatro de Mariúpol, sirve de escenario a una representación que encadena esta tragedia con su precedente ya apuntado, de forma que muy sintéticamente se narran los acontecimientos que derivaron en el destierro de Ifigenia en Táuride, donde la Diosa Diana la mantiene como suma sacerdotisa.

A lo largo de esta inteligente adaptación, asistimos a las visiones que tiene la heroína a partir del relato inventado que ha escuchado, de forma que se combina realidad con imaginación de una manera tan didáctica como elocuente. Villalobos no deja escapar la ocasión de describir a Thoas, rey de los escitas, como un señor de la guerra, despiadado, machista y grosero, mientras la ira de los dioses es sustituida por una más terrenal y por ende, terrible.

Tampoco deja pasar la oportunidad de convertir a los amigos Orestes y Pilades en lo más parecido a dos amantes homosexuales, claro que el texto lo pone fácil. Mientras, las figuras de Agamenón y Clitemnestra dejan de ser sombras del pasado para convertirse en presencias influyentes y decisivas para la activación de la tragedia. Por eso es importante que cobren vida en forma de actor y actriz que aportan textos añadidos al conjunto. Por cierto, ella es Beatriz Arjona, recientemente galardonada con el Premio Carmen del Cine Andaluz a la mejor actriz por su papel en Fin de fiesta.

Quizás el mayor atrevimiento del director escénico sea agredir la excelsa música con gritos, portazos y gemidos, aunque no podemos negar que añaden espectacularidad a una propuesta que puede presumir sin duda de magnífico teatro.

Música sublime en buenas manos

A nadie le escapa que la Orquesta Barroca de Sevilla hubiera sido una estupenda elección para llevar a buen puerto esta ópera en los albores del clasicismo. Sin embargo nada cabe reprochar al esmerado trabajo desarrollado por la Real Orquesta Sinfónica, que en manos de la reconocida directora griega Zoe Zeniodi logró excelentes resultados, tanto en los pasajes más agitados y tormentosos, como el arranque de la ópera, como en los más líricos y emotivos.

Edward Nelson y Alasdair Kent

Raffaella Lupinacci regresó al Maestranza algo más de un año después de encandilarnos con su papel de Adalgisa en Norma, y volvió a convencernos de principio a fin, ya fuera alzando la voz con aplomo y seguridad en las arias más exaltadas, como exhibiendo un profundo sentimiento en Je t’implore et je tremble del cuarto acto. Quizás podamos reprocharle haber abordado la maravillosa Ô malheureuse Iphigénie! con un tono demasiado efusivo y temperamental, frente a la candidez con la que asociamos esta aria. Belleza y juventud le sobran a la mezzo italiana.

No deja de ser un aliciente encontrar voces que además de cantar bien aporten precisamente eso, belleza y juventud, algo a lo que también se prestan el barítono estadounidense Edward Nelson como Orestes y el tenor australiano Alasdair Kent, que parecen curtidos tanto en el conservatorio como en el gimnasio, quizás como curiosa referencia a esas palestras griegas donde igual se entrenaba que se aprendía arte y ciencia.

Puede que enfrentarlos a tanto gesto, esfuerzo y movimiento retorcido les pasara factura y por eso Kent deslizara algún gallo, y Nelson otro tipo de desajuste puntual. Pero nada de eso enturbió su entrega y talento, demostrado en unas voces de bello timbre y generosa potencia. Damián del Castillo volvió a cumplir con un buen trabajo canoro y expresivo, y Sabrina Gárdez bordó con voz cálida y bien colocada su papel de Diana. Nos alegramos de que el barítono granadino Andrés Merino siga subiendo peldaños en una carrera segura, asentada en una voz poderosa y con mucha autoridad.


Del coro poco hay que decir que no hayamos dicho ya antes en otras funciones. Aquí realizan además un trabajo actoral importante, resuelto con buena nota, gracias también al esmero con el que Villalobos trata el drama, sin limitarse a esos ridículos movimientos escénicos a los que nos tienen acostumbrados otros directores más perezosos.

Por todo ello, no cabe sino aconsejar que nadie que diga amar la ópera se pierda este espectáculo integral, y nos consta que en nuestra ciudad hay más de lo que cabe en tres funciones del Maestranza, y sin embargo quedan todavía muchas localidades. Al margen de los títulos populares que nunca pueden faltar, otros como éste son los que de verdad aportan interés a la programación de un teatro de ópera que se precie.

Fotos: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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