La
primera obra orquestal del
especialista en miniaturas pianísticas, Alexander Scriabin, el concierto para piano más grabado del siglo
XX y una muy querida obra para todas las personas melómanas, las Variaciones Enigma de Edward Elgar, primera
gran obra maestra de la música británica
desde los tiempos de Purcell, integraron tan atractivo programa.
Rêverie, fantasía o ensueño, es una obra
breve pero intensa. Se trata de
un recorrido conciso por distintos
estados de ánimo que obliga a los músicos a plasmar emociones muy íntimas y
desplegar después un abanico de colores vivos, que encontró en la lectura de
Zeniodi y la respuesta de la orquesta el vehículo
perfecto a tales efectos.
Una violinista
galopante
Alexandra Conunova es, como muchos y muchas de su generación, una violinista virtuosa, reconocida con multitud de premios antes de enfrentarse a orquestas de distinto signo y condición e ir forjando una carrera segura y reconfortante. El concierto de Sibelius es lo suficientemente popular y variado como para ofrecer al intérprete una gama de posibilidades para el lucimiento ciertamente generosa. En anteriores ocasiones se presentó en Sevilla con Saint-Saëns y Brahms y resultados satisfactorios.
Esta vez apareció tan
segura y precisa como confiada en sus posibilidades, logrando una
interpretación impecable en lo técnico, teñida de claridad y rigor, buscando
siempre una expresión sobria y calculada.
Supo plasmar a la perfección su estilo rapsódico y defender su alambicado allegro inicial con ahínco y convicción.
Claridad en la articulación, control dinámico y una actitud frecuentemente galopante fueron otras de las características
de su interpretación.
Una
pieza enigmática
Hacía tiempo que la ROSS no interpretaba las Variaciones sobre un tema original “Enigma” de Edward Elgar, una obra enigmática en sí misma, por cuanto parece que su tema principal, quizás God Save the King, nunca se escuche, sino que sirva de contrapunto melódico con el que arrancan una serie de pasajes que parecen evocar un amplio y grandioso paisaje natural frente a la personalidad de las amistades y parientes a quienes el autor dedicó cada variación.
También aquí, como Sibelius en su concierto y Scriabin en su preludio, Elgar parece estar evocando la soledad del artista, enfrentado a la inmensidad de la naturaleza, traducida en una música de amplios vuelos y diversos enfoques, que ofrecen una variedad de estéticas a las que la Sinfónica se plegó adecuadamente. Sin embargo, Zeniodi se mostró quebradiza y desequilibrada en conjunto, despachando Nimrod con cierta celeridad poco conveniente para una pieza de tal envergadura emocional.
Un
final apoteósico y solemne permitió
lucirse a la sección de percusión, y prometer que en su próxima comparecencia jienense,
estas artistas no se sientan solas sino
muy bien acompañadas por una orquesta que nos hace sentir muy orgullosos y
orgullosas.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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