miércoles, 8 de octubre de 2025

EL MITO DE DON JUAN DESDE LA INGENUIDAD

Festival de Ópera de Sevilla. Música de Helena Cánovas. Libreto de Alberto Iglesias. Jhoanna Sierralta, dirección musical. Bárbara Lluch, dirección escénica. Blanca Añón, escenografía. Clara Peluffo, vestuario. Urs Schönebaum, iluminación. Sixto Cámara, sonido. Con Sachika Ito, Josep-Ramón Olivé e Iván Sánchez Águila. Royal String Quartet. Proyecto Lorca. Coproducción del Teatro de la Maestranza, el Festival de Peralada, Gran Teatro del Liceu, Teatro Real y Teatros del Canal, en colaboración con el Festival de Ópera de Sevilla (Ayuntamiento de Sevilla). Foro Magallanes de la Real Fábrica de Artillería, martes 7 de octubre de 2025


La figura de Carmen Díaz de Mendoza Aguado, Condesa de San Luis, debe haber fascinado por igual a los compositores Alberto Iglesias y Helena Cánovas. Insospechadamente, el autor de bandas sonoras tan estimulantes como Hable con ella, Lucía y el sexo o El jardinero fiel, se encarga en esta ocasión del libreto, mientras la muy joven compositora catalana Helena Cánovas Parés pone música a un drama inspirado en un ensayo que la condesa llegó a estrenar durante la Dictadura de Primo de Rivera, de la que era muy afín, sobre el mito de Don Juan en clave feminista.

Estructurada en tres partes, en la primera la condesa asiste en compañía de dos amigos a una representación de Don Giovanni en París. Una ocasión que le hace reflexionar sobre cómo la mujer ha estado siempre supeditada al hombre, sus caprichos e instintos de seducción. En un segundo capítulo, años después, intenta llevar sus reflexiones al arte, descubriendo cómo a lo largo de la historia la mujer ha sido desplazada de la cultura y relegada a funciones domésticas, de lo que apenas se salvan algunas privilegiadas de rango noble. Finalmente, en la actualidad, alguien decide terminar el trabajo de Díaz de Mendoza, estrenado pero perdido, en clave operística.

Lástima que tan prometedor proyecto termine convirtiéndose en recipiente de proclamas que se nos antojan más ingenuas de lo deseable, apoyadas en frases que no hacen sino subrayar lo evidente, forjando reflexiones tan frecuentadas y recurrentes que apenas aportan nada nuevo. Iglesias se esfuerza, Cánovas también, pero los resultados son bastante pobres. Decididamente preferimos al Iglesias compositor, ganador de doce Goyas y cuatro veces nominado al Oscar, que al dramaturgo.


Tampoco la música de Cánovas suscita gran interés, cautiva de estilos y recursos más fruto del aprendizaje académico bien aprendido que de una genuina inspiración. Puede que el tiempo ayude y todos esos conocimientos acaben ofreciéndonos lo mejor de ella, a pesar de los reconocimientos obtenidos en su todavía corta trayectoria. De hecho, esta obra surge de la obtención del Premio Carmen Mateu para jóvenes artistas europeos, y logró que varias entidades teatrales se interesaran por ella.

Aunque hay hasta cuatro teatros y dos festivales implicados en su producción, Don Juan no existe no disimula su vocación humilde e intimista. La experimentada Bárbara Lluch propone, a través de la escueta escenografía de Blanca Añón, en la que sobresale un tobogán por el que se desliza la tinta derrochada por el talento prohibido de tantas y tantas mujeres, un continuo paseo por un espacio rectangular, en el que los personajes se abandonan a un continuo y fluido diálogo.

Con citas continuas al Don Giovanni mozartiano, la música de Cánovas se vale de un cuarteto de cuerdas, el muy experimentado en música contemporánea Royal String, y un conjunto de percusión y saxo, nuestro querido utrerano Manu Brazo, todos y todas excelentes, para dibujar líneas frecuentemente agresivas y agitadas, en un lenguaje típicamente atonal. El uso de la electrónica por parte de la propia compositora, echando a menudo mano de grabaciones que multiplican el efecto de las palabras, y la discreta amplificación de todos los agentes, provoca la estética moderadamente vanguardista que la pieza anhela.

Sachika Ito vuelve a demostrar lo cómoda que se siente en este tipo de repertorios, prestando su potente y perfectamente modulada voz a la condesa protagonista y la artista actual que repara en su valía, un doble papel que en el estreno en Peralada hace un año encaró Natalia Labourdette. Josep-Ramón Olivé, que también intervino en el estreno del Real hace unos meses, encarna a la pareja de la protagonista, y se desdobla en blanca estatua de Don Juan, muy en estilo Comendador.


El barítono se esfuerza en convencer a la mujer de lo estéril de su propuesta, especialmente en un tercio final, quizás el más interesante, en el que despreciando la memoria histórica, le repite que hoy las cosas ya no son como ayer y no merece la pena revolver el pasado, lo que supondría reponer a cada una en su merecido sitio. El igualmente joven tenor Iván Sánchez representa al contrapunto machista, el hombre que pretende mostrarse condescendiente pero se siente orgulloso de su mal entendida superioridad.

Una lista de mujeres que lucharon por su visibilidad cultural y política, con un muy elocuente efecto eco, casi a capela, potenció ese carácter didáctico que tiene la obra, siempre desde esa óptica ingenua que caracterizó a la función. Ingredientes sin duda atractivos, bien sazonados, pero que en conjunto evidencian más intención que buenos resultados, sin llegar a incentivar con la fuerza que el contenido merece, y quedan finalmente en aguas pantanosas, en este caso entintadas.

Porque tampoco podía faltar que ella acabe ensuciada hasta lo inaguantable, y por supuesto arrastrada por el fango negro, aunque la disposición de filas y gradas poco ayudase a participar de esas licencias dramáticas. Agradecemos que las pantallas donde se emitían los subtítulos estuviesen en alto, aunque en este caso poca falta hacía, dada la perfecta dicción de los intérpretes, especialmente de Sachika Ito.

Fotos: Agustín Pacheco (Archivo fotográfico del Festival de Ópera de Sevilla)
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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