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lunes, 13 de noviembre de 2023

UNA NORMA DIGNA DE UN GRAN TEATRO

Norma. Tragedia lírica en dos actos de Vincenzo Bellini. Libreto de Felice Romani. Yves Abel, dirección musical. Nicola Berloffa, dirección escénica. Andrea Belli, escenografía. Valeria Donata Bettella, vestuario. Marco Giusti, iluminación (Juan Manuel Guerra, reposición). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Banda interna del Conservatorio Superior de Música Manuel Castillo. Coro Teatro de la Maestranza. Íñigo Sampil, director del coro. Con Yolanda Auyanet, Francesco Demuro, Raffaella Lupinacci, Rubén Amoretti, Mireia Pintó y Néstor Galván. Producción del Teatro Regio de Parma en coproducción con el Teatro Municipale de Piacenza y el Teatro Comunale de Módena. Teatro de la Maestranza, domingo 12 de noviembre de 2023

Auyanet

Incluso para los más recalcitrantes en el arte del bel canto, la Norma que ayer estrenó el Teatro de la Maestranza estuvo a gran altura y debió constituir sin duda alguna motivo de admiración para cualquier amante de la música. Bellini representa, al contrario que sus coetáneos Rossini y Donizetti, el lado más trágico del belcantismo, siendo Norma la culminación de esta aseveración y la constatación sublime del uso inteligente de sus recursos dramáticos. Norma destaca por su pasión desenfrenada, incluso enfática en lo sentimental, con afectos muy fuertes que se traducen en líneas melódicas largas y rebosantes de romanticismo. Para hacerle justicia hace falta por lo tanto una batuta bien educada en esa línea, y una heroína capaz de adaptarse a los muy difíciles contornos de su personaje, de abarcar una amplia gama de registros, dominar la voz en toda su amplitud y dotar a su caracterización de tanta profundidad dramática interna como brillo canoro externo, logrando armonizar su aspecto exterior con su espíritu interno.

Magníficas Auyanet y Lupinacci

Lupinacci
Ha pasado otras veces, que avisar del estado delicado de la voz protagonista, en este caso por un catarro de lenta recuperación, sólo sirve para que prestemos más atención a la posible emisión nasal de la voz o encontremos dificultades de modulación, y sin embargo no acertemos a descubrir defecto alguno. Y así volvió a ocurrir con la soprano canaria Yolanda Auyanet, que lejos de mostrar afección alguna, ofreció una Norma espléndida en todos los sentidos, no sólo en la mítica Casta Diva, aria que quien más y quien menos consigue dominar dada su enorme popularidad, basada en la exuberante riqueza cromática y melódica que atesora, sino en la cavatina que le sigue inmediatamente y que tantas veces se malogra por llegar justo después del esfuerzo que plantea el famoso aria. Auyanet bordó todos sus momentos estelares, así hasta alcanzar un sublime Ei tornerá del segundo acto que cantó henchida de sentimiento y con un inteligente sentido para la modulación, basado en el buen gusto y la contención no exenta de sincera emoción. Pero fueron sin duda sus dúos con la Adalgisa que tan maravillosamente cantó Raffaella Lupinacci, y que abarcan largas secuencias desde la octava escena del primer acto, llena de ternura y compasión, hasta el esperanzador Si fino all’ore estreme. La mezzo italiana demostró su espléndida disposición para el bel canto, con una voz discretamente profunda y ligeramente aterciopelada, que entona de forma homogénea y muy controlada, capaz de emocionar también con su gestualidad teatral, que mima tanto como su bellísimo canto. Juntas derrocharon complicidad y sintonía, alcanzando los momentos más sublimes de la función.

Demuro
El tercer vértice de este dramático trío amoroso lo compuso el tenor Francesco Demuro, natural de Cerdeña, que demostró con su Pollione un enorme compromiso musical y escénico, en magnífico estado tanto físico como vocal, encandiló ya desde su primera aparición, con una cavatina de refulgentes agudos, quizás algo bruscos en el cambio de registro pero igualmente brillantes y sobrecogedores. Sus dúos con Norma y Adalgisa mantuvieron esa perfecta sintonía romántica y emocional que el libreto y su traducción musical demandan, consiguiendo una enorme convicción general. La del bajo barítono español Rubén Amoretti fue la participación más floja y decepcionante del elenco, con una voz tremolante aunque de bello timbre, y una interpretación hueca e inexpresiva a nivel actoral. Por su parte, la mezzo catalana Mireia Pintó y el tenor tinerfeño Néstor Galván cumplieron con efectividad en sus breves intervenciones.



Estupenda en lo musical y atinada en lo escénico

Capítulo aparte merece la experimentada batuta del canadiense Yves Abel, de la que ya hemos disfrutado anteriormente en este teatro, y que volvió a lucir una forma espléndida para sacar provecho de todo el arsenal emocional de la partitura, acompañando con respeto pero sin indiferencia, apostando por su carácter enfático y su importante contribución al sentimiento y la emoción que expiden drama y música. Los maestros y maestras de la Sinfónica supieron adaptarse a estas exigencias que Abel llevó tan a buen puerto, mientras la banda interna del Conservatorio Manuel Castillo volvió a demostrar la excelente forma que tienen sus metales. También el coro volvió a lucir un magnífico empaste y un atinado control dinámico, potenciado una vez más por la excelente acústica que podemos disfrutar en este teatro que multiplica el talento de toda persona que participe en sus propuestas. Mención especial merece el buen comportamiento de los niños que incorporan a los sufridos hijos que afortunadamente la protagonista decide no sacrificar, al contrario de la Medea que le sirve de referente.


En el apartado escénico, la de Nicola Berloffa en una coproducción entre varios teatros pequeños pero muy representativos de Italia, que ha suscitado opiniones muy diversas y controvertidas allí donde se ha estrenado, por ambientar en pleno siglo XIX lo que en el libreto sucede en las guerras galo romanas. Personajes como las sacerdotisas pierden así justificación cuando hablamos de pleno romanticismo político y cultural, sin embargo la música resulta más convincente cuando la ubicamos en su preciso momento de composición y estilo. Suelen ser muchos los registas italianos que prefieren aprovechar este tipo de material en el que una tierra o un estado es invadido por otro para ambientar la música del ottocento en la más revolucionaria y convulsa etapa de la historia italiana, dándole de paso ese toque viscontiano tan característico que tanto gusta. Así, el suntuoso vestuario y el decadente decorado, dentro siempre de unas líneas muy clásicas y tradicionales y sin más alarde técnico que una cuidadísima y a ratos sugestiva iluminación, lograron sintonizar con un espectáculo digno de los teatros más reputados; la típica producción que nunca debe faltar en una programación lírica, alternando con otras más atrevidas y sofisticadas.


Merece destacarse, dentro del aparentemente rutinario movimiento escénico de masas y protagonistas, la capacidad de Berloffa para dotar de dinamismo las largas secuencias que imperan en la música de Bellini. Las únicas licencias inventivas permitidas fueron un supuesto cadáver druida al que Norma parece dedicar su Casta Diva, y la inteligente e interesante sustitución de la hoguera final por la venganza multitudinaria de un pueblo ávido de sangre, y que entronca no sólo con la convulsa unificación italiana sino con todos los execrables acontecimientos que sufrimos en pleno siglo XXI. Voces noveles y a buen seguro eficientes, lideradas por la bien conocida Berna Perles, protagonizarán la función del viernes 17, con precios más asequibles.

Fotos: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

viernes, 9 de junio de 2023

VILLALOBOS FIRMA UNA TOSCA VALIENTE Y COMPROMETIDA

Melodrama en tres actos de Giacomo Puccini. Libreto de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica según la obra de Victorien Sardou. Gianluca Marcianó, dirección musical. Rafael R. Villalobos, dirección escénica y vestuario. Emanuele Sinisi, escenografía. Felipe Ramos, iluminación. Santiago Ydáñez, pinturas. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro Teatro de la Maestranza. Íñigo Sampil, director del coro. Con Yolanda Auyanet, Vincenzo Costanzo, Ángel Ódena, David Lagares, Enric Martínez-Castignani, Albert Casals, Alejandro López, Julio Ramírez, Hugo Bolívar y el actor Nacho Gómez. Coproducción del Teatro de la Maestranza, La Monnaie de Bruselas, la Ópera de Montpellier y el Gran Teatre del Liceu de Barcelona. Teatro de la Maestranza, jueves 8 de junio de 2023


Cuenta Rafael Villalobos que la inspiración para su más que singular Tosca, o La Tosca como la conocen en Italia y se titula el original de Sardou en que se basa la ópera de Puccini, la encontró en Roma, sus calles y los escenarios en los que se ambienta. Pero una Roma que alberga también una institución tan anacrónica como la monarquía misma, el Vaticano, y donde expresar un pensamiento libre de prejuicios y ataduras resulta más complicado que en otras muchas plazas. Su Roma le llevó a Pasolini como icono del intelectual rebelde y contestatario, y de ahí surgió la idea quizás algo forzada de trazar un paralelismo entre la tragedia pucciniana y el devenir personal y vital del director italiano. Villalobos se convierte así en el principal protagonista de su Tosca, con su controvertido montaje, soluciones estéticas seguramente muy discutibles para quienes buscan en un espectáculo lírico un respeto más tangible a la obra original, y numerosas pautas orientadas a provocar controversia y reflexión. Igual que ocurre en el cine, donde el público no se cansa que le cuenten siempre la misma película y convierte en taquillazos las interminables entregas de Marvel o Disney, parece que también el más conservador público operístico busca reencontrarse una y otra vez con el mismo espectáculo, donde lo único que varíe sean las voces y la forma en general de abordar la música, olvidando que se trata de un espectáculo total que engloba muchas disciplinas y que el arte no sólo sirve para embelesarnos sino fundamentalmente para remover nuestras entrañas y plantearnos la vida, a la que imita.

Villalobos firma una Tosca de buen teatro
. Si no llegaron a convencernos su Dictador de Krenek, ni su Orfeo y Eurídice del Villamarta o sus espectáculos junto a Proyecto OCNOS ni el Marie de Germán Alonso que representó en el Lope de Vega, y menos su Viaje de invierno teatralizado con Xavier Sábata y Francisco Poyato, que La Monnaie, uno de los teatros coproductores de este montaje de Tosca, albergará el próximo mes de febrero, sí que tuvimos que reconocer el talento del sevillano en Cosí fan tutte hace dos años. Pero si allí introducía el segundo acto con una muy particular licencia, canción pop incluida, sin levantar ampollas (claro que debido a la pandemia solo había doscientos espectadores en el teatro), eso mismo suscitó anoche el abucheo más bochornoso que recordemos en un público que suele ser muy respetuoso y comprensivo. Una falta de respeto que fue ampliamente contestada con aplausos por la inmensa mayoría del público. Claro que muchos y muchas aunque no lo sepan arrastran una educación homófoba importante y la introducción del segundo acto esta vez, también con canción pop de por medio, ofrecía un seductor baile entre Pasolini, interpretado con acierto por Nacho Gómez, y Pino Pelosi, su presunto asesino, besos incluidos. Nos consta que en el ensayo con público joven, éste se comportó de forma mucho más educada y civilizada, conectando mejor con la propuesta de Villalobos, lo que nos sirve de consuelo y alivio por las próximas generaciones.

El director italiano se convierte así en personaje silente, que observa los acontecimientos que Villalobos ahora ambienta en tiempos modernos, aunque sigan aflorando en las voces referencias continuas a Napoleón y la Batalla de Marengo, e incluso interactúa con los personajes. También lo conocemos de niño, sufriendo una estricta educación religiosa y perniciosa, donde asoman posibles abusos y permitidas perversiones. Pero sobre todo Pasolini representa la libertad del arte, lo incómodo que esto resulta para el poder reaccionario y fascista, y las terribles consecuencias que este choque político cultural pueden provocar. Y para eso Villalobos fuerza un paralelismo entre el director de Teorema y el pintor Cavaradossi, que abraza los ideales y las libertades importadas de Francia aunque sean vía Napoleón, si bien el auténtico revolucionario aquí es Angelotti, su amigo, y no él que no pasa de ser un pelele romántico.

Un melómano empedernido

Villalobos, que ahora es requerido en muchos teatros del mundo, creció y se formó en el Maestranza. Conoce bien el repertorio operístico y lo ha cultivado a conciencia. No ocultaremos sin embargo que el primer acto nos resultó cómico, debido seguramente a la acumulación de ocurrencias, como introducir unos monaguillos que recordaban al Decamerón, o presentar a la diva cargada de compras de marca, hasta derivar en un originalísimo Te Deum sin coro ni figurantes en escena, solo con Scarpia soñando su maquiavélico plan y las voces del coro invadiendo el teatro de manera sobrecogedora desde lo más alto de éste. Un efecto realmente sorprendente y espectacular. Ellos y ellas triunfaron con una fuerza apabullante y celestial no sólo en ese culminante momento sino también en los otros pasajes que demandan su intervención, aunque también fuera de escena. Todo el segundo acto estuvo acompañado por jóvenes bailarines desnudos que emulaban, las pinturas de Santiago Ydáñez también, la tremenda película de Pasolini Saló o los 120 días de Sodoma.

Echando la vista atrás, comprobamos que en 2007 hubo ocho representaciones de este emblemático título en la versión no menos icónica de Luca Ronconi, reducidas a seis en 2015 cuando la abordaron Pedro Halffter y Paco Azorín con resultados francamente extraordinarios y un solo personaje doblando reparto, Scarpia. Desalienta ver cómo en todos estos años ha ido disminuyendo la afición, del mismo modo que ilusiona comprobar que el Maestranza apueste y financie producciones como ésta, atrevida y valiente, que permite a su autor verter ideas políticas y estéticas muy comprometidas. El director de escena obvió los tres escenarios principales de la ópera (la Iglesia de Sant'Andrea della Valle, el Palacio Farnese y el Castello de Sant'Angelo) para reducirlos a uno, insólitamente luminoso y virginal, mutante gracias a plataformas giratorias que dan mucho juego escénico y momentos de gran elegancia.

Eficiente en lo estrictamente musical

Yolanda Auyanet debutó en el papel con resultados muy satisfactorios
, traducidos en una resistencia turbadora a lo largo de todo el montaje, con escalas notables en el dúo amoroso del primer acto, el duelo encarnizado con Scarpia del segundo, incluido un Vissi d’arte francamente bien cantado, con mucho sentimiento (Villalobos respetó que lo hiciera clavada sobre las rodillas como es tradición), y soberbia en el trágico final. No gustó tanto el tenor napolitano Vicenzo Costanzo, rígido y sin atisbo de delicadeza en Recondita armonia, mejor en sus pasajes acompañados y cuando parecía dominar canora y afectivamente el precioso E lucevan le stelle, lo machacó con una nota final fuera de tono. Ángel Ódena corroboró su perfil de competente barítono, capaz de salvar cualquiera de los personajes que se le confíen con buena nota y mucho carácter, tanto a nivel de canto como de actuación, logrando un Scarpia suficientemente perverso y brillando con su voz ancha y flexible, capaz de matizar al máximo sus intervenciones. También el añorado David Lagares, en su breve intervención como Angelotti, mostró las buenas cualidades acostumbradas, quizás con la voz aún más profunda y matizada. El resto cumplió con eficiencia, aunque el sacristán de Enric Martínez-Castignani acusó poca proyección, y el Spoletta de Albert Casals evidenció algunos altibajos. El contratenor Hugo Bolívar dio vida a Pelosi suplantando al pastor en el arranque del tercer acto, mientras las luces del coche con el que presuntamente arrolló a Pasolini sustituyeron al sol que emerge durante el amanecer del 18 de junio.

Admitimos que nos hacía ilusión que la Bética de Cámara se hubiera hecho cargo de las funciones ante la huelga de la ROSS, por la oportunidad y el reconocimiento que suponía para esta formación centenaria desde hace unos años regenerada. Pero nos alegramos del reencuentro de la Sinfónica, tras una temporada desastrosa que ha dejado atrás citas que nos hacían mucha ilusión, como la de Viktoria Mullova con el Concierto de Mendelssohn. Respetamos y apoyamos su derecho a la huelga, aunque no acertemos a entender todas sus reivindicaciones y desde luego no compartimos el desplante de último minuto que en repetidas ocasiones han hecho al público. Lo que no aceptamos es que algunos cronistas hayan sido linchados por opinar de forma contraria a sus intereses, aunque no compartamos sus criterios por otro lado contrastados. También eso atenta contra la libertad, aunque sea bajo pretexto de supuestas y ridículas conspiraciones. Lo cierto es que la orquesta volvió a encandilarnos, esta vez bajo la atenta batuta de Gianluca Marcianó, que no escatimó en tremendismo orquestal pero también delicadeza en los timbres y elegancia en determinados pasajes, haciendo que Puccini sonara en todo su esplendor y que en conjunto ésta fuera una Tosca para no olvidar.

Fotos: Guillermo Mendo
Versión ampliada del artículo publicado en El Correo de Andalucía

miércoles, 9 de noviembre de 2022

ROBERTO DEVEREUX Y LA MUJER ARAÑA

Ópera de Gaetano Donizetti. Libreto de Salvatore Cammarano, según la obra “Elisabeth d’Angleterre” de François Ancelot. Yves Abel, dirección musical. Alessandro Talevi, dirección escénica. Madeleine Boyd, escenografía y vestuario (Reposición: Anna Bonomelli). Matthew Haskins, iluminación (Reposición: Teresa Nagel). Maxine Braham, movimiento coreográfico. Con Yolanda Auyanet, Ismael Jordi, Franco Vassallo, Nancy Fabiola Herrera, Alejandro del Cerro, Javier Castañeda y Ricardo Llamas. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro Teatro de la Maestranza. Íñigo Sampil, director. Producción de la Welsh National Opera. Teatro de la Maestranza, martes 8 de noviembre de 2022


Los supuestos amores entre Isabel I de Inglaterra y el Conde de Essex han dado mucho juego a la literatura y el cine, convirtiendo la mayoría de las veces hechos históricos de considerable relevancia en un folletín romántico con altas dosis de intriga y venganza, con La vida secreta de Elizabeth y Essex que dirigió Michael Curtiz en 1939 y protagonizaron Bette Davis y Errol Flynn como claro exponente, por cierto con música de Erich Wolfgang Korngold ilustrándola. La ópera de Donizetti culmina su conocida como trilogía de las reinas, pero si bien Ana Bolena inició su carrera internacional, María Estuardo y Roberto Devereux constituyeron sendos fracasos en su momento, que no remontaron hasta los años setenta del pasado siglo. Desde entonces han ido entrando paulatinamente en el repertorio, si bien lejos todavía de los títulos más recurrentes, dejando de considerarse eso que llaman ópera rara. El Maestranza culminó anoche su apuesta por dicha trilogía con esta producción de la Ópera Nacional de Gales, responsable también en coproducción de La traviata que vimos el pasado mes de julio.

La puesta en escena del sudafricano Alessandro Talevi es austera y oscura, pero eso no debería ser un obstáculo para resultar más atractiva y convincente. Una producción sencilla no tiene que estar reñida con una mayor capacidad para sugerir e incluso sugestionar. La de Talevi no lo consigue con sus estrecheces y decorados de tramoya, menos aun con soluciones tan infantiles como proyectar en un acuario siluetas de araña e insectos que subrayen la amenazante personalidad de la reina insatisfecha. Mejor resultó el trabajo de iluminación, capaz de proyectar milagrosas sombras sobre la vidriera frontal. También nos convencieron las cadenas que sujetan al desdichado conde en el último acto, emulando rayos de luz que dan a la escena un aspecto psicodélico al que también se une el elocuente vestuario, fuera de toda época, que firma Madeleine Boyd, por otro lado responsable igualmente de la discutida escenografía. La carroza en forma de tarántula que la reina monta en el segundo acto, y que tanto se parece al artilugio mecánico que Kenneth Branagh conduce en Wild Wild West para luchar contra Will Smith, subraya aun más su maquiavélica y despechada personalidad en forma harto ridícula.


Estupenda propuesta en lo musical

En ese contexto escenográfico denunciado brilla sin embargo de forma especial la música. La partitura de Donizetti es un regalo para los amantes del bel canto, y una tortura o mejor un reto para las voces. Generosa en melodías, con una continua sucesión de arias, cavatinas, cabaletas, dúos, escenas de conjunto y suntuosos coros, ofrece multitud de oportunidades para todos y todas las implicadas, incluida la orquesta, que en manos del experto director canadiense Yves Abel sonó con todo su brillo y esplendor. Abel supo mantener en todo momento el equilibrio perfecto con las voces, sin sacrificar por ello volumen y presencia, que lució ya desde una Sinfonía apabullante y decididamente elegante y conmovedora. El resto fue trabajo y esfuerzo al servicio de tan variada partitura, y sobre todo de la acción y los personajes. Al trabajo espléndido de la orquesta hay que unir la magnífica aportación, una vez más, del coro, aprovechando especialmente su momento más lucido, el coro con el que arranca el segundo acto, con tanta mesura como elocuencia y una portentosa musicalidad.


Para la ocasión se ha apostado por un elenco prácticamente español, a excepción del barítono italiano Franco Vassallo, que fue quien más aplausos y vítores acumuló a lo largo de la representación. Con su Duque de Nottingham acertó tanto en interpretación como en expresividad canora, tan noble en la primera mitad como furioso en la segunda, a lo que adaptó su registro y tesitura con loable flexibilidad y sin traicionar la homogeneidad de su línea de canto. Con todo nuestro cariño y admiración por el tenor jerezano, hemos de admitir que la interpretación de Ismael Jordi a nivel actoral fue muy decepcionante, con expresión permanente de espanto y movimientos espasmódicos. Pero en el tercer acto, cuando tuvo ocasión de brillar como imponente cantante, tan lleno de dulzura como de elegancia y buen gusto, así como exhibiendo una proyección generosa y unos agudos refulgentes, lo aprovechó en todo su esplendor, redimiéndose de todo lo anterior. En su breve cometido como Lord Cecil, el tenor cántabro Alejandro del Cerro se adaptó con notable soltura a su rol y ofreció un canto del todo punto de vista solvente. Nancy Fabiola Herrera tuvo ya desde el principio ocasión de lucirse en la cavatina All’afflitto è dolce il pianto, tan afín a su contemporánea Norma de Bellini. Pero así como mantiene toda su fuerza en la zona alta y su aterciopelado timbre, y continúa siendo capaz de sobrecogedores agudos así como de controlar perfectamente la respiración, por abajo su voz sin embargo tiende a esfumarse. Nada que objetar a la aportación de la también canaria Yolanda Auyanet, reina portentosa, autoritaria, enérgica y brillante, tanto a nivel actoral como vocal, comedida para no resultar histriónica pero sin por ello renunciar al carácter y la fuerte personalidad que derrocha su personaje. Para ella era un reto enfrentarse a tan complicado papel, y vaya si lo consiguió, como si de una montaña rusa se tratara, tan vertiginosa como conmovedora según tocaba. Orquesta y voces salvaron y equilibraron a favor de la excelencia la decepcionante puesta en escena.

Fotos: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía