Francia 2018 110 min.
Dirección Gilles Lellouche Guión Gilles Lellouche, Ahmed Hamidi y Julien Lambroschini Fotografía Laurent Tangy Música Jon Brion Intérpretes Matthieu Amalric, Guillaume Canet, Benoît Poelvoorde, Jean-Hughes Anglade. Virginie Efira, Philippe Katerine, Leïla Bekhti, Marina Foïs, Alban Ivanov, Felix Moati, Balasingham Thamilchelvan, Jonathan Zaccai, Noée Abita, Mélanie Doutey Estreno en el Festival de Cannes 13 mayo 2018; en Francia 24 octubre 2018; en España 11 enero 2019
En 2010 un tal Dylan Williams decidió plasmar sus experiencias en el documental Hombres sincronizados (Men Who Swim), sobre un equipo masculino de natación sincronizada integrado por cuarentones en crisis, que dio origen a su vez a un largometraje de ficción producido por el propio Williams el año pasado y dirigido por Oliver Parker (Otelo, Un marido ideal, El retrato de Dorian Gray) que se titula Swimming with Men (Nadando con hombres). Esta misma base argumental curiosamente ha servido también, aunque no se acredite, para el debut en la dirección en solitario del popular actor francés Gilles Lellouche, con veinte años de carrera a sus espaldas y un par de largometrajes dirigidos en colaboración con otros, Narco y Los infieles. Lo cierto es que Lellouche demuestra en su debut en solitario buen pulso narrativo y buen criterio a la hora de definir traumas y frustraciones sin resultar empalagoso ni estridente, a pesar de que sus personajes sí lo son y su tendencia al exceso y la histeria resulta más que notable. Asistimos al devenir de la vida de una serie de hombres entre los cuarenta y los cincuenta, deprimidos por la crisis (Amalric), frustrados profesionalmente (un roquero Jean-Hugues Anglade, legendario protagonista de Betty Blue hace treinta años), irresponsables viva-la-vida (Poelvoorde), amargados existenciales (Canet) o simples e ingenuos (Katerine), que exorcizan sus males entrenando en un equipo amateur de natación sincronizada con vistas a participar en un campeonato internacional, cuya disciplina y rigor les sirve para mantener cierto equilibrio en sus heridas vidas y tomar el timón con mayor fortuna y decisión. Pero bajo esta premisa y desarrollo argumental, Lellouche afronta otros temas de interés coyuntural, como son los roles de género, a partir de una disciplina deportiva tradicionalmente asociada a las mujeres, a pesar de que las crónicas datan el nacimiento del deporte a principios del siglo XX como una disciplina masculina. También las frustraciones del hombre moderno son tomadas en consideración en una película que analiza de forma distendida y amable el entorno en el que vivimos, acuciados por la competitividad, la búsqueda de un éxito irrenunciable, los modelos de familia tradicionales o el feminismo pasivo, el que refleja conductas en la mujer tan reprochables como las tradicionalmente asociadas al hombre. Un sinfín de temas y cuestiones que deben ser descubiertas por cada espectador o espectadora, y analizadas según nuestro criterio y formación, ya que Lellouche, como director y guionista, se dedica a esbozarlas y dar un sentido de conjunto amable y distendido al conglomerado final. El problema hubiera sido no dar credibilidad a los personajes y sus situaciones, pero también aquí el realizador sale victorioso, mientras la vena cómica se hace esperar hasta una segunda parte en la que surge una entrenadora cuyos métodos son tan expeditivos como hilarantes, así hasta desembocar en el inevitable campeonato final en el que estos cuerpos avejentados tienen que vérselas con otros equipos más lustrosos. El norteamericano Jon Brion (Magnolia, ¡Olvídate de mí!) y un buen ramillete de canciones fundamentalmente de los ochenta y noventa ilustran también de forma agradable y satisfactoria el devenir de este conjunto de hombres con sus incapacidades, que todos y todas las tenemos.
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