USA 2018 132 min.
Guión y dirección Adam McKay Fotografía Greig Fraser Música Nicholas Britell Intérpretes Christian Bale, Amy Adams, Steve Carell, Sam Rockwell, Alison Pill, Eddie Marsan, Justin Kirk, LisaGay Hamilton, Jesse Plemons, Bill Camp, Don McManus, Lily Rabe, Shea Whigham, Stephen Adly Guirgis, Tyler Perry Estreno en Estados Unidos 25 diciembre 2018; en España 11 enero 2019
En la Grecia clásica, cuna de la democracia, el gobierno lo integraba la clase intelectual. Esa lógica y sana costumbre ha pervivido con sus más y sus menos hasta que en tiempos recientes nos hemos acostumbrado a que gente incompetente, sin apenas formación, y con la poca que tienen comprada o robada con influencias, rijan nuestro destino y nos impongan leyes y comportamientos que van definiendo un nuevo orden de las cosas en la que el talento y la concordia brillan por su ausencia. Dick Cheney podría situarse en ese bando de políticos analfabetos que sin embargo han resultado tan influyentes y poderosos que sus votantes y los que no lo son han tenido que adaptarse a sus desmanes. Al menos así lo describe Adam McKay en su nueva película después del éxito de La gran apuesta, que trataba también un tema de actualidad, la debacle inmobiliaria que provocó la crisis económica de 2008 que aún hoy estamos padeciendo. Brad Pitt y Will Ferrer, que ha protagonizado gran parte de la filmografía más prescindible de McKay, ejercen como productores de maestros de ceremonia de esta nueva denuncia americana a su sistema político y económico. Ellos mismos se venden, imponiendo su cultura y modo de vida al resto del mundo, y se critican, en una sempiterna y cansina operación de contraventa que a estas alturas está demostrado que no conduce a ninguna parte. En lo cinematográfico Vice (que en inglés tiene la doble acepción de vicio y vicepresidente) es un ejemplo de ese cine moderno vertiginoso y adrenalítico en el que el exceso de información y la cantidad de imágenes por segundo acaban provocando la extenuación y el caos. En este sentido no cabe duda de que, como ellos mismos aseguran en los sobretítulos del principio, se han currado la biografía de este estudiante y trabajador inepto, borracho y follonero que llegó a redefinir el cargo de vicepresidente de Estados Unidos, pasando de ser sinónimo de don nadie a ser quien tomara las decisiones más cruciales de la historia reciente, llevando las riendas de un país que su presidente, el inepto George W. Bush, era incapaz de asumir. Entre tanta imagen e información, tanta textura para mezclar noticiarios verdaderos con recreaciones (hasta Naomi Watts, que al igual que Alfred Molina no está acreditada, parece una auténtica reportera de televisión de la época) y tanta ilustración acústica y gráfica, apenas cabe apreciar la supuesta excelencia de las interpretaciones del camaleónico Christian Bale, que no duda en engordar tanto como adelgazar según el papel lo requiera, o Amy Adams, en busca siempre de ese Oscar que tanto se le resiste. Precisamente con la entrada de año se abre la veda de los estrenos oscarizables, y ésta es la primera en surgir. En fin, lo de siempre, mucho ruido y pocas nueces. Sólo nos cabe la nostalgia de imaginar qué hubiera hecho un Billy Wilder con semejante material, con su sutileza y elegancia habitual, sin tanto aspaviento y desmesura, y con el tiro mucho más certero, envenenado e incisivo que el de estos fabuladores modernos. Poca gracia hay en esta considerada comedia, porque el tema es dramático y terrible y hace falta más talento del que tiene el muy currante McKay para lograr extraer juerga del él. Hay calidad en el equipo y los componentes de esta película a la que por ese motivo no nos atreveríamos a calificar mal, pero considerada como un todo la empresa no llega a cuajar. A nuestro juicio sólo consigue hacernos reír en la delirante secuencia final que corona los créditos principales antes justo de la cortinilla definitiva; la última frase no tiene desperdicio.
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