Andoni Mercero |
Casi siempre cubriendo con creces nuestras expectativas, a la Barroca de Sevilla le ha costado siempre afianzarse como orquesta habitual en el principal coliseo hispalense, pero por fin parece que sus plegarias se están escuchando y más de veinte años después de su fundación puede que sean más las ocasiones en las que la veamos en la escena del Maestranza, esperamos que incluso como orquesta de foso en algún título operístico barroco, que tanto se hace de rogar en nuestro teatro. Arropando a la soprano argentina Veronica Cangemi y al contratenor Carlos Mena, la Barroca ofreció el sábado noche una espléndida actuación, de esas que logran embelesar a un público atento y entregado.
Carlos Mena |
A las órdenes del concertino también vasco Andoni Mercero, la orquesta sonó espléndida, brillante en articulaciones y regulación del volumen y el sonido, con cuerpo y decisión y una proverbial facilidad para suscitar las más ardientes e impulsivas emociones. Mercero nos regaló además solos de violín absolutamente maravillosos, tanto como solista en el Concierto RV 155 de Vivaldi, con cuyo Largo intermedio logró extraer de la partitura toda su arrebatadora belleza, como ejerciendo de anfitrión en un Concierto RV 565 del mismo autor con el que tuvo que medir fuerzas con los también sensacionales Pedro Gandía al duelo de violín y Mercedes Ruiz dando cuerpo al conjunto con su violonchelo. Pero también destacó meciendo la dulce voz de Mena en el sobrecogedor Sovvente il sole de Andromeda liberata, también del prete rosso.
Verónica Cangemi |
Muchos años de exitosa carrera rubrican la confianza depositada en Cangemi, por primera vez en Sevilla, una ciudad que confesó encandilarle tanto que decidió cambiar el más sencillo Superbo di me stesso de L’Olimpiade por un vertiginoso y circense Agitata da due venti de Griselda que evidenció una voz mal colocada, áspera y fatigada, que esforzaba al máximo para conseguir sin éxito entonar sus endiabladas ornamentaciones. Menos mal que, especialmente en la segunda parte del concierto, dedicada a Haendel, mejoró en general, ya sin asperezas, manteniendo el color y la espesura, y exhibiendo unas agilidades en su justo punto. El timbre es bellísimo y su buen gusto inatacable. En las propinas ofreció un personal y muy matizado Lascia ch’io pianga que Mercero adornó con preciosas ornamentaciones al violín. Por su parte Mena nos sobrecogió en el aria antes mencionado, con pianissimi increíbles, así como en ese Bello rayo de esperanza que daba título al concierto, y sobre todo en el Mentre dormi que canta Licida en L’Olimpiade. Su excelente gusto y capacidad para modular y mantener en la medida de lo posible el tono de su registro, hicieron de su aportación un bálsamo al que el público respondió entusiasmado.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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