USA 2018 140 min.
Guión y dirección David Robert Mitchell Fotografía Mike Gioulakis Música Rich Vreeland (Disasterpeace) Intérpretes Andrew Garfield, Riley Keough, Callie Hernandez, Topher Grace, Jimmi Simpson, Riki Lindhome, Summer Bishil, Zosia Mamet, Chris Gann Estreno en el Festival de Cannes 15 mayo 2018; en España 28 diciembre 2018; en Estados Unidos 19 abril 2019
David Robert Mitchell saltó a la fama con su particular revisión del género de terror, It Follows, una desconcertante película de fantasmas con indiscutible influencia de David Lynch, con la que parecía buscar denostadamente un lenguaje y un estilo propios. El resultado mereció el aplauso de muchos, pero a otros nos dejó fríos e incluso hay a quienes llegó a irritar. Ahora, cuatro años después, regresa con un experimento parecido pero con otro género, el cine negro, y traslada la ambientación de la decadente y fantasmagórica Detroit a la también decadente, aunque por otros motivos, e intrigante Los Angeles, con Hollywood como epicentro de una típica historia de crímenes y desapariciones al estilo de Marlowe y Spade, pasada por el filtro de una supuesta modernidad, de nuevo con Lynch como referente para dar al conjunto un aire onírico y surrealista. Casi dos horas y media necesita este nuevo enfant terrible del actual cine americano para contar poco o casi nada, las andanzas de un joven aburrido por fiestas y antros, visitando toda una comunidad de personajes excéntricos y adentrándose en una improbable secta seudorreligiosa que promete a los más ricos y poderosos el acceso directo al paraíso eterno, harén incluido. Para elaborar su desquiciado estilo pretencioso no duda en tomar prestados referentes de todo tipo; hasta la música es consecuencia de este propósito, y así como Disasterpeace se plegaba en It Follows al John Carpenter de los ochenta, ahora lo hace al Howard Shore que contribuía poderosamente a formatear el espíritu de las intrigas de David Cronenberg, y que a su vez no dudaba en emular al Bernard Herrmann welliniano y hitchcockiano. Para que no falte de nada hay también detalles sexuales y escatológicos, aunque no aporten nada al conjunto, y abundan hasta los modernos vampiros, como bien parece dejar claro ese desconcertante personaje, como tantos otros, que confiesa ser autor de los éxitos musicales que catapultaron a gran parte del estrellato roquero anglosajón. Habrá quien le aplauda la gracia a este director empeñado en ser genio; a otros su cine simplemente nos parece una pérdida de tiempo.
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