Ópera de Wolfgang Amadeus Mozart con libreto de Lorenzo Da Ponte. Iván López-Reynoso, dirección musical. Rafael R. Villalobos, dirección escénica y vestuario. Emanuele Sinisi, escenografía. Albert Faura, iluminación. Con Vanessa Goikoetxea, Maite Baumont, Simon Mechlinski, Xabier Anduaga, Natalia Labourdette, Roberto de Candia. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Íñigo Sampil, director. Nueva producción del Teatro de la Maestranza y el Teatro Calderón de Valladolid. Teatro de la Maestranza, domingo 1 de noviembre de 2020
Resulta fácil hacer crítica cuando un espectáculo se presenta tan redondo y estimulante como éste, cuando la excelsa música se ofrece en todo su esplendor y la propuesta teatral contiene tantas sugerencias y valores en juego que mantienen al espectador en todo momento alerta y entretenido, sin por ello desviar su atención del maravilloso trabajo literario y musical que se le pone por delante. Recuerdo cómo Peter Shaffer tenía el acierto de mostrar en su aclamado Amadeus a un delirante Mozart disfrutando como un niño mientras escribía una pieza teatro musical en la que dúos derivaban en tercetos, éstos en cuartetos y luego en quintetos y sextetos, como un sensacional juego y una oportunidad para crear algo diferente y divertido. Se trataba, claro está, de su mano emborronando las partituras que eclosionarían en la magistral Cosí fan tutte, cumbre sublime del género y título entre los favoritos indiscutibles de gran parte de la afición. Algo de ese espíritu ha captado el joven sevillano Rafael Villalobos en su juguetona puesta en escena y sus innumerables intenciones, un análisis sin duda pormenorizado y riguroso con el que dar algo de actualidad al libreto de Da Ponte y de paso desconcertar en cierta medida al público con sus referentes culturales.
Solo doscientas personas tuvimos el privilegio de asistir a esta puesta de largo de la flamante nueva producción del Maestranza. Una función, y las tres que vienen, que han traído de cabeza al equipo técnico y artístico del coliseo sevillano y cuya planificación definitiva para cumplir las normas impuestas por una administración desbordada por la pandemia, han debido propiciar unos días de infarto. Un teatro desangelado, tras nueve meses sin ópera, sin que la mayoría entendiéramos por qué un espacio tan amplio y generoso ha de sufrir las mismas limitaciones que otros más humildes, y por qué debe ser una vez más la cultura la más perjudicada cuando es precisamente en los espacios culturales donde más se respetan las medidas de seguridad y distancia social, donde más protegidos nos sentimos y más se salvaguardan los símbolos de nuestra identidad antes de que un nuevo orden económico y social pueda fulminarlos. Al menos de momento nos queda el consuelo de que nuestros espacios culturales no se hayan cerrado como sí lo han hecho en otros países de nuestro entorno.
Una propuesta escénica fresca y renovadora
Una estancia vacía y minimalista preside la escenografía, dentro de un metaescenario que parece servir de ventana a un mundo centrado en el entretenimiento pero también en la educación, neón y concha de apuntador incluidas. En esa estancia que bien pudiera representar las paredes de una galería de arte contemporáneo que exhibe artilugios y peluches de Koons, almohadas de corazones gigantes muy rosados, videocreaciones en los que niños y niñas en esplendoroso blanco y negro parecen aprender una educación sexual y sentimental que los libere de tantos siglos de hipocresía y represión, y donde los colores vivos del vestuario se funden con el gris rígido de las paredes en una rotunda renovación del estilo vodevilesco de puertas que se abren y cierran, se desarrolla este juego de swingers, dignidades y pérdidas de la así llamada buena reputación en el que Villalobos se permite detalles de auténtico desconcierto como la divertida ocurrencia con la que arranca el segundo acto.
Si no se renueva convenientemente el repertorio, bien sea porque la música contemporánea no llegue al público como lo hacían Mozart, Haydn o Beethoven en su época, o como hoy lo hace el rock y el pop, con algunos artistas ofreciendo descomunales espectáculos escenográficos y de vestuario en sus giras, habrá al menos que renovar la propuesta escénica, ofrecer dentro del conjunto algo que potencie su valor dentro de unos cánones artísticos más acordes a nuestra sensibilidad como ciudadanos y ciudadanas contemporáneas. El joven sevillano lo ha conseguido y, a pesar de algunos abucheos recibidos al terminar la función, nosotros lo aplaudimos sin reservas. De cualquier forma sería inconcebible no reconocer que ha realizado un trabajo espléndido de dirección de actores y actrices, buen teatro al contrario de lo que estamos acostumbradas a ver en muchos espectáculos líricos.
Seis hacen un conjunto
Cosí fan tutte es una obra de conjunto, en el que como comentábamos dúos se convierten en tríos y así sucesivamente. No está concebida para lucimiento de una sola voz, a pesar de que el personaje de Fiordiligi pueda congregar la mayor parte de los números solos y oportunidades de lucimiento. Pero tiene que contar en todo momento con el máximo rendimiento y las mejores facultades de sus compañeras y compañeros de reparto. Exige un elenco de primera categoría, y el reunido en este estreno del Maestranza puede hacer gala de ello. Aunque al principio la voz de la soprano vasca nacida en Florida Vanessa Goikoetxea pudo sonarnos tremolante e insegura, rápidamente confirmó sus sobradas aptitudes para cantar el rol a un excelente nivel, con un trabajo teatral también de primer orden y un soberbio aprovechamiento de sus cualidades técnicas y expresivas en Come scoglio y Per pietà, evidenciando una potencia y una proyección extraordinarias en los agudos, que se apaga nunca alarmantemente en los registros más graves. Fue un auténtico gozo disfrutar del joven tenor también vasco Xabier Anduaga en su versión de Un’aura amorosa, cantada con una delicadeza extrema especialmente perceptible en sus afinadísimos pianissimi, y también en la famosa cavatina del segundo acto, defendida con gracia y agilidad.
Ágiles fueron también las contadas intervenciones de Maite Baumont en solitario, de voz segura y con suficiente cuerpo para dar contrapunto a su hermana en la ficción, y decididas las de Natalia Labourdette, una vez más haciendo las delicias del público del Maestranza, aunque para ella Villalobos ahondara en el arquetipo de la femme fatal, ataviada como mujer objeto entre el Cabaret de Bob Fosse y las inexpresivas supermodelos de los videos de Robert Palmer. Ella supo cantar y actuar con fuerza arrolladora y una presencia escénica contundente, con un ejército a sus espaldas de alter egos bailarinas que, como el resto del elenco, disfrutaron de unos sugerentes juegos de sombras de la mano del especialista Albert Faura. Villalobos tuvo la malicia de subir a las tres protagonistas a unas sillas que pusieron en juego su equilibrio y por extensión integridad física. El apartado vocal lo redondearon el joven barítono polaco Simon Mechlinski que disfrazado a lo Wayne’s World utilizó todos sus encantos cómicos para seducir, con graves perfectamente colocados, una considerable potencia y una tesitura más próxima a la de bajo. También el bajo barítono Roberto de Candia hizo bien su trabajo, a nivel canoro y estrictamente teatral. La flacidez y escaso relieve con que el también jovencísimo talento mexicano Iván López-Reynoso abordó la Obertura hizo presagiar una acompañamiento musical poco inspirado. Afortunadamente no fue así, se plegó con total naturalidad y buen gusto al drama y el canto, con momentos sublimes como el sempiterno Soave sia il vento, a lo que la ROSS respondió con total eficacia y flexibilidad, tanto dentro del foso como fuera del escenario, donde se lució la sección banda y el coro, una vez más magistralmente dirigido por Íñigo Sampil.
Cosí fan tutte ha sido siempre una ópera difícil de entender, ya desde el propio enigmático título. No se sabe si considerarla como una pieza misógina o, todo lo contrario, un empoderamiento de la mujer, e incluso desestimar ambas consideraciones. Pero la nueva producción del Maestranza y el Calderón de Valladolid da nuevas claves al menos para disfrutarla de forma diferente, y en la diversidad está también la tolerancia y el respeto, cuestiones que el arte en mayúsculas siempre tendrá la obligación de defender.
Fotos: Roberto Alcaín (Teatro de la Maestranza)
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