Dirección Luis López Carrasco Guion Luis López Carrasco y Raúl Liarte Fotografía Sara Gallego Documental Estreno en el Festival de Rotterdam 25 enero 2020; en el Festival de Sevilla 6 noviembre 2020 (Sección oficial); en salas comerciales (limitado, no en Sevilla) 13 noviembre 2020
Desvinculado del Colectivo Los Hijos, con quienes realizó una serie de documentales entre la experimentación y el rigor narrativo, Luis López Carrasco, murciano de nacimiento, fija su mirada ahora en Cartagena y la convierte en tercer vértice del eje del 92, el de la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona. Era aquella España que miraba al futuro con ojos resplandecientes, con la ilusión de convertirse en un país competitivo y una fuerte potencia mundial. Pero Europa tenía otros planes para el país, unos sacrificios que habrían de materializarse en el cierre de una serie de importantes empresas en Cartagena, que habían dado de comer a la mayor parte de su población y habían generado el atisbo de bienestar en el que confiábamos para poder soñar con un futuro mejor.
López Carrasco tiene el enorme acierto de ambientar su trabajo en un bar, en el que se cuelan también secuencias de ficción, creando una suerte de endiablado fresco en el que a veces cuesta distinguir lo que es real y lo que no lo es, o cuándo asistimos a escenas del propio 92 o actuales. Los bares son consustanciales a nuestra cultura, no en vano andamos desesperados ante la actual pandemia por la crisis de la hostelería, prácticamente el bastión principal de nuestra mal planteada economía. En los bares arreglamos el mundo, especialmente el país, y allí una serie de personajes debaten sobre lo que supusieron aquellas revueltas que acabaron con la quema del parlamento murciano el 3 de febrero. Hablan sobre los precedentes de la lucha de los trabajadores, antes de Franco, durante y después, ya con gobiernos presuntamente socialistas abriéndose paso entre la lucha sindical y los derechos de los trabajadores. Hablan sobre oportunidades perdidas, falta de preparación institucional y personal para salir fortalecidos en un mundo tan competitivo, de pérdida de derechos tras la crisis de 2008, de auge del capitalismo a ultranza y la ultraderecha, cuestionando si no es lo que todos y todas han querido.
Hablan y hablan, y hasta fuman (¿), y lo hacen en pantalla partida, no al estilo De Palma o Rosales, sino emulando las texturas de una videocámara ochentera y multiplicando la imagen por dos para construir el efecto panorámico a la vez que el diálogo, aunque a veces solo visionamos una de las dos imágenes y la otra queda en negro, o todo es negro y solo oímos la voz. Todo un trabajo de planificación y montaje dirigido a potenciar su discurso y afianzar una atención que no decae durante sus más de tres horas de duración. Dos horas dedicadas a tertulias de veteranos y jóvenes exponiendo sus problemas laborales cotidianos o su falta de trabajo, sus esperanzas y frustraciones, sus experiencias. Y una hora y veinte más detallando los acontecimientos de aquel febrero del 92, sus consecuencias en el devenir de la clase trabajadora de este país y la preocupación por las nuevas generaciones y la necesidad de que tomen cartas en el asunto. Por supuesto que no todo lo que se dice hay que tomarlo como verdad incontestable, pero resulta fácil identificar en las reflexiones de esta gente sencilla muchas de las cosas que nosotros y nosotras mismas hemos discutido mil veces en un bar, o en un hogar, o en la calle.
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