Dirección Edgar Wright Guion Michael Bacall y Edgar Wright, según la novela de Stephen King Fotografía Chung Chung-hoon Música Steven Price Intérpretes Glen Powell, Josh Brolin, Colman Domingo, Emilia Jones, Alyssa Benn, Lee Pace, Greg Townley, Katy O’Brian, Martin Herlihy, Daniel Ezra, William H. Macy, Michael Cera, Debi Mazar Estreno en Reino Unido 11 noviembre 2025; en Estados Unidos 14 noviembre 2025; en España 21 noviembre 2025
Stephen King publicó en 1982 The Running Man bajo el seudónimo de Richard Bachman, como tres años antes había hecho con The Long Walk, cuya adaptación al cine también se ha estrenado hace apenas un par de semanas. Así pretendía saltarse la regla imperante en las editoriales de Estados Unidos de no publicar más de una novela de un mismo autor en un solo año, y de paso comprobar si tendría el mismo éxito evitando firmar con su popular nombre. Cinco años después, Starsky (Paul Michael Glaser) la llevó al cine de forma libérrima, con Schwarzenegger en el apogeo de su popularidad. Ambas, novela y película vaticinaban un futuro (2017) en el que las grandes cadenas de televisión controlaban a la población, sumiéndola en la estulticia, la confrontación y la pobreza, a través de reality shows de extrema virulencia, un circo para mantener las mentes distraídas mientras el poder amasaba riqueza y ejercía la corrupción. Es en lo único, y no es poco, que King y Glaser acertaron, cuando la moda televisiva de los concursos de realidad aún no había asomado merced al Gran Hermano. Es cierto que ya Orwell imaginó algo parecido en 1984, pero King lo llevó a un terreno que para nosotros resulta muy familiar.
Edgar Wright se ha labrado muy buena reputación con su trilogía de parodias protagonizadas por Simon Pegg y Nick Frost (Zombies Party, Arma fatal y Bienvenidos al fin del mundo), que corroboró con las muy estimables Baby Driver y Última noche en el Soho. Sin embargo, sin ser mala, ésta podría ser su película hasta la fecha menos afortunada. Con un presupuesto considerablemente más abultado que aquella cinta kitsch del 87, y una carga política más visible, la cinta protagonizada por un musculado Glen Powell se toma muy en serio a sí misma para denunciar el control del gobierno, erigirse en proyecto antisistema y mostrar el daño que tanta violencia mediática está provocando en la sociedad. Sin embargo es eso mismo lo que ofrece, logrando así mostrar una vez más la latente hipocresía que ejercen este tipo de productos. En definitiva, denuncia circo ofreciendo circo, sin profundizar en el carácter trágico que tiene la deriva de nuestra sociedad, y por supuesto sin ofrecer soluciones.
El escenario acartonado, siempre de interior, en el que se desarrollaba aquella cinta, como si de un gran plató se tratara, se sustituye aquí por las calles de ciudades como Boston o Nueva York, siempre con un esmerado diseño de producción que convierte el espectáculo en otra distopía, en la que caben guiños a los ochenta, cameo fotográfico de Schwarzenegger y convivencia de cacharrería vintage y maquinaria futurista, ampliando la brecha entre ricos y pobres. La acción resulta convencional y el trabajo de los actores, exceptuando un maquiavélico Josh Brolin, meramente correcto. Como añadido, propone también una crítica a los culebrones protagonizados por gente millonaria, grosera y hortera, Americanos, para lo que Debi Mazar hace su particular cameo.

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