Sala Joaquín Turina, viernes 11 septiembre 2015
Esther Hoppe |
La oferta del Festival Turina del viernes incluyó la consabida pieza del compositor sevillano junto a dos monumentales obras de compositores en los extremos del romanticismo musical, el incipiente representado en Schubert y el tardío con injerencias modernistas de Bridge. Un ambiente recogido y contenido en el que la excelente calidad de los intérpretes convocados se vio reforzada por el magisterio y la personalidad del violonchelista canadiense Gary Hoffman.
El Trío con piano D898 de Schubert es una obra repleta de melodía y detalle, en la que la joven violinista suiza Esther Hoppe sometió su talento y habilidad a las exigencias de una pieza que combina lirismo y serenidad en su primer movimiento, para derivar en el scherzo en pura chispa y robustez merced al violonchelista húngaro István Vardái, quizás algo corto y menos contundente en los registros más graves. Una interpretación que se benefició de la ligereza y la fluidez que supieron insuflarle los artistas, a lo que no fue ajena Palko, que con su pianismo contribuyó al carácter amable y equilibrado de la obra, lográndose en general una muy adecuada sensación general de ensoñación. Los acordes familiares pero austeros que introducen el Jueves Santo a medianoche de Turina, encontraron en Hoffman el equilibrio exacto para no derivar en el postizo en que corre el peligro de convertirse. A partir de ahí el dechado de lirismo del violonchelista fluyó con acierto y generosidad para convertirla en una versión de referencia de la pieza.
István Vardái |
La poco divulgada Sonata para cello y piano del compositor británico Frank Bridge fue abordada por Hoffman y Forsberg con un derroche de misticisimo sólo enturbiada con la incomodidad que evidenció el canadiense por falta de iluminación, sin que nadie en la organización se dignara a atender. La pieza transita entre la tonalidad del allegro inicial, resuelto con amplias dosis de lirismo, generoso sentido del romanticismo y un sonido denso y maleable, suave como el visón; y los tortuosos cromatismos del adagio que los intérpretes no acertaron a reflejar. Su estética continuó estando más cerca del lirismo romántico que del más indicado ácido y agitado de este segundo movimiento, no obstante acabar revelándose una interpretación suficientemente satisfactoria.
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