viernes, 8 de enero de 2016

ROMEO Y JULIETA SEGÚN AALTO BALLETT ESSEN: BAILE, MÚSICA Y TEATRO, FRESCOS Y EN ARMONÍA

Ballet Romeo y Julieta, de Sergei Prokofiev. Aalto Ballett Essen. Ben Van Cauwenbergh, dirección artística y coreografía. Thomas Mika, escenografía. Johannes Witt, dirección musical. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Intérpretes Breno Bittencourt, Yanelis Rodríguez, Davit Jeyranyan, Moisés León Noriega, Wataru Shimizu, Yusleimy Herrera León, Nwarin Gad, Denis Untila. Jueves 7 de enero de 2016, Teatro de la Maestranza

Los títulos de ballet que nos ofrece el Maestranza cada comienzo de año se repiten continuamente. El Cascanueces, El lago de los cisnes y Giselle han sido los últimos en representarse después de habernos visitado cada uno en más de una ocasión. Otro tanto ocurre con Romeo y Julieta, cuya última aparición tuvo lugar en 2007 a cargo del Ballet Nacional de Hungría. Sin embargo la tónica general suele ser la del espectáculo más o menos brillante pero decididamente rancio, con escenografías y vestuarios que parecen sacados del baúl de repertorio, y coreografías absolutamente fieles a los cánones tradicionales, cuando no directamente inspirados en los maestros clásicos y ya legendarios. No ha sido el caso de este espectacular montaje del ballet, un brillante trabajo que combina la danza y el teatro de primera calidad con un respeto considerable a la dramaturgia musical que propone la imprescindible partitura de Prokofiev a partir del popular drama shakespeariano.

Desde que se abre el telón quedan claras cuáles van a ser las claves del espectáculo. Escenario vacío ocupado por una pléyade de jóvenes bailarines y bailarinas ataviados con sencillez y emulando en cierto sentido algunos de los gestos coreográficos que hicieron tan célebre el trabajo de Jerome Robbins para West Side Story. A partir de ahí el dinamismo, la personalidad y la dramaturgia se apoderan de unos intérpretes que se desenvuelven entre sencillos decorados que van apareciendo de la nada y que aportan con ingenio e imaginación el fondo ideal para que pasiones y emociones se desenvuelvan como si de cine o buen teatro se tratara, sin tregua para un espectador entregado, casi hipnotizado, al particular juego que le propone el coreógrafo y director artístico belga Ben Van Cauwenbergh. Por su parte, el joven director Johannes Witt, de menor bagaje y recorrido artístico que el otro director musical que se hará cargo de dos de las cuatro funciones programadas, Yannis Pouspourikas, apuesta por una lectura de la música potente y fornida, enérgica y contundente, irremediablemente trágica, sin por ello sacrificar los envolventes momentos líricos que contiene, aunque en el camino se evidencia falta de ensayos con los maestros de la Sinfónica, lo que se traduce en una noche poco lucida para la orquesta, con pasajes deslavazados, errores múltiples y cierta sensación de falta de cohesión en un conjunto no obstante efectivo dramáticamente y armónico con el resto de los excelentes ingredientes de este singular montaje.

El baile desencorsetado, ágil y dinámico del conjunto lo aleja del típico producto para lucimiento de solistas, aunque éstos tengan generosas oportunidades de lucir su talento. Así, los dúos del balcón y final de la muerte de los amantes son de una sutileza y una belleza rutilantes, mientras el paso a tres con el Padre Lorenzo, personaje revitalizado en esta versión de Cauwenbergh, es absolutamente maravilloso. Otro personaje también destacado es el de la nodriza, cuya complejidad obliga a contar con dos bailarinas alternativas para las cuatro funciones programadas. Ella, Yusleimy Herrea, el personaje de Tebaldo, el corpulento y elegante Moisés León Noriega, y la propia Julieta, Yanelis Rodríguez, demuestran la pujanza de la danza cubana en una compañía con una clara vocación internacional en sus filas. Breno Bittencourt como Romeo no sólo destaca por su flexibilidad y buen gusto en piruetas, gestos y figuras, sino también una poderosa fuerza interpretativa, evidente en la muerte de Mercucio, uno de los momentos de mayor tensión dramática de la obra. Éste, interpretado por Wataru Shimizu, compone junto al Benvolio de Davit Jeyranyan una pareja de enorme efectividad, exhibiendo fuerza viril y vis cómica a raudales. Bailes que sin merecer el apelativo de danza contemporánea, se alejan sin embargo del referente clásico más rancio y previsible para tejer un mundo de sensaciones nuevas y libres en un espectáculo que aúna buen teatro, excelente música y estimulante danza en la que no falta ni un impresionante saltimbanqui. Sin duda uno de los mejores ballets de reyes que recordamos.

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