Sarah Bishop |
El mejor parado fue el original y patético Quinteto de Prokofiev para una insólita formación que reúne oboe y clarinete con toda la familia de la cuerda excepto el violonchelo. Una pieza que el compositor ruso escribió por encargo del coreógrafo Boris Romanov para una humilde producción sobre la vida en el circo titulada Trapecio. El ballet no tuvo mucha repercusión pero su música encontró vida propia como pieza de concierto. En ella descubrimos al Prokofiev más irónico y guasón. En su tema principal se conjugan los pizzicati y glissandi de la cuerda con la melodía en los vientos. El conjunto acertó a marcar su carácter grotesco en el andante energico, así como la inestabilidad del allegro sostenuto, haciendo en todo caso un adecuado uso del color y la politonalidad. Así mismo plasmaron la monotonía del adagio pesante, y el virtuosismo saltarín del allegro precipitato, donde destacaron las cadencias de Félix Romero al clarinete. El final tumultuoso encontró eco en un espléndido trabajo dialogante de todos los instrumentos convocados.
Nos aventuramos a asegurar que esta feliz interpretación fuera fruto de un trabajo concienzudo que quizás no se aplicara a las otras dos piezas programadas, afines al clasicismo contemporáneo de Haydn y Mozart, especialmente un Cuarteto para corno inglés del hermano menor del primero que evidenció desajustes y salidas de tono en la cuerda, especialmente el violín, desluciendo a la siempre eficiente Sarah Bishop a la madera. Mejor resultó el Cuarteto Op. 69 del prolífico y hoy desconocido Franz Krommer, con especial mención para el clarinete y la musculatura que en él impregnó la cuerda grave. Dos piezas llenas de encanto y ligereza aunque poco memorables.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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