El concierto de fin de año de la pasada semana a cargo de Kynan Johns y la así llamada Sinfónica de España cubrió la cuota de valses y polcas tradicionales de cada comienzo de año, de forma que el primer concierto del 2017 de nuestra Sinfónica merecía cambiar su contenido, manteniendo un porcentaje digno de estas músicas típicamente vienesas completado con otras de repertorio coherente pero menos habitual. Sin embargo esto acabó siendo secundario dentro de una manifestación en la que primaron los nuevos aires de afianzamiento y esperanza de una orquesta que lleva demasiado tiempo evidenciando una endeblez económica y una falta de apoyos que ni de lejos merece. La apuesta por la cultura, que lo es también por la educación y una inversión en prosperidad, tuvo su respuesta con la lectura por parte de Axelrod, en un castellano que va mejorando considerablemente, de un comunicado en el que se informaba del compromiso asumido por las administraciones autonómica y local para dar continuidad a un proyecto irrenunciable e imprescindible para reafirmarnos como sociedad libre y civilizada. El gesto simbólico de quitarse los lazos verdes que han adornado durante meses las solapas y escotes de los y las integrantes de la plantilla fue un espléndido regalo de Reyes para ellas, ellos y el público.
Menos simbólico pero igualmente efectivo fue el afán y la dedicación con la que la orquesta y su director abordaron el jovial, melódico y exuberante programa propuesto. Axelrod, familiarizado con Viena y con la música de cine, hizo sonar a la ROSS como si estuvieran recreando partituras del Hollywood clásico de compositores como Korngold, Steiner o Newman, con cuyo sonido convenientemente rubateado y con un uso muy preciso del vibrato pudimos identificar el estilo acuñado por el director tejano. Ocurrió así con el vals Oro y Plata que daba título al programa, muy matizado y sensual, algo que también se puedo apreciar en el popular Vals de las flores de Chaikovski, henchido de ensoñación y con una introducción excepcional al arpa a cargo de Daniela Iolkicheva. Vida de artista disfrutó de un alto componente romántico, evidente en elegantes ralentizaciones y juegos dinámicos, mientras la obertura de El barón gitano fue resuelta de forma alegre y desenfadada, manteniendo en perfecta forma sus ritmos zíngaros y enérgicos aires bohemios.
La fuerza eslava de la Polonesa de Eugene Onegin y la suntuosa y enormemente expresiva suite de El caballero de la rosa del no menos cinematográfico Richard Strauss, atacados con considerable sentido del espectáculo, mucha atención a los detalles y a los cambios de registro, así como una imponente musculatura y una perfección técnica que rozó lo magistral, pusieron el colofón a una velada que completaron varias de las entrañables danzas de El Cascanueces y la inevitable Marcha Radetzky.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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