USA-México-Taiwán 2016 160 min.
Dirección Martin Scorsese Guión Martin Scorsese y Jay Cocks, según la novela de Shusaku Endo Fotografía Rodrigo Prieto Música Kim Allen y Kathryn Kluge Intérpretes Andrew Garfield, Adam Driver, Liam Neeson, Issei Ogata, Tadanobu Asano, Yôsuke Kubozuka, Ahin'ya Tsukamoto, Ryô Kase, Yoshi Oida Estreno en Estados Unidos 23 diciembre 2016; en España 6 enero 2017
Basada en hechos reales, Chinmoku, la novela de Shusaku Endo publicada en 1966, ya conoció una adaptación cinematográfica sólo cinco años después a cargo de Masahiro Shinoda. Su nueva adaptación se ha convertido con el tiempo en un proyecto muy deseado por Martin Scorsese, que ya manifestó su inquietud por el tema religioso en La última tentación de Cristo y Kundun, especialmente en la primera, donde analizaba el límite entre la fe y la razón, el sacrificio y la comodidad, lo que fue duramente criticado por un sector del catolicismo, mientras otro lo defendía como producto de su fuerte y envidiable inquietud religiosa. Lo cierto es que aunque Silencio quiso rodarla a principios de este siglo, no ha encontrado financiación para hacerlo hasta ahora, y prueba de que es una producción en la que ha debido involucrarse mucho es que se trata de su primer guión desde Casino. Sin embargo a la vista de la poca repercusión que la película ha tenido de cara a la temporada de premios, a pesar de haberse estrenado descaradamente en las fechas idóneas para saborearlos, no podemos sino considerarla como un fracaso dentro de su filmografía, quizás por su excesivo metraje, la ambigüedad de sus premisas o su carácter eminentemente discursivo, aunque esto último no es más que un reflejo de la impronta particular de este afamado cineasta. Scorsese intenta una vez más analizar la religión católica como expresión cultural que ha mediatizado y estigmatizado a gran parte de nuestra civilización, con la originalidad en este caso de desplazarse a Japón, tierra donde no sólo cualquier otra religión que no se confíe a Buda sino también cualquier otra pauta cultural llegada de occidente, ha sido recibida no sólo con recelo sino directamente con el rechazo más cruento y agresivo. Al menos así fue hasta el siglo XX, y ésta es una historia en la que quedan muy patentes los medios expeditivos con los que el país defendió sus intereses frente a la invasión espiritual jesuita. El sadismo y la crueldad reflejados en un catálogo de torturas y medios para aplicar la pena de muerte tan curiosos como espantosos, así como el carácter sibilino y casi caricaturesco de un espléndido Issei Ogata como inquisidor, que en cierto modo recuerda al coronel Saito (Sessue Hayakawa) de El puente sobre el río Kwai, son buena muestra de ello. Al mismo tiempo el film ironiza sobre las reglas de ese club que se llama Cristianismo y en el que la redención es tan fácil de obtener como confesar tus pecados a un sacerdote, como hace repetidamente el personaje de Kichijiro, sensacionalmente interpretado por el joven Yôsuke Kubozuka. De esta forma los dos jesuitas incorporados por Andrew Garfield y Adam Driver, el primero luciendo una espléndida cabellera rubia siempre impoluta sufra los suplicios que sufra, quedan prácticamente relegados a un segundo plano, con lo que resulta bastante desdibujada la intención de Scorsese de transmitir la capacidad de la fe para permitir con el silencio el sacrificio de los semejantes, y no tanto el propio, tan fácil de doblegar como para acabar pasando de víctima a partícipe de la barbarie. Magníficamente fotografiada por Rodrigo Prieto, con majestuosas localizaciones y continuas críticas tanto a los métodos inquisitivos japoneses como a los dogmas utilizados por la Iglesia para convertir almas sometidas al yugo del poder, el film acaba siendo un largo y tedioso ejercicio de presunta reflexión para un Scorsese que abandona el montaje frenético pero no la latosa voz en off. Así, la cinta se hubiera beneficiado de un corte generoso de metraje, así como de abandonar convencionalismos como el de tener siempre a mano japoneses que hablen en inglés (en sustitución del portugués original de la nacionalidad de los jesuitas), lo que resta credibilidad al conjunto. Y todo a pesar de que su productor Irwin Winkler, que ya trabajó con Scorsese en películas como New York, New York y Toro salvaje, se empeñe en saludarla como la obra maestra y definitiva de su autor.
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