USA 2020 123 min.
Dirección David Dobkin Guion Will Ferrell y Andrew Steele Fotografía Danny Cohen Música Atli Órvarsson Intérpretes Will Ferrell, Rachel McAdams, Pierce Brosnan, Dan Stevens, Mikael Persbrandt, Ólafur Darri Ólafsson, Melissanthi Mahut, Demi Lovato, Graham Norton, Jamie Demetriou Estreno en internet 26 junio 2020
Ya es casualidad que justo el año que se cancela por primera vez en su historia el Festival de Eurovisión, se estrene aunque sea en Netflix una película sobre el mismo. Es como si realmente asistiéramos a una nueva edición del festival, tal es el acierto con el que el director ha recreado el ambiente y las formas de este fenómeno popular. Sabíamos que era muy seguido también en Estados Unidos, pero ahora lo corrobora esta película perpetrada por Will Ferrell y dirigida por un especialista en comedias delirantes, algunas francamente pésimas, como Los rebeldes de Shanghai, De boda en boda o El cambiazo, que hace unos años dio la sorpresa en clave dramática con la muy solvente El juez.
Delirante desde el video promocional de Volcano Man hasta la inesperada actuación final, con Rachel McAdams haciendo playback bajo la prodigiosa voz de Molly Sandén, participante sueca de Eurojunior y eterna candidata a representar a su país en el festival, entonando el hermoso tema Hometown. Por medio cabe disfrutar mucho con los tres momentos estelares de la función, que por sí mismos justifican toda la película, la accidentada interpretación de Double Trouble, tema con el que Islandia pretende alzarse con el premio, Salvador Sobral cantando Amar pelos dois y un potpurrí de temas muy cañeros del pop internacional de Madonna o Cher protagonizado en una fastuosa fiesta por ganadores y participantes carismáticos y carismáticas de pasadas ediciones del festival como Loreen, Jamala, Conchita Wurst, John Lundvik, Bilal Hassani o Alexander Rybak. Sin duda toda una fiesta para eurofans y el resto de la población, que terminará siendo tan icónica como el arranque de La La Land.
Aunque este año el festival tendría que haberse celebrado en Rotterdam, Ferrell y Dobkin sitúan la acción en Edimburgo, mientras una trama tan delirante como el resto del espectáculo sirve de pretexto para tan disfrutable entretenimiento, que aunque plagado de chistes malos y situaciones marcianas, consigue en su conjunto mantener un nivel digno de amabilidad e intrascendencia que lo hace muy saludable, incluso cuando se plasma la homofobia rusa, la crisis financiera islandesa o la xenofobia europea a los yanquis. Hasta Pierce Brosnan en un registro muy contenido y sin embargo muy expresivo, como padre avergonzado del friki y vikingo Ferrell, tiene su gracia. Y todo aunque no falte la apropiación americana del espectáculo con discursos emotivos impensables en nuestra más pragmática cultura europea.
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