Francia 2020 100 min.
Guion y dirección François Ozon, según la novela de Aidan Chambers Fotografía Hichame Alaouié Música Jean-Benoît Dunckel Intérpretes Félix Lefebvre, Benjamin Voisin, Philippine Velge, Valeria Bruni Tedeschi, Melvil Poupaud, Isabelle Nanty, Laurent Fernandez, Aurore Broutin, Bruno Lochet, Yoann Zimmer Estreno en Francia 14 julio 2020; en España 9 octubre 2020
Hay gente así, seductores natos que disfrutan con encantamientos que provoquen la fascinación en el ojo y el corazón ajeno. Muchos hemos sufrido sus artimañas y claudicado ante su empeño, con las terribles consecuencias que ello comporta. Peor es el daño cuando esto ocurre a muy temprana edad, cuando se está despertando al amor y la sexualidad, aunque a la vez sirve como método de aprendizaje y madurez, o camino hacia la libertad que tan bien ejemplariza el uso en la banda sonora de Sailing, ese canto o himno a la libertad que inmortalizó Rod Stewart en la década de los setenta del pasado siglo.
Ozon, siempre atento a cuestiones relacionadas con la amistad, el amor y la sexualidad, ocasionalmente bañadas con intrigas criminales, se ha servido de una novela de Aidan Chambers que parece repetir personajes y esquemas de Patricia Highsmith y El talento de Mr. Ripley para reproducir ambientes luminosos y paisajes costeros, donde un paseo en embarcación de vela o en moto puede convertirse en paradigma del romanticismo más inolvidable. La fascinación que un joven ejerce sobre otro, una posible intriga criminal y un vértice amoroso en el que una chica tiene las llaves para resolver un entuerto que hace casi cuarenta años podía provocar más de un prejuicio moral y social, son elementos que se repiten en la obra maestra de la autora de Extraños en un tren y esta cosilla más humilde y a la postre tramposa. Porque Ozon, con la complicidad de Chambers, nos invita durante todo el metraje a un juego de apariencias en el que la manipulación del realizador hacia su público acaba siendo mayor que la del propio seductor hacia su víctima propiciatoria.
Pero en el fondo la función sirve para mostrar ese primer amor, ese pacto indisoluble con cierto aire necrófilo, y ese ambiente cálido tan propicio para entregarse en cuerpo y alma a los sentimientos más dignos y elevados a los que puede aspirar el ser humano, los relacionados con las emociones, el cariño y la compenetración. A que esa emoción sobrepase la pantalla contribuye el excelente trabajo de su joven pareja protagonista, mientras en el camino chirrían secuencias como la de los besos en la discoteca en plena década de los ochenta en una ciudad de provincias, entre una multitud que no se percata de la situación o más bien muestra una tolerancia impensable en la época, más cuando la intriga que propone la cinta se resuelve de forma que ahuyente los maliciosos prejuicios sexuales.
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