Guion y dirección Woody Allen Fotografía Vittorio Storaro Música Stephane Wrembel Intérpretes Wallace Shawn, Gina Gershon, Elena Anaya, Louis Garrel, Christoph Waltz, Sergi López, Richard Lind, Nathalie Poza, Douglas McGrath, Steve Guttenberg, Enrique Arce, Tammy Blanchard, Georgina Amorós Estreno en Festival de San Sebastián 18 septiembre 2020; en salas comerciales 2 octubre 2020
Cuando Woody Allen estrena una película ya tiene otra en el horno, pero no sucede así en esta ocasión. Hay muchos motivos para pensar que éste pudiera ser su último trabajo cinematográfico, y sin embargo cuesta planteárselo siquiera dada la ilusión que en sus incondicionales provoca cada nuevo estreno suyo, y lo incombustible que sigue pareciéndonos este veterano señor de casi ochenta y cinco años. De cualquier forma hay muchos indicios en esta película que pudiera parecernos estar ante su testamento cinematográfico, sobre todo un repaso emotivo y sentimental por sus mayores referentes, que se cuida muy bien de insertar de forma que no menoscaben la ligera dramaturgia de su proyecto. Así, los icónicos personajes de Fellini al son de Ocho y medio de Nino Rota desfilan otra vez como ya lo hicieron en su otra película ambientada en el mundo del cine y los fastidiosos homenajes y festivales, Recuerdos. Francis Lai pone música a Un hombre y una mujer mientras Shawn y Anaya se encaminan a un romance imposible. Delerue ilustra las alegres correrías en bicicleta de un Garrel, una Gershon y un Shawn que se creen Jules y Jim de Truffaut. Anaya y Gershon terminan hablando en sueco mientras combinan sus rostros a la manera de Ullman y Andersen en Persona de Bergman, algo que ya hizo Allen directamente en La última noche de Boris Grushenko e indirectamente en la dramática Interiores. Richard Lind y Nathalie Poza se preguntan sobre el futuro de Shawn (el Rifkin del título) mientras éste queda marcado por la muerte de la vecina Rose Budler a la manera de Ciudadano Kane. Familiares y conocidos del protagonista no saben si superar los límites que les ha impuesto la sociedad y la coyuntura como si de los protagonistas de El ángel exterminador de Buñuel se tratara. Y la muerte vuelve a dialogar con el protagonista, aunque con el tablero de ajedrez mal colocado, al estilo de El séptimo sello.
Allen juega con éstos y otros referentes en una cinta que no ha tenido suerte entre los entendidos pero que sin duda hará las delicias de sus incondicionales, tras refugiarse en uno de los países que mejor le han tratado, España, para regocijo de Jaume Roures, que ya produjo Vicky Cristina Barcelona, Conocerás al hombre de tus sueños y la espléndida Midnight in Paris, y hace justicia a Wallace Shawn, enjuto actor incansable que casi siempre ha interpretado personajes secundarios en películas y series de televisión, como las cuatro anteriores ocasiones que estuvo a las órdenes de Allen, Melinda y Melinda, Sombras y niebla, Días de radio y el inolvidable ex marido inteligente y atractivo de Diane Keaton en Manhattan. Solo con Louis Malle recordamos haberle visto como protagonista, en Mi cena con André, interpretándose a sí mismo y recitando su propio texto, y la estupenda Vania en la calle 42 junto a una jovencísima Julianne Moore. Pero Rifkin’s Festival es sobre todo una cosa, las confesiones artísticas y sentimentales - la muerte, el amor, el sentido de la vida reaparecen en su cine - de un icono del cine que podrían haber protagonizado las páginas de un libro sobre su arte y figura, pero que él ha querido convertir en película, de la misma manera que sus memorias, A propósito de nada, contienen en más de la mitad de sus páginas el doloroso drama sufrido junto a Mia Farrow y sus probablemente injustificadas acusaciones sexuales, que bien podrían haber dado lugar a una polémica película, pero que de forma elegante y discreta ha preferido plasmar en letras.
Por el camino desprecia el rápido encumbramiento de cineastas que hacen política fácil y comercial, quizás después del fracaso que supuso su única incursión más o menos velada en la cuestión en la serie de Amazon Crisis en seis escenas. Justifica también de forma elegante su animadversión por festivales y otras ferias de las vanidades, donde tan a menudo se da cita la hipocresía y el postureo, la miseria y la mediocridad. Y reivindica ese cine de emociones y sentimientos que mejor pueden analizar la condición humana, intentar mejorar este execrable mundo que, sin embargo, tanta felicidad nos regala a veces. Y con todo encima homenajea con una luminosa y cierta saturación de color marca Storaro la maravillosa ciudad de San Sebastián y su entorno. Recupera a la fascinante Gina Gershon (Showgirls) y a Steve Guttenberg (Loca academia de policía, Cocoon, Tres hombres y un bebé, Cortocircuito)… Y todavía hay quien pide más.
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