La
siempre recurrente y atractiva cantata Carmina
Burana de Carl Orff, una fantasía goliarda que recrea los cantos poéticos
de los monjes benedictinos de Beuern en clave romántica y con tendencia permanente al impacto y la
espectacularidad, y la presencia sobre el escenario del Orfeón Donostiarra, tanto tiempo
ausente de nuestra programación, sirvieron de reclamo irresistible para lograr
en este concierto y el de hoy llenos
absolutos en el aforo del coliseo del Guadalquivir.
Junto
a la Sinfónica y el coro vasco, la batuta de la cada vez más solicitada y
afamada directora surcoreana Shiyeon
Sung, la siempre estimulante presencia de la Escolanía de Los Palacios, y
un trío de voces solistas tan solventes
como bien entonadas, lograron una primera cita prometedora y bastante
satisfactoria en términos generales.
Un
Mozart muy estimulante
Como
aperitivo, la primera de las tres
grandes últimas sinfonías de Mozart, obras maestras absolutas, con la que
Sung evidenció tan buenas maneras como ideas muy claras. Arrancó de forma solemne pero trágica, forzando desde la
discreción unos contrastes muy bien
articulados, aprovechando al máximo las escalas ascendentes y descendentes
de los violines y sus ritmos punteados, y logrando así un notable efecto dramático para centrarse a continuación en los
mimbres tempestuosos y resplandecientes de un allegro de estética sin embargo algo sombría.
Fuertemente
contrastado resultó también el andante,
alternando sus pasajes serenos y delicados con los más animados, y destacando ese
intermedio inesperadamente dramático
que lo caracteriza. El minueto
deambuló por derroteros seguros, con intervenciones excelentes del clarinete,
haciendo gala de una irresistible
ternura. El allegro final
estimuló la flexibilidad de una batuta y un conjunto prestos al cambio radical
de registro, abandonando todo atisbo de drama por una incandescente alegría y una vitalidad enérgica y bulliciosa.
Confluencia
de talentos
Tras
un espectacular arranque del Orfeón
Donostiarra en el célebre O Fortuna
de Carmina Burana, sólido y
musculoso, el canto ascendente que le sigue evidenció un afán por acentuar
contrastes y dinámicas en el afamado coro que malogró las posibilidades de la
archiconocida pieza, a pesar de la suma atención que Sung empleó para amortiguar el posible eclipse de las voces.
El resto de la aportación del Orfeón se movió entre rutilantes intervenciones,
como In taberna quando sumus o el
apoteósico episodio final que aglutina Ave
formosissima y la repetición del O
Fortuna, y otras de extremada y poco
efectiva delicadeza que impidió disfrutar de su solvencia en los pasajes
más relajados.
En
el apartado solista, el trabajo del serbio Milan
Perisic fue excelente ya desde la ductilidad y el sentimiento con el que
abordó Omnia Sol temperat, con una
voz de timbre sedoso y potente, destacando también en el resto de sus
intervenciones, siempre desde una estética autoritaria
y segura, y sin necesidad de afrontar sus exigentes agudos con el
recurrente falsete. También destacó el prestigioso Santiago Ballerini en su breve y grotesca intervención, Olim lacus colueram, exigente en toda su extensión.
Bryndis Gudjonsdóttir, ya fuera de su compromiso con la ROSS por
triunfar en la edición del certamen Nuevas Voces de Sevilla de 2022, exhibió
una voz potente y equilibrada, acaso
menos delicada de lo deseable en pasajes tan subyugantes como In trutina o ese Dulcissime con el que Mariola Cantarero nos puso la carne de
gallina en 2011, justo después de ese Tempus
est iocundum en el que confluyen
todos los talentos de esta apoteósica página tan apreciada por el público
en general, como pudo comprobarse una vez más en esta cita.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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